Los civilizionarios. Víctor M. Toledo

Los civilizionarios - Víctor M. Toledo


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de mover ilegalmente millones de dólares a la campaña de Enrique Peña Nieto, creó el “Fondo Verde”, que dona una parte (¿cuánto?) de las inversiones a la conservación biológica.

      En comal aparte se cuecen Bimbo y Telmex. El primero, por su desbordante campaña donde el osito níveo se pinta de verde: plantas sustentables, empaques degradables y vehículos híbridos cuyos motores eléctricos se nutren de la energía del viento de un parque impuesto con violencia a las comunidades zapotecas del Istmo oaxaqueño. La panificadora también teoriza y con “Reforestemos México” define la sustentabilidad como sinónimo de competitividad y rentabilidad, al fin que nadie cuestiona. En cuanto a Telmex, la alianza WWF-Fundación Carlos Slim-Semarnat, fundada en 2008, ha logrado conformar una estrategia de conservación y desarrollo sustentable de México al apoyar proyectos de conservación junto con organizaciones de la sociedad civil, comunidades rurales e instituciones académicas como el Instituto de Ecología de la UNAM. Todo ello mientras las mineras del grupo arrasan montañas y comunidades, adquieren extensas superficies (Puebla, Hidalgo y Tlaxcala), y la fundación apoya la investigación del maíz transgénico. Finalmente, el caso emblemático de Coca-Cola resulta tan descomunal que sería necesario dedicarle un estudio completo.

      De todo este “lavado de imagen”, sorprende la manera en que los consumidores se dejan a sí mismos “lavar el cerebro”. De alguna forma ello explica porque la elite de consumidores mexicanos (incluyendo científicos renombrados) se ha convertido en una masa silenciosa y conformista, incapaz de generar ideas críticas y en consecuencia de realizar compromisos más allá de sus estrechos intereses individuales, familiares o de gremio. El glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los anestésicos más eficaces del mundo moderno. El futuro que viene, por desgracia y por fortuna, los hará despertarse súbitamente. Pasarán de un sueño construido a partir de una falsa conciencia, a la pesadilla inevitable de la realidad.

      En el ancho panorama del lavado verde (green washing) podemos encontrar varios talentos en el arte de la seducción propagandística. Ahí están Cemex con su “sello verde”, Coca-Cola con su “planeta te quiero”, Monex con su “eco-banca” y Ford con su “iniciativa ambiental”. Pero ninguna empresa había conseguido mayor impacto en el público y en la academia que la frase de la Volkswagen, “Por amor al planeta”. Con este eslogan la corporación automotriz instituyó en México un premio anual de investigación ecológica desde hace diez años y lanzó una exitosa campaña que lo pintó de un verde intenso. Su imagen emblemática a todo color es un auto de la marca bajo un arco iris y seis colibríes revoloteando en un paisaje de pinos y veletas eólicas acompañados de girasoles y animales silvestres al estilo Walt Disney. Una de sus acciones más espectaculares fue sumergir en el Caribe mexicano, frente a las costas de Tulum, un automóvil de cemento de cuatro toneladas de peso como símbolo de su compromiso con los mares.

      Por desgracia (¿o por fortuna?) la empresa alemana ha caído en desgracia y, lo más grave, ha hecho caer su imagen de ambientalista abnegada hasta lo más hondo de la tierra o de los mares. Usted decida. Su trayectoria no es nueva, le ha sucedido lo que a otras corporaciones no menos ambientales. Cemex, por ejemplo, sancionada por fraude fiscal en México (2008) y España (2011), ha sido reiteradamente acusada en varios países por la contaminación que generan sus procesos extractivos y ha logrado que Monterrey se convierta, vaya récord, en la ciudad con el aire más sucio de América Latina a causa de sus 64 pedreras. Telmex, presume la alianza entre la Fundación Slim, el WWF y la Semarnat, mientras las mineras arrasan montañas y comunidades, adquieren extensas propiedades (Puebla, Hidalgo y Tlaxcala) y la fundación apoya la investigación del maíz transgénico. Por su parte, Coca-Cola que, declara también su pasión por el planeta y realiza una “campaña nacional de reforestación y cosecha de agua” ha convertido a México, junto con Pepsi, Danone y Nestlé, en el primer consumidor per capita de agua embotellada del mundo, según lo documenta el excelente libro de Gian Carlo Delgado-Ramos (2014b) Apropiación de agua, medio ambiente y obesidad. La Coca-Cola se dedica a producir dos bienes contradictorios: por un lado, el agua embotellada que publicita ligada a la vida sana, el deporte y la salud, y los refrescos que son fuente de deshidratación, malnutrición y obesidad, además de que genera millones de toneladas de basura plástica. Y lo más grave, como sucede con la minería, el gobierno de México ha otorgado a la Coca-Cola 172 concesiones que corresponden a 48 acuíferos de 28 estados de la República (véase mapas y cuadros en el libro antes citado). Y ¡el agua embotellada es entre 240 y diez mil veces más cara que el agua de la llave!

      Es en este contexto que la empresa Volkswagen falseó las pruebas de las emisiones de gases de sus autos con diesel (unos 11 millones circulan hoy por el mundo), según reveló la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, lo cual afecta a al menos medio millón de unidades. La trampa o artimaña supuestamente mostraba que los autos de la corporación generaban hasta 40% menos gases tóxicos al ambiente. El fraude aceptado por los directivos provocó en unas horas la pérdida de 17 mil millones de dólares de su valor de mercado y la renuncia de su director general. Ante el hecho surgen numerosas preguntas, desde ¿dónde quedó ese amor por el planeta? hasta ¿por qué autoridades ambientales y científicos mexicanos bien conocidos le hacen el juego, sin ética alguna, a las corporaciones? Como puede verse el glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los anestésicos más eficaces del mundo moderno. Un encanto que la realidad, cruenta y terrenal, termina desvaneciendo. Ahora sí, por amor al planeta.

      Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas, cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas, devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas gigantes que husmean el horizonte; y a las locomotoras de pecho amplio, que patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos [...].

      Esto y más escribió Filippo Tommaso Marinetti (1867-1944) en su Manifiesto futurista de 1909, y acaso esta proclama capte y refleje como nada ese impulso nunca antes visto en la historia humana con que el capital se lanzó de lleno a la industrialización imparable, ya recién descubierto el petróleo, su fórmula secreta.

      El maravilloso mundo que se avecinaba para la humanidad a inicios del siglo xx, mediante la innovadora combinación de capital, petróleo y tecnología, se vio sin embargo casi de inmediato interrumpido por su sentido inverso. Y esos tres supuestos pináculos del progreso, el confort y la vida convertida en sueño se utilizaron en cambio para la destrucción masiva, la magnificación de la fuerza y el genocidio nunca antes visto en la historia del planeta. La relativa era pacífica surgida con la posguerra, la década de los cincuenta del siglo XX, volvió a animar durante medio siglo las expectativas de un futuro lleno de plenitudes fincadas en el mercado, las innovaciones científico-tecnológicas y el uso de los combustibles fósiles (petróleo, gas y uranio), especialmente tras la caída de la Unión Soviética, la otra cara de la civilización industrial, convertida en el bastión mundial de una quimera colectivista que se volvió un infierno. El capitalismo entraba de lleno como la única opción de una civilización tecnocrática y materialista basada en el individualismo, la competencia, la corporación, el confort, el consumismo y una necia necesidad de dominar y explotar a la naturaleza. El mejor de los mundos posibles. Marinetti renacía de sus cenizas.

      Hoy, los Papeles de Panamá culminan, son el último eslabón de una cadena de sucesos que tras casi una década colocan las ilusiones del capital en pleno descrédito. Toda civilización se mueve en el tiempo, a través de la historia, en la medida en que es capaz de mover la imaginación de los individuos en torno a expectativas de vida. La falsa conciencia opera entonces como el mecanismo que mueve las energías individuales que, articuladas, generan los procesos societarios que mueven a las sociedades. El capitalismo ha sido el motor de la civilización moderna o industrial; y sus fuegos artificiales, luces


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