Miradas sobre la subjetividad. Jorge Eliécer Martínez Posada
la crisis del estado benefactor en Francia, ya no pueden percibir subsidios del Estado durante sus períodos de “inactividad”. Esto generó un grave conflicto laboral, pues los intermitentes empiezan a organizarse no como sindicato, sino como una red que reclama el reconocimiento del carácter socialmente productivo de sus actividades durante el tiempo de desempleo, es decir, de las actividades que ellos desarrollan “fuera del mercado”: autoformación, cooperación, investigación, ensayos, consolidación de redes sociales, afectivas, intelectuales, etcétera. Como puede verse, se trata justo de aquellos aspectos que el capitalismo actual tiende a explotar sin compensación por tratarse de actividades realizadas “fuera del tiempo de trabajo”. La lucha de los intermitentes es, pues, una lucha por el reconocimiento de que el trabajo para el mercado no es la única forma de producción, sino que existe una multiplicidad de formas de trabajo que son socialmente productivas, aunque no correspondan a modelos mayoritarios. Se trata de lo que los operaístas definen como “trabajo vivo”.
La lucha de los intermitentes no es para ser “incluidos” en un modelo mayoritario de trabajo, sino para afirmar su singularidad como intermitentes, a la vez que para criticar la privatización de la producción social inmaterial. No luchan entonces para ser mayoría, sino para “devenir-minoría”, en el sentido explicado anteriormente. Son luchas que han sido replicadas por otros movimientos sociales en Europa, como aquellos que reclaman el libre acceso a las ideas e innovaciones tecnológicas que producen los trabajadores inmateriales en su tiempo de no empleo. Las iniciativas de software libre, copy-left, creative commons, etcétera, obedecen precisamente a la idea de que el “trabajo vivo”, aquel realizado por los trabajadores inmateriales antes de ser capturado como mercancía por las empresas, es un trabajo social y, por lo tanto, debe ser puesto gratis al servicio de toda la comunidad. Esto quiere decir que el conocimiento, en lugar de ser apropiado por la empresa privada mediante los regímenes de propiedad intelectual, debe ser totalmente accesible a las redes sociales que lo produjeron. De este modo, el libre acceso a los bienes inmateriales se está convirtiendo en uno de los “derechos fundamentales” reclamados por la joven izquierda europea contemporánea. Es también el reclamo de muchos estudiantes en Francia, Alemania y Gran Bretaña, quienes exigen la creación de universidades donde la investigación que hacen ellos mismos y sus profesores circule libremente por todo el conjunto social, en lugar de universidades orientadas hacia la investigación para la empresa, lo que hoy día se llama “investigación pertinente”. Es un reclamo por el estatuto social y no empresarial de la Universidad.
El enemigo común de todos estos nuevos frentes de lucha es la economía global neoliberal, que se sostiene sobre la captura del trabajo vivo de los trabajadores cognitivos. Formarse en una actividad y aprenderla a hacer forma parte del trabajo vivo porque dependen de la constitución de redes sociales afectivas, cognitivas y volitivas (lo que autores como Virno y Negri denominan el general intellect), aquellas precisamente que son capturadas noopolíticamente en las sociedades de control.
Para terminar, quisiera concluir con una frase de Lazzarato que resume su concepto de noopolítica y la estrecha vinculación entre economía y cultura, tema central de su reflexión: “El cajero automático es un sistema de regulación y de control sin significado, ya que me recuerda sin cesar el saldo de mis signos sin poder, y modula así, constantemente, la necesidad de trabajar”.
Bibliografía
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Buscar el paraíso en la boca del lobo: ¿sujetos y actores concretos en violencias difusas?{1}
ASTRID FLÓREZ{*}
Guerra y sujeto, qué odiosa ecuación para toda analítica. Ecuación
viva, vivida, plano donde lo único que resuena dulce es la posibilidad
de la innovación [...] la perspectiva del sujeto es la de la lucha dentro
de esta guerra, ¡guerra a la guerra!
FABIÁN ACOSTA
En Colombia, todas las personas podemos narrar una historia de violencia, bien sea por experiencia propia o bien de oídas. ¿Qué puede explicarlo? ¿Quiénes pueden darnos una respuesta satisfactoria al respecto? Quiero explorar un primer camino: los procesos de socialización en Colombia han estado marcados por una fuerte violencia de orden material y simbólica que ha contribuido a la conformación de subjetividades subordinadas, que a su vez son el fundamento de un proyecto social y estatal autoritario que se puede respirar en cada esquina. En la base de este problema se encuentra una cultura política intransigente que no reconoce la diversidad de modos de ser y existir; lo que podría explicar algunas causas y lógicas de la guerra que vivimos.
Pese al difícil conflicto armado colombiano, la realidad contrasta con una cantidad enorme de expresiones públicas frente a esas múltiples formas de violencia que nos invaden —así lo han demostrado las movilizaciones de febrero, marzo y julio pasados—. Se asiste a un tipo de acción colectiva contestataria (García, 2005) en la que participan una multiplicidad de actores sociales que se enfrentan a una grave crisis humanitaria y a una autonomización fuerte de sus proyectos sociales en busca de alternativas a la guerra. Las expresiones públicas masivas no son per se democráticas, pacíficas o propositivas, no gustan a todos, ni sus participantes asisten de manera consciente y altruista.
Muchos de nosotros enfrentamos cada día preguntas de nuestros hijos pidiendo explicaciones sobre