Plan B. Jana Aston
3
Daisy
¿Recordáis esa película protagonizada por dos hombres que se cuelan en las bodas para ligar sin tener que pagar la bebida o la cena?
Pues esto no es así.
Esto es una embarazada que va a colarse en una fiesta de jubilación para comunicar al que la ha preñado que va a ser padre.
No me rebajaría tanto como para arruinar una fiesta de jubilación, pero estoy desesperada. Además, tampoco me quedaré a cenar. Será entrar y salir. Solo Kyle sabrá que he ido. Y es probable que ni siquiera pique nada, a no ser que un camarero pase con una bandeja de pepinillos o algo similar y no pueda resistirme. Es broma, no tengo el típico antojo de pepinillos. Es más un antojo por todo lo que no sea un pepinillo.
Bueno, que ese es el plan.
Si es que Kyle asiste.
Creo que hay muchas posibilidades de que vaya porque su abuelo es el homenajeado de la celebración y, por lo que he averiguado en internet, Kyle acaba de asumir el cargo de director ejecutivo de la empresa familiar.
Empresa que viene a ser KINGS, la cadena comercial más importante de Estados Unidos.
Lo ascendieron hace poco, de hecho, a la semana de dejarme embarazada.
Su ascenso es el único motivo por el que sé quién es y dónde encontrarlo. Descubrí su nombre aquel fin de semana, pero no lo reconocí. ¿Por qué iba a hacerlo? Solo era un tío que había conocido mientras estaba de paso por Filadelfia, y su apellido era Kingston, y la franquicia se llama KINGS.
Cuando descubrí que estaba embarazada, lo busqué en Google con la esperanza de encontrar un perfil de Facebook con su foto y enviarle un mensaje rápido para seguir adelante con mi vida. Para pasar de él. En cambio, el primer resultado que me salió fue un reportaje del New York Times con el logo de KINGS y una foto de Kyle como todo un empresario. El artículo adjunto hablaba de que el abuelo de Kyle y fundador de la compañía, William Kingston, se jubilaba, y de que su nieto se convertiría en el nuevo director ejecutivo de Empresas Kingston.
Empresas Kingston, dueña de los seis mil KINGS de Estados Unidos. Locales de diferentes tamaños: desde tiendas de productos básicos a la vuelta de la esquina hasta hipermercados y economatos. Por lo tanto, comprendí dos cosas. La primera, Kyle Kingston era el heredero de un imperio minorista que llevaba su nombre, y la segunda, iba a ser imposible contactar con él.
Entonces, en un golpe de suerte, por una casualidad o una intervención cósmica, me invitaron a un congreso que se celebra la semana que viene en Filadelfia. «Mira qué bien, así mato dos pájaros de un tiro», pensé. ¿A que sí? Asistiría al congreso y aprovecharía para dar con Kyle. Así que busqué en internet con la esperanza de que la suerte no me hubiera abandonado y encontrar la dirección de su casa. Acamparía en su puerta hasta que apareciese, lo que fuera necesario. Ya sé que no está bien acosar a la gente, pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas.
Además, ¿quién no ha acosado a alguien alguna vez? Todos lo hemos hecho de una forma u otra. Hurgar entre las cosas de tu novio. Escuchar a unos desconocidos conversar en plena calle. Y todos aquellos con acceso a internet han buscado algo que no era asunto suyo, no importa si una vez o quinientas. Es lo más normal del mundo.
Así que busqué. Y busqué y busqué. Pero, al parecer, mis habilidades de espionaje son un desastre, porque solo descubrí que tiene una hermana llamada Kerrigan. Lo único que tienen en común con las Kardashian es que su apellido también empieza por K, porque los Kingston son muy celosos de su vida privada. La hermana tampoco tiene redes sociales. Había imaginado que podría acosarlo a través de ella, pero no caerá esa breva. Sus padres fallecieron en un accidente de avión hace cinco años. Había algunos artículos antiguos sobre el asunto, pero, por lo demás, no había mucho de donde tirar. Hasta que, de repente, vi que hablaban de la fiesta de jubilación de William Kingston. Kyle iría, ¿no? ¿Cómo no iba a asistir cuando acababan de nombrarlo jefe de la empresa que fundó el mismo abuelo que ahora se jubila? Colarme en esa fiesta era mi mejor baza para hablar con él en persona.
Reconozco que viajar a otro estado con el objetivo de colarme en un evento privado para hablar con alguien es un poco siniestro y es probable que sea un delito federal. Así es como funciona un delito federal, ¿no? ¿No consiste en que una vez cruzas la frontera de un estado para cometer un delito pasa a ser federal? Da igual, qué más da. Las hormonas ya me hacen delirar. No cometeré ningún delito; solo hago todo lo que está en mi mano para decirle a Kyle que, sin querer, se dejó su esperma en nuestro último encuentro.
Vale. Está claro que no lo he superado, pero estoy en ello, lo prometo.
Además, voy a asistir a un congreso; no es que haya ido a Filadelfia solo para acosar a alguien. Hace un par de años que deseo asistir a este congreso en concreto, pero nunca lograba cuadrarlo en la agenda. Hasta que hace dos semanas se pusieron en contacto conmigo para que asistiera, algo verdaderamente importante. Tengo alojamiento y acceso gratis. Además, es una gran oportunidad para hacer contactos.
Así que le endosé mi trabajo a mi hermana gemela y puse rumbo a Filadelfia unos días antes con el objetivo de encontrar a Kyle y acabar de una vez con el problema.
Intento no refunfuñar mientras me abro paso por el aeropuerto de Filadelfia. Acabo de llegar de Chicago y estoy más inquieta que una niña con sobredosis de azúcar por culpa del rato que llevo encerrada. Estoy nerviosa. Ahora sí que sí. La fiesta es esta noche y, como no localice a Kyle, no sabré qué más hacer para hablar con él. Solo me quedará contratar a un abogado para que le lleve los papeles. Creo. ¿Eso se puede hacer? No quiero nada de él, así que no creo que pueda contratar a un abogado para que sea mi mensajero personal. No quiero su tiempo y no espero que me ayude a cambiar pañales. Solo quiero hacer lo correcto y seguir con mi vida. Quizá consiga su número por si el niño o la niña quiere llamar a su padre algún día.
¿Por qué es tan difícil hacer lo correcto? Es injusto por muchas razones. Pero haré lo que sea necesario para llevar esto de forma civilizada. Por el bebé. Algún día tendré que inventarme una historia bonita y convincente para contarle de dónde vino. Creo que me decantaré por algo como «no estábamos hechos el uno para el otro, pero te tuvimos a ti y eso es lo único que importa».
Vuelvo a suspirar y doy golpecitos con el pie derecho. Me parece una historia horrible hasta a mí, pero ya tendré tiempo de mejorarla. Para cuando el niño se haga preguntas, ya habrán pasado algunos años y no se fijará apenas en los detalles. Hará tanto de ello que no necesitará saber que «no estábamos hechos el uno para el otro» en realidad significa «fue un rollo de una noche» porque «papá tiene una sonrisa y unos abdominales que quitan el sentido».
Para cuando este niño se preocupe lo bastante como para preguntar, será una historia tan antigua que, quizá, los hechos estén algo cambiados. Y, con suerte, Kyle pesará veinte kilos más y estará calvo.
Vale, me he pasado. Lo más seguro es que se vuelva más atractivo con el paso de los años, que es como envejecen los hombres, y yo me alegraré por él como la buena persona que soy.
A no ser que tenga que llamar a un abogado. Es difícil que una historia en la que haya un abogado de por medio tome un cariz romántico. Además, no me quiero ni imaginar lo que costaría y el lío que se armaría. No me apetece montar un circo. No soy esa clase de chica.
Me pregunto si recordará mi nombre. ¿Le dije mi apellido? Creo que no. Imagino a su bufete de abogados sacando el tema en una junta semanal y me quiero morir. «Y, por último, señor Kingston. A la señorita Daisy Hayden le gustaría informarle de que va a ser usted padre. Asimismo, le exige que repase las instrucciones de uso del preservativo y que le devuelva su cámara». ¿Se acordará así? Si roba a todas las chicas con las que se acuesta, puede que no. Bicho raro.
Un bicho raro, rico e imbécil. He oído de gente rica que experimenta una subida de adrenalina al robar en tiendas y de pervertidos cuyo fetiche es robar ropa interior. Pero llevarse mi cámara fue ruin y punto. Comprarme otra me costó cuatrocientos dólares y perdí las fotos de la semana porque todavía