Seda de Florencia. Pilar de Rosa
que no debía. Si tenía hijos con él le arrebataría a María Rosa algo que pensaba que debía ser exclusivo de ella: ser la madre de los hijos de Nicolás. Nunca pensó que podía pedirle a Dios que Nicolás muriera, pero lo hizo, cualquier cosa antes de verlo sufrir de aquella manera. Nunca pensó, claro que nunca lo pensó. No se puede planificar la vida, se pueden hacer planes, pero la mayoría de las veces no se cumplen.
Las gafas y el libro, él se los recogía y los dejaba encima de la mesilla, luego se acostaba a su lado y la besaba, y si ella respondía comenzaban su juego amoroso. Si no había respuesta, apagaba la luz (nada de eso le interesaba a la señorita Rovira). Aunque talvez se diera cuenta de que en 1981, el año en que Nicolás enfermó y murió, no se editaron nuevos catálogos. María Luisa y Antonia se ocuparon de todo, la una en Pontes y la otra en Madrid. No hubo pérdidas, formaban un buen equipo.
Durante muchos meses no dibujó nada, apenas pisaba la tienda y no fue a Pontes, todo su tiempo estuvo dedicado a él. Seda de Florencia perdió su importancia. ¡Qué agonía tan lenta y dura! No quería recordarlo sufriendo de aquella manera sino en su sastrería con la cinta métrica al cuello, entre telas inglesas, o caminando juntos hacia su casa a la hora de comer, hablando de cuanto había ocurrido en esa mañana, o cuando la besaba al recoger su libro y sus gafas. Tampoco fue un buen año para el taller el año en que murió Adela. El taller era como una persona y tenía sus momentos felices y sus momentos tristes en los que no se tiene ánimo para trabajar, solo se tienen ganas de quedarse sentado mirando al vacío.
A Miguel le habría gustado que su madre se fuera con él a Madrid para poder cuidarla, pero ella no quiso. No quería morir en Madrid, como Nicolás no quería morir fuera de allí. A ella le daba igual cual fuera el lugar de su muerte, aunque si pudiera elegir un sitio elegiría Florencia. Un infarto al salir de la Accademia, mientras caminaba por la calle Ricasoli hacia su hotel; o, aún mejor, a los pies del David. ¡Qué de tonterías podía pensar! El susto que daría a los turistas que en ese momento estuvieran en el museo. Además, si se moría allí durante unas horas tendrían que cerrar y por su culpa alguien se quedaría sin ver al David y a los Esclavos. Nicolás se estaría riendo de ella.
Miró sus gafas y el libro sobre la almohada donde Nicolás había dormido unas cuantas noches. Esa noche dejaría la luz encendida para soñar que él llegaría de madrugada para acostarse a su lado y la besaría antes de apagar la luz. Cerró los ojos, la casa estaba en silencio, Gisela y Aníbal debían de estar dormidos. ¿Y sus amigas? Tal vez les pasara como a ella y los recuerdos se adueñaran de sus sueños. Y la señorita Rovira, ¿estaría durmiendo? Era la culpable de que todas aquellas vivencias volvieran del pasado. ¿Qué decidirían la próxima tarde? No le cabía ninguna duda. Iba siendo hora de dejar de pensar en el pasado, quizá debía de haberse tomado una pastilla para dormir. No, el ruido de la lluvia la arrullaría y si tardaba en dormirse seguiría evocando a Nicolás, ya se despertaría más tarde al día siguiente. Sonrió, solo quedaban unas horas para que volvieran a estar juntas.
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