Lo que vendrá. Josefina Ludmer

Lo que vendrá - Josefina Ludmer


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      Patotas (obrero, dependiente de Álvarez).

      Isidro (peón, depende de Jacinto).

      Jesús (sereno, depende de Álvarez y de todos los personajes en su conjunto).

      (Fuera de la pirámide, marginal, pero dependiente a la vez de Álvarez y del ingeniero

      Zamora, está Sergio García, el plomero).

      Isidro acusa a Jacinto, Jacinto a Álvarez, Álvarez a García, Federico Zamora a Jacinto, Patotas a Federico Zamora. Dos líneas –dos motivos diferentes– convergen en Jacinto, cuya historia narrada desde dentro es historia común de muchos campesinos mexicanos; Jacinto es el cuerpo del grupo, se expresa con el yo narrativo, no está demasiado arriba ni demasiado abajo, y acusa a Álvarez, el capataz que lo manda a trabajar, el que le paga, pero también el que lo protege y le construye su casa. Álvarez es el líder del grupo: su narración surge desde dentro –yo– y desde afuera –él– de acuerdo a su situación: con los albañiles pero también contra ellos; se queda con parte de sus jornales. Álvarez acusa a García, el marginal, el que por circunstancias físicas y de su vida personal mantiene con el grupo una relación negativa de no integración; pone en cuestión al grupo con solo marginarse, constituye capítulos aparte, es narrado desde un exterior absoluto, se muestra en el puro diálogo o desde fuera, su temporalidad no está contraída ni alterada, se da por unidades enteras: un día de García, el momento del interrogatorio. García delata a todos los albañiles, aunque no acusa a nadie; no mantiene con nadie en particular ningún tipo de relación, solo miedo, odio, frustración. El hijo del ingeniero Zamora, el Nene, acusa a Jacinto; es el único personaje de una clase social distinta, que se muestra desdoblado en pensar, sentir y decir; considera animales a los albañiles. Pero Isidro también acusa a Jacinto; Isidro está, respecto de Jacinto, en la misma situación que este respecto de Álvarez: está a sus órdenes, es mandado a trabajar, pero también protegido; Isidro tiene el mismo nombre que el hijo muerto de Jacinto. Patotas, el analfabeto, totaliza al grupo proletario contra el explotador, es el único que no reconoce eslabones intermedios, el solidario.

      En tanto en el interior de este grupo no pueden existir relaciones de igualdad, importa establecer la lógica de las acciones que llevan a cabo, en la palabra absoluta, los personajes. Hay personajes que mandan a trabajar y que protegen, que tienen dinero y poder; hay otros que son mandados y que no poseen. Isidro y Jacinto acusan a Jacinto y a Álvarez no solo porque los mandan, sino sobre todo porque les han dado protección, consejos, casa. Si el personaje inmediatamente superior en la jerarquía ofrece protección y actúa como dador y como padre bueno, el inferior lo odia y desea eliminarlo: este esquema es exactamente homogéneo en Isidro y Jacinto. Esta primera repetición nos lleva a examinar las relaciones que cada miembro mantiene con su superior, aunque no lo delate; en una palabra, qué figura parental hay en cada uno de los personajes.

      Isidro no tiene padre en la novela, simplemente se ha ido; la madre lo manda a dormir afuera por las noches; Isidro vuelve a la obra, donde el sereno (el asesinado) le da consejos y mantiene relaciones sexuales con él. La adhesión de Isidro a Jesús es total: después de nueve meses –los meses de la gestación– de estar con él tiene los mismos gestos, el mismo modo de hablar, el mismo olor. Isidro se identifica con Jesús y le entrega su novia; Jesús la viola. Pero ante Isidro está Jacinto, que le ofrece otro tipo de protección; Isidro lo acusa del crimen de Jesús. Álvarez roba material para construir la casa de Jacinto sin pedirle nada a cambio; Jacinto lo acusa del crimen. Se protege para afirmarse como superior; se niega la protección para negar la autoridad. Sergio García, llamado el cura por los demás albañiles, es un ex seminarista, cuyo “padre” en el seminario, su superior, lo ha separado de la carrera por razones oscuras. El Nene es el hijo por excelencia, el hijo de papá, pero debe afirmar su precaria autoridad ante los albañiles: acusa a Jacinto que lo cuestiona (episodio de las varillas). Álvarez acusa al cura, que no reconoce su liderazgo entre los albañiles. Se trata en todos los casos de dos tipos complementarios de acción que pueden formularse con estas leyes:

      1) Si A está, en la escala jerárquica, por encima de B e intenta protegerlo –es decir, reafirmar su autoridad y superioridad–, B no le reconocerá la protección y lo acusará, deseando su eliminación.

      2) Si A está, en la escala jerárquica, por debajo de B e intenta cuestionar su autoridad, B lo acusará, deseando su eliminación.12

      La narración misma, las secuencias y microsecuencias, son variaciones fugadas sobre el tema de la paternidad y del parricidio: cada hijo narra a su padre y lo mata: Isidro narra a Jesús, Jacinto a Álvarez, el Nene al ingeniero Zamora; el odio y la impotencia ante el superior invade la novela entera: el detective debe abandonar la investigación pues su jefe le pone un plazo perentorio, debe terminarla esa misma noche. Hasta los personajes que no llegan a existir como tales, como el médico al que alude Jesús en su historia del manicomio, tratan de eludir esa estricta legalidad: el médico facilita la huida de Jesús del manicomio, porque allí, por las autoridades, “no puede hacerse nada”.

      Y llegamos a Jesús: se lo ha asesinado, se le ha quitado la mujer y el dinero. Jesús es la víctima y el triunfador al mismo tiempo: roba y no es castigado –la impunidad del robo es absoluta en toda la novela–, posee a Isidro y a Celerina. El viejo Jesús es el mal del grupo: homosexual, mentiroso, ladrón, vicioso, enfermo; todos sus atributos remiten a un anti Jesús; es la inversión –inversión sexual–, es el revés –sereno, trabaja de noche–, es el viejo cuya autoridad nadie reconoce, excepto Isidro. Es la desintegración, la exclusión, la negación. Todos los integrantes del grupo tienen motivos para querer su muerte: por rivalidad amorosa, por conflictos de dinero, por venganza, por necesidad de destruir y perseguir. Jesús es el perseguido; pero Jesús se llama Jesús; su muerte está prefigurada desde tiempo atrás, desde el tiempo legendario de la muerte de su padre; sobre el edificio en construcción ha quedado una cruz desde la fiesta del tres de mayo, esa cruz indica su redención: ha pagado una deuda por el grupo entero.

      Es allí donde comenzamos a ver el verdadero enigma de Los albañiles: no quién fue el asesino, sino qué mitos y qué símbolos en movimiento; el lector debe realizar la misma operación del detective pero en segundo grado, debe estructurar el mito religioso, la figura ética y psicológica.13 El enigma que plantea Leñero son los múltiples sentidos de sus símbolos, que remiten a un trabajo de interpretación: la ambigüedad del símbolo, la indeterminación de los varios sentidos, la equivocidad de las palabras y la anfibología de los enunciados es lo que el detective sabe que tiene que resolver. No caben lecturas a un solo nivel: el intérprete de Leñero es justamente el que da forma igualmente a todas las posibles lecturas; todas las interpretaciones son igualmente necesarias.

      Aquí nos interesaba solo notar las formas y funciones de las dos figuras paradigmáticas que estructuran la novela. Y elegimos Los albañiles para desarrollar este análisis (que podría operarse en cada una de las novelas a partir de La voz adolorida) porque es, entre las obras de Leñero, la de mayor calidad. Desde nuestra perspectiva esto quiere decir: la distancia entre interlocutor y locutor es la mayor, por lo tanto la posibilidad “informacional” del locutor es mayor. Se establece una tensión rota por un equilibrio, roto a su vez por una nueva tensión, entre el yo y los otros, el detective y los albañiles, entre la historia y el discurso. Todos los niveles son igualmente legibles: la novela es a la vez psicológica, sociológica, simbólica, mítica. En Estudio Q el equilibrio comienza a quebrarse: el nivel simbólico y abstracto va ganando terreno, la distancia entre locutor y lector es mucho menor (se trata de un actor y un director escénico) que entre los albañiles y el detective; correlativamente surge la metaliteratura, Leñero comienza a trabajar sobre obras hechas. En El garabato el lector es el personaje y por primera vez está identificado desde el comienzo, y esa concretización absoluta del lector arrastra una desmaterialización igualmente absoluta del locutor: el locutor es ahora una novela. Los niveles de posibles lecturas se han ido desechando uno a uno y la única lectura es la simbólica. El camino que Leñero ha seguido es este: cuanto más concreto el lector, menos concreto el locutor, más desdén por la materialización, más importancia del nivel simbólico, más empobrecimiento. Creemos que Los albañiles es la única novela de Leñero donde están igualmente


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