Plan B. Jana Aston

Plan B - Jana Aston


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principal fuente de ingresos durante los últimos dos años, y no es que sea poco. No he dejado de ser guía turística porque es un trabajo estupendo y lo puedo complementar con el blog, que principalmente es de viajes. Además, en mi página web vendo un curso para aquellos que quieran iniciarse en el mundo de los blogs: las mejores prácticas para las redes sociales, cómo construir una plataforma y captar la atención de los anunciantes. Ese tipo de cosas.

      El trabajo de guía turística no se puede compaginar con un bebé, lo que significa que tengo los días contados. Maldito tictac. Había pensado en dejarlo dentro de unos meses; dependerá de los horarios de las visitas y de cómo esté. Ir apretujada en el autobús y guiar a un montón de turistas por Estados Unidos será imposible en la recta final del embarazo, y ya ni te cuento al ser madre soltera. No tendría a nadie con quien dejar al bebé mientras estuviera de viaje (entre siete y catorce días). Además, no quiero separarme del niño o niña entre siete y catorce días. No me lo imagino. Es pronto e inesperado, pero no me imagino sin el bebé tanto tiempo.

      Así que cuando me invitaron al congreso de blogueros, decidí acelerar el proceso de mi dimisión. Pero eso fue antes de que se me ocurriera una idea mejor: enviar a Violet. Doble victoria, ¿no? Si no fuera porque es de las que cumplen las normas a rajatabla. El yin de mi yang. Solo le pido que me sustituya esta vez, para sacarla un poco de su zona de confort.

      Pero no pretendía estresarla. Si no quiere hacerlo, que no lo haga. Quería que lo pasara bien, no que sufriera un ataque.

      —No te preocupes, Vi —digo—. Hazlo o no lo hagas. Quédate o vete.

      —¿Que no me preocupe? —me grita Violet al oído porque no tiene ni idea de lo que ocurre—. Como me vaya, te van a echar. La visita empieza en cinco minutos y tú no estás. ¿Dónde estás, por cierto? ¿En un aeropuerto? Porque es lo que parece. ¿Y cómo es posible que no te importe que te despidan? Es algo muy serio.

      Tiene razón. En lo del aeropuerto, no en lo del despido.

      —No es para tanto. Te digo lo mismo que antes. Míralo con perspectiva, Vi. —Ella refunfuña, pero yo solo trato de animarla—. La vida cambia a diario. Nunca se sabe lo que pasará mañana, créeme. Aprovecha el día.

      —¿Qué es tan urgente para que te juegues el puesto? —exige saber—. Es un trabajo muy bueno.

      —Tengo que hacer una cosa —contesto—. Te dejo. Súbete al autobús y finge que eres yo. Me has visto hacerlo, no es tan difícil.

      Hice ese mismo recorrido con ella el mes pasado porque no se habían vendido todas las entradas y sobraba sitio en el autobús. Por aquel entonces, no sabía que estaba embarazada, pero ahora sonrío ante la ironía. ¿Veis como dejarse llevar por la intuición a veces sirve de algo? Nunca fue mi intención pedirle que se hiciera pasar por mí en el trabajo, pero así están las cosas.

      No le digo que la visita es irrelevante. Que lo único que me importa es que se divierta, que se le pase el bajón, que siga con su vida antes de descubrir que estoy embarazada y lo deje todo para cuidarme.

      —Voy a meter la pata —dice Violet—. ¿Cómo voy a hacer de guía si solo he hecho el recorrido una vez?

      —Eso ellos no lo saben, Violet. Ya lo hemos hablado. Nadie se enterará de que no sabes lo que haces. Diles lo que quieras. Tú sonríe y asegúrate de no perder a nadie en los descansos para ir al baño. Venga, que lo vas a hacer genial.

      —No sé yo —responde, dubitativa.

      —Y te regalo el cheque que me dará Sutton Travel por la visita. Lo pongo en tu cuenta. —Violet suspira—. No eres tonta, así que dudo que confundas la Casa Blanca con el Capitolio. Tú mira la chuleta que te he preparado.

      —Es una idea horrible, en serio —masculla, pero sé que lo hará. Se lo noto en la voz. La conozco casi tanto como a mí misma.

      —Es una idea brillante —replico con una sonrisa, aunque no me vea. Lo digo en serio—. Te quiero. Eres mi mantequilla de cacahuete.

      —Y tú mi mermelada —contesta Violet, y colgamos el teléfono.

      Es una cosa nuestra. Una cosa de gemelas. Una dice algo y la otra tiene que responder con algo que lo mejore. Como nosotras, que somos un lote. No me imagino cómo habría sido crecer sin ella. De pronto, me invade la tristeza al pensar que mi bebé será hijo único durante muchísimo tiempo. Lo más probable es que solo nos tengamos el uno al otro.

      A no ser que vengan dos. Dos bebés que bañar, que cambiar y que hacer eructar. Dos bocas que alimentar. Dos juguetes favoritos a los que seguir la pista en lugar de uno.

      Madre mía, agárrate que vienen curvas.

      Me recuerdo a mí misma que las estadísticas están a mi favor —para tener un bebé, no dos—. Pero parece que he olvidado que las estadísticas son una mierda de por sí. Por probabilidad, no debería haberme quedado embarazada la primera vez que tenía sexo en meses, pero díselo tú a la frambuesa que está creciendo en mi útero. Un momento, ¿los bebés crecen en el útero? ¿O en la matriz? Es lo mismo, ¿no? ¿Por qué no sé estas cosas?

      Decido que está en el útero y suspiro.

      Tiro el equipaje de mano al asiento trasero de un taxi y me subo. El congreso empieza el lunes, pero el evento benéfico en el que me voy a colar es esta noche. Si no consigo entrar y hablar con Kyle, entonces no sé cómo contactaré con él sin que haya abogados de por medio. Quiero dejarlo hecho hoy para centrarme en el congreso y no en el padre de mi hijo.

      No será tan difícil entrar, ¿verdad? Es una fiesta de jubilación, no la Gala del Met ni el desfile de Victoria’s Secret. Tampoco es el acontecimiento del año. Además, en el artículo ponía que se esperaba que asistieran unas quinientas personas. Ni se darán cuenta de que estoy. Entraré con sigilo, encontraré a Kyle, le contaré lo que necesito decirle y me iré sin que me vean. En silencio. Quedará entre nosotros.

      Suspiro con alivio porque va a salir bien. Tiene que salir bien, porque como no lo encuentre allí, no sé cómo hablaré con él. Pero no pasa nada, tengo un buen presentimiento. En serio.

      Empieza el juego, Kyle Kingston.

      Capítulo 4

      Daisy

      Me miro en el espejo para asegurarme de que no tengo pintalabios en los dientes o una mancha de desodorante donde no debería. Llevo un vestido negro y mis tacones favoritos. La clase de zapatos que me hicieron ponerme a dieta de penes. El tipo de tacones que a los hombres les gusta tener alrededor de la cintura. Los miro con tristeza, consciente de que el único sitio en el que acabarán esta noche es en mi maleta en cuanto termine el evento.

      Me encanta este vestido. Llega hasta los pies y tiene una abertura en el lado izquierdo. La tela brilla un poco y me roza las piernas al andar. Es sexy, pero no enseña demasiado. Unos tirantes finos como espaguetis unen la parte delantera con la de detrás, lo que me deja los brazos y los hombros al descubierto.

      Me he hecho un moño bajo. Llevo unos pendientes normalitos y un bolso negro muy sencillo. No tengo nada lo bastante sofisticado para este evento, pero me las he ingeniado. Me he maquillado como corresponde a un evento nocturno; solo con los ojos he tardado diez minutos. Delineador, sombra de ojos y rímel. Mis cejas, del mismo color oscuro que mi pelo, dibujan unos arcos perfectos que me resaltan los ojos azules. Para los labios he usado un tono magenta mate.

      Estoy guapa.

      Arrugo la nariz mientras me miro al espejo del tocador, pero estar mona le quita importancia al hecho de que voy a colarme en una fiesta para dar con un hombre. Buf, no estoy hecha para el acoso.

      Suspiro y guardo la llave de la habitación en el bolso. El bolsito es más que nada para aparentar, porque presentarme solo con la llave del hotel quedaría raro. No estaré tanto tiempo como para que valga la pena llevarme el pintalabios, así que solo llevo la llave del hotel, el móvil, una tarjeta de crédito y dinero en efectivo por si acaso.

      Tengo


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