La Guerra Civil española 80 años después. Javier Cervera Gil
las fuerzas sublevadas avanzaban cosechando una victoria tras otra, empeoraba la situación de la ciudad. Las dificultades para reorganizar el abastecimiento de una metrópoli que hasta entonces necesitaba del aporte diario de miles de toneladas de víveres se vieron multiplicadas por la pérdida de poder efectivo del Estado y la situación revolucionaria que desencadenó la sublevación en la retaguardia republicana. La toma de Talavera el 3 de septiembre complicó aún más la situación, cortando las comunicaciones con redes de abastecimiento provenientes de Castilla La Mancha. Previendo el peligro de asedio que se acechaba sobre la capital, George Ogilvie-Forbes, encargado de negocios y máxima autoridad debido a la ausencia del embajador, Henry Chilton, que se había quedado en Hendaya, empezó a acumular víveres para asegurar el suministro de la colonia británica.3
Hasta ese momento, el rápido avance de los sublevados hacia la capital hacía suponer a ambos países que la Guerra Civil sería corta. Pero el estancamiento de las tropas de Franco a las puertas de Madrid dejó claro de que el abastecimiento había cobrado una importancia estratégica de primer orden: si la ciudad se mostraba inconquistable al asalto, quizá su desmoralización a través de los bombardeos y el hambre fueran la clave para forzar su rendición. Contra todo pronóstico, la ciudad, que el Gobierno había abandonado el 6 de noviembre, resistió el ataque. Lo que no pudo hacer fue mantener el abastecimiento de sus habitantes ante una situación que era y continuó siendo desde entonces cercana al cerco, con la carretera de Valencia como única vía de comunicación con el exterior. La escasez se generalizó y en ambos consulados se temía que acabaran desatándose la hambruna y la epidemia.
La preocupación por la situación de los madrileños se extendió a nivel internacional. Una prueba de ello es que, el 21 de noviembre, representantes de Argentina preguntaron al Gobierno de su majestad si se iba a organizar algún tipo de ayuda humanitaria internacional para el pueblo madrileño. El Foreign Office consideraba que la iniciativa era aún prematura y que la presión sobre los suministros era inseparable de la guerra moderna; es más, desde este organismo se afirmaba que lo que estaba haciendo Franco venía guiado por los mismos principios que los que orquestaron el bloqueo naval británico sobre Alemania durante la Primera Guerra Mundial.4 Intervenir en aspectos humanitarios, según esta premisa, era ya «demasiada intervención»: esta será una idea que se repita recurrentemente tanto en informes británicos como franceses.
Ante el creciente interés por conocer la gravedad de la situación, en diciembre de 1936 la Sociedad de Naciones envió una delegación encargada de estudiar el estado sanitario de la ciudad. Sus conclusiones fueron que Madrid se encontraba en un estado sanitario sorprendentemente bueno dadas las circunstancias, pero que las dificultades de abastecimiento acabarían minándola a no ser que se produjera la evacuación de la población civil.5
En este punto el informe coincidía con lo manifestado por los diplomáticos de ambos países: la única solución al problema de abastecimiento de Madrid era la evacuación. En ello también coincidían con las autoridades republicanas, que desde noviembre hacían campaña por la evacuación a través de todos los medios posibles. Sin embargo, la dificultad logística de esta tarea también era enorme: ni había medios de transporte suficientes para evacuar a las 400 000 personas que se calculaba debían abandonar la ciudad ni muchas de ellas estaban dispuestas a hacerlo, ya que nadie les garantizaba que su situación como refugiados fuera mejor que la que tenían en Madrid. Así, se calculaba que debían evacuar de la ciudad a unas 20 000 personas al día, pero los informes diplomáticos señalaban que el Gobierno republicano se daba por satisfecho si se llegaba a las 7000 diarias,6 cifra que, según el informe de la delegación de la Sociedad de Naciones, realmente se alcanzaba. El 5 de febrero el francés afirmaba que la evacuación era irrealizable.7
Los siguientes meses, durante los cuales se continuó desarrollando la batalla de Madrid, siguió estando muy presente la idea de que la ciudad podría acabar rindiéndose por hambre.8 En un punto intermedio estaba la preocupación por el cierre del cerco en torno a la ciudad, que llevó a los encargados del Lycee Francais a elaborar una lista de necesidades de productos básicos que debía surtirles la embajada para tener existencias de cara a un asedio total.9 En torno a esta cuestión, es preciso mencionar que se suele mantener cierta hipótesis en los informes enviados tanto al Foreign Office como al Quai d’Orsay: la de que las fuerzas de Franco podían haber cerrado por completo los accesos a Madrid, y que si no se había tomado dicha decisión se debía a la carga que representaba el abastecimiento de la ciudad.10
El final de la batalla de Madrid y el traslado de la actividad militar a la franja norte del país llevó a los informadores a considerar que se había llegado a una suerte de empate de incapacidades en el que ninguno de los lados era suficientemente fuerte para imponerse en el campo de batalla. En julio de 1937 el diagnóstico seguía siendo el mismo: en un informe que recopilaba los acontecimientos durante el año que acababa de cumplir el conflicto, Chilton afirmaba que se encontraban ante una guerra de agotamiento.11 El final se veía lejano, coincidiendo además con una mejora general de los abastecimientos en la retaguardia republicana, de la que también participó Madrid.
Algunos, sin embargo, continuaron creyendo que la amenaza de hambruna era inminente en la ciudad. En el lado británico, sobre todo, se afirmaba que los más desfavorecidos eran las clases medias y altas, pues, al no estar respaldadas por partidos ni sindicatos, no accedían al reparto de comida. Por su parte, en los informes franceses se solía resaltar que las clases acomodadas podían obtener productos en el mercado negro, lo que desesperaba a las clases populares.12 El enfoque que probablemente más se acercara a la realidad de la ciudad fue, sin embargo, el que utilizó el cónsul en Alicante para describir la situación de su ciudad, admitiendo que los más desesperados eran aquellos que no accedían al circuito de víveres alternativo protagonizado por aquellos que no tenían un puesto en un lugar privilegiado de la administración o fabricación de bienes de primera necesidad, no estaban afiliados a partidos y sindicatos ni contaban con un familiar que les hiciera participar de este circuito no oficial.13
Durante la primavera y el verano de 1937, los informes diplomáticos ahondaron en las desigualdades y roces que percibían en la sociedad madrileña. En mayo, los franceses señalaron que la opinión pública madrileña no entendía el «egoísmo de Levante», al que consideraban que no hacía suficiente por Madrid, mientras que en junio destacaban la competencia entre el Ayuntamiento de la ciudad e Intendencia por los recursos que llegaban a Madrid.14 Así, el descontento por la escasez y la desigualdad del reparto en general acabó por protagonizar los mítines de agosto, en los que se pasó de «incitar a la gente a tomar las armas contra el fascismo a expresar indignación por la situación de las subsistencias y quienes hacían negocio con ellas».15
La conclusión era que la escasez de comida y la desigualdad en su reparto estaban abriendo importantes grietas entre los madrileños. Excepto los más privilegiados, la mayor parte de la población se mantenía con una dieta escasa y poco variada, sin aportes proteínicos ni vitaminas, pero suficiente para salir adelante. Un informe francés señalaba que, en los últimos meses, los madrileños se habían alimentado principalmente de arroz y legumbres secas.16 El problema del abastecimiento de Madrid, por tanto, era