Vulnerable. María Agustina Murcho

Vulnerable - María Agustina Murcho


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que realizó el colegio. Recuerdo que lloraba, me angustiaba y que, a la vez, quería ser parte de ese grupo, en el que creía que estaba la gente “más importante”.

      Mi primer recuerdo relacionado con la comida es del tiempo en el colegio. Iba al kiosco y me compraba cuatro paquetes de caramelos masticables, esos que tienen textura de gelatina. Y les sumaba cuatro paquetes de confites de chocolate. Esta era mi alimentación diaria en los recreos, a partir de los 7 años. También vendían donas rellenas con dulce de leche. En cada recreo me compraba una. Siempre.

      Una vez, mientras estaba pidiendo golosinas en el kiosco, alguien me dijo: “Agus, ¿todo eso vas a comer?”. Y le dije: “No, es para una amiga” y, al mismo tiempo, realicé un gesto para hacer de cuenta que la llamaba. Me fui del kiosco diciendo: “¡Vale, te compré lo tuyo!”. Creo que no es casualidad que venga a mi mente mi comportamiento con la comida en el colegio. Si ocultaba que toda esa comida era solo para mí, de alguna manera, creo que me daba cuenta de que algo andaba mal.

      En esa época también se separaron mis papás, cuando yo tenía 11 años. No recuerdo haber sufrido su separación. Sin embargo, lo expongo porque sé que a muchas chicas y chicos los angustia el divorcio de los padres, por las situaciones difíciles que viven a partir de esa decisión. Y el dolor de esos momentos también puede “compensarse” con la comida.

      Los sábados a la tarde íbamos a andar en bicicleta y a tomar helado con mi papá y mi hermano Facundo, que tiene dos años y medio menos que yo. Un día le pregunté a mi papá: “Pa, ¿estoy gorda?”. Y, obviamente, me dijo: “Agus, no, ¡estás bárbara!”. Se lo preguntaba porque, en esos momentos, dudaba acerca de tomar el helado o no. Pero, finalmente, lo tomaba.

      A los 12 años, miraba en la televisión un programa que se llamaba “Súper M”. Allí las chicas se presentaban para ser modelos: hacían dieta, se medían, se pesaban… y yo quería ser como ellas. Una vez vino a casa mi prima Mechi, que es mucho más chica que yo, y que en ese entonces tenía 7 años. Yo le decía que quería jugar a hacer ejercicio y pesarnos. Y me ponía a hacer ejercicio, me pesaba y quería bajar de peso. En ese entonces no era consciente de lo que hacía. Lo tomaba como un juego.

      Un año después, me cambié de colegio y mis compañeras, que tanto me habían dejado de lado, me escribieron una carta de despedida cada una. En las cartas eran todas amorosas. Decían que me iban a extrañar, todas me querían. Hoy lo pienso y digo: “Cuánta falsedad”. Nadie quiere a otro y cambia su parecer en un instante. Pero, en ese momento, yo era feliz. Todas “me querían”.

      Rechazo y aceptación

      Yo te entiendo. Sé lo que es ser víctima del bullying, que tus compañeros del colegio te hostiguen, te maltraten y te lastimen con sus palabras. Sé que, muchas veces, siendo niñas y niños, terminamos creyendo aquello que nos dicen nuestros pares o los adultos que nos rodean. Y esto genera una marca en nuestros pensamientos y en nuestras acciones. Me pregunto cómo mis compañeras, siendo tan solo unas niñas, podían ser tan hirientes conmigo. ¿Acaso no se daban cuenta de lo mucho que me lastimaban? Me pregunto también, ¿cuánto te han lastimado a ti?

      Sé que, en esas situaciones, hacemos cualquier cosa por pertenecer a un grupo. Yo me conformaba con que me aceptaran, sin importarme lo mucho que me habían ofendido antes. Pero, como a muchas niñas, me admitían y después volvían a rechazarme. Eso genera angustia, tristeza y pena que, en ocasiones, se tapa con comida…

      No recuerdo mis sensaciones cuando comía mucho en el colegio, pero sí creo que esas fueron mis primeras conductas “alteradas” con la comida. Si sientes que te pasa algo similar, piénsalo. No digo que comer esté mal, para nada, pero hay una diferencia entre comer algunas golosinas y comer una cantidad excesiva de golosinas. Acá la consecuencia grave no es el peso, ya que el peso es el resultado de una gran carga emocional, que se va adecuando cuando nuestra salud mental va mejorando. El verdadero problema es que cuando tenemos alteraciones en la conducta alimentaria, tapamos algo que nos incomoda, que nos duele. Porque no hablamos, no expresamos nuestras emociones. Como puedes ver, yo siempre me guardaba todo, “me comía” las emociones. Por eso sé que a ti te pasa lo mismo.

      Los mensajes

       en la niñez

      Déjame decirte, desde mi experiencia profesional, que todo lo que estás pensando y haciendo está poniendo en riesgo tu salud. Sí, ahora, siendo tan chica. Estas conductas pueden generarte un problema a corto, mediano y largo plazo. Incluso si ya eres adolescente, te invito a que te replantees aquellas conductas alimentarias que vienen afectándote desde tu niñez.

      Tengo que mencionarte que las alteraciones de la conducta alimentaria generan complicaciones, justamente en la edad de la pubertad. Ya sea por dejar de comer, por comer muy poco o por los métodos compensatorios (como vómitos, ayunos, laxantes, diuréticos o ejercicio excesivo).

      En la pubertad el cuerpo necesita cierta cantidad de grasas para poder generar hormonas y desarrollarse, es decir, para tener nuestra primera menstruación. Y, si no la tenemos, podemos llegar a no desarrollarnos o desarrollarnos mucho más tarde, y tener complicaciones a nivel hormonal. Además, la amenorrea (falta de menstruación) puede generar problemas en los huesos como, por ejemplo, osteoporosis.

      Laura, una de mis pacientes, me comentaba que de niña le sucedía lo siguiente:

      Nunca fui una nena gorda ni con sobrepeso, pero siempre fui un poco más “grande” que mi hermana. Mi familia le compraba ropa más linda a ella. A mí me compraban ropa con poco color, más holgada, para asegurarse de que no se me notara mucho el cuerpo.

      Fui creciendo y, cuando iba de compras, yo misma elegía ese tipo de ropa, porque me habían enseñado eso. Jamás podía ponerme una falda o una camiseta con breteles finitos, y ni hablar de colores claros. Me enseñaron a tener vergüenza de mi cuerpo, pero lo raro es que la gente que me conocía me veía delgada, y yo pensaba que me lo decían para conformarme. Al mirarme al espejo, realmente me veía gorda, y hasta el día de hoy, vivo comparándome con mi hermana porque siempre fui “la gordita” de la familia.

      Hice muchísimas dietas. Bajé mucho de peso y subí reiteradas veces, y hoy en día veo mis fotos de hace unos años y de cuando era una niña, y ciertamente no era una persona con sobrepeso, pero eso me hicieron creer toda la vida.

      Los comentarios de la familia y las comparaciones son dolorosos, porque te condicionan y te hacen creer que no eres atractiva o eres menos que los demás.

      Todo esto que le sucede a Laura tiene que ver con los comentarios que recibió durante su niñez. Por eso, en este tipo de tratamientos es fundamental incluir a la familia, si es posible. Esto no solo sirve para ayudar a nivel alimentario y colaborar con los cambios de hábitos de las pacientes, sino porque, además, en general, los TCA se dan en familias disfuncionales (donde puede haber padres separados que no se lleven bien, donde el hermano hace de rol de padre, donde la madre hace de amiga de la hija, donde una mamá puede cumplir el rol de hija, por ejemplo). ¿Qué quiero decir con esto? A veces, por ejemplo, no hay comunicación entre los miembros de la familia, y eso genera “maneras de hablar del cuerpo”, manifestando síntomas de un TCA. Entonces es fundamental que la familia participe en el tratamiento y, muchas veces, cuando la paciente va recuperándose y trabajando en la terapia, la familia empieza a comunicarse mejor y se modifica para bien.

      No es capricho

      Hoy que tengo 32 años puedo decirte que maltraté mi salud desde muy temprana edad y que si hubiese tenido todo el conocimiento y la aceptación de mi cuerpo que tengo hoy, no hubiese pasado por situaciones tan críticas. Me pregunto por qué no hablé con mi familia a tiempo, por qué me dejé maltratar por mis compañeras del colegio, por qué no hablé con alguien en quien pudiera confiar antes de que todo esto me invadiera hasta un punto límite.


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