Plan B. Jana Aston
dólares. El tío es el heredero de un imperio minorista, por lo que seguro que puede permitirse su propia cámara, y con descuento, además.
La peor de todo es que ni siquiera me molestó tanto como cabría esperar. En una ocasión, pillé al chico con el que salía mientras sacaba dinero de mi monedero para pagar una pizza que él mismo había pedido… sin preguntarme siquiera. Y la había encargado con aceitunas. Odio las aceitunas. Los novios que se bebían mi última agua con gas o no tenían dinero para pizzas eran mi pan de cada día, por tanto, que Kyle me hubiera robado la cámara me pareció normal. Merezco algo mejor, lo sé. Estoy en ello.
Suspiro al salir del aeropuerto por unas puertas automáticas. Por lo general, a los veinte minutos de aterrizar ya estoy en el taxi, ya que suelo llevar equipaje de mano. Soy una experta en preparar maletas ligeras.
¿Sabes quién no puede ir ligero de equipaje?
La gente con niños.
La gente con niños viaja con dos maletas facturadas, un carrito con funda y un gatito de peluche llamado Colechester que no se puede perder bajo ningún concepto, a no ser que quieras que se arme la de Dios, David.
Vale, ese ejemplo en concreto era la familia que estaba detrás de mí en el avión. Pero es lo que ocurre, y lo sabéis.
Los niños suponen llevar muchos trastos encima. Y a su paso dejan migas de galletas con forma de pez y sabor a queso. Dan patadas en el respaldo de los asientos de los aviones. Gritan. Y, de vez en cuando, te tiran una galleta de esas cuando sus padres no los ven porque han cerrado los ojos de lo cansados que estaban ya antes de despegar.
También te saludan con la mano y te dicen «hola» con la voz más dulce que puedas imaginar. Y te sonríen como si fuerais cómplices en una broma. Y a veces, si tienes mucha suerte, hasta te dejan un gatito ligeramente húmedo llamado Colechester, por lo que no pueden ser tan malos.
Ruego en silencio que mi hijo no sea de los que dan patadas a los asientos, y para que pueda comprarle un juguete de repuesto por si le pasa algo a su favorito, y le meteré un chip de rastreo para localizarlo si se pierde. Al juguete, no al niño. No voy a perder al niño.
Hablando de sustitutos, me llama la mía.
—¿Ya te has arrepentido? —pregunto al descolgar a la vez que arrastro el equipaje de mano con suavidad y me pongo a la cola de los taxis. La sermoneo, medio criticándola medio animándola, sobre lo fácil que es hacerse pasar por mí en el trabajo mientras espero al taxi.
Por cierto, el plan B empezó en el momento en que eché a mi hermana de casa. Suena peor de lo que es. La quiero. Más que a nadie en el mundo. Por eso tenía que librarme de ella, para protegerla.
Violet es mi gemela idéntica y va como pollo sin cabeza porque le he pedido que me sustituya esta semana. Bueno, para ser exactos, le he pedido que se haga pasar por mí. Suena peor de lo que es. ¿O tal vez es tan malo como parece? Es una locura, pero a la vez es una idea brillante.
Soy guía turística en Sutton Travel. O lo era. En teoría, todavía lo soy, pero tengo los días contados. No porque no sea buena. Soy genial. Las opiniones de mis clientes son excelentes. Mi expediente es impecable y me encanta mi trabajo. Lo adoro.
Pero…
No puedo trabajar de eso con un niño. Así que tictac.
Imagina que hay otra persona en el mundo que es igual que tú. No aprovecharlo implicaría tener muy poca visión de futuro, ¿no crees? Pues eso mismo pienso yo. Y que conste que nunca nos hemos intercambiado con mala intención o en beneficio propio, salvo aquella vez que, con trece años, la convencí para que hiciera mi examen de ciencias. No repetimos la experiencia porque no valía la pena. Sí, saqué un sobresaliente, pero a Violet le corroía tanto la culpa que me obligó a memorizar la tabla periódica para poder vivir con el engaño. Lo cual fue un verdadero rollo. Si hubiera querido aprender la estructura de la materia, habría prestado atención en clase, no me habría molestado en intercambiar la ropa y la mochila con mi hermana en el baño del colegio para que hiciera el examen por mí.
De todos modos, solo nos intercambiamos por una buena causa, como si fuera un superpoder. Y que me sustituya ahora es más por Violet que por mí. Pero ella no lo entiende, o no habría accedido. «El amor es duro», me recuerdo en silencio mientras suspiro con fuerza.
—Estoy tan cansada de tus mierdas, Violet. Deja de comportarte como una cría y hazlo.
—Gracias, Daisy. Qué cosas más bonitas me dices.
—De nada. Nadie te obliga. Si quieres volver a mi casa y pasar otros seis meses de morros en el sofá, adelante. Vete a mi habitación, si te apetece. Total, yo no estoy.
«No vuelvas a mi casa», le suplico en silencio. Necesito que recupere su vida antes de que descubra que estoy embarazada. Me mata no decírselo, pero es por su bien. Si lo supiera, antepondría mis necesidades a las suyas, y no puedo permitirlo. Además, solo le pido que me sustituya esta vez, no durante todo el embarazo. Solo quiero sacarla un poco de su zona de confort. Como mucho, hará que me despidan y, si no, ya dimitiré yo cuando vuelva del viaje.
Tal vez sea innecesario decirlo, pero Violet es la gemela buena. La responsable. No digo que yo sea la mala, para nada. Soy buena persona y es de tontos pensar que solo porque haya dos de algo, uno tiene que ser bueno y el otro malo. La vida no es solo de color blanco o negro, al igual que las personas, que son como tarros llenos de caramelos. Una variedad de sabores, sensaciones, gustos y colores. En todas hay algo de bondad y algo de maldad. Algo de luz y algo de oscuridad. Es lo que hace que el comportamiento humano sea tan difícil de predecir y tan fascinante al mismo tiempo.
Pero me conozco lo bastante como para saber que la gente consideraría a Violet la buena. Ella es la organizada, la que sigue las reglas, la perfeccionista. Siempre lo ha sido. Era la niña que pedía permiso. Yo, la que se tiraba a la piscina y luego se disculpaba.
Está claro que no es la gemela que se quedaría embarazada de un rollo de una noche.
Violet es la hermana más leal del mundo y haría cualquier cosa por mí, incluso descuidar su vida por centrarse en la mía. Que es justo lo que haría si descubriera que estoy embarazada y el motivo por el que se lo he ocultado. Me mata no decírselo. Por lo general, se lo cuento todo, pero ahora mismo no pasa por su mejor momento. De ahí que haya venido a vivir conmigo una temporada. Pero, como se entere de lo del bebé, insistirá en hacerlo permanente. En quedarse a ayudar. Vivirá su vida en base a lo que es mejor para la mía.
No puedo permitirlo.
Así que tocaba echarla del nido, por así decirlo.
—Necesitas espabilar. ¡Una aventura!
Ahora estoy reforzando mi argumento de venta, aunque tampoco es muy difícil, porque la verdad es que le vendría bien tener una aventura. En una serie de catastróficos eventos, se quedó sin trabajo, sin novio y sin casa de golpe. Así fue como acabó en mi sofá. No paso por alto lo injusto que es. Violet lo planea todo al detalle y yo, que me dejo llevar por la intuición, tengo un apartamento y dos trabajos.
—¿No te aburres, Violet? Tendrías que vivir un poco. Soltarte la melena. ¡Agarra la vida por las pelotas!
Ojalá agarrara a algún tío por las pelotas. No creo que haya estado con nadie desde el idiota de su ex, y si alguien merece tener una aventura, esa es Violet. Estoy segurísima de que su último novio era un desastre en la cama, aunque no lo reconozca. Ella dijo que estaba bien; no me hizo falta oír más. «Bien» en la cama no es una valoración demasiado grandilocuente. Eso sí, me iría de perlas para el blog. Me guardo la idea por si decido darle otro aire o enviar un artículo a Cosmo. «Bien en la cama: cómo evitar que tu amante te ponga un cero». O «Bien en la cama: las palabras que ningún hombre quiere oír». El título es mejorable, pero la idea es buena, y escribir por cuenta propia es perfecto para mis ingresos.
Me va muy bien; es algo que parece sorprender a mucha gente. De verdad, veo las miradas que me echan cuando menciono que soy bloguera como si dijeran: «Mírala, en el paro». Y si cuento que soy guía turística,