Besos de seda. Verity Greenshaw

Besos de seda - Verity Greenshaw


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los utensilios, y constató que la oficina de Hailey hubiera quedado impecable.

      Esa no era la primera ocasión en la que veía en persona a una de las mujeres más exitosas de Nueva York, pero sí la primera que lo hacía frente a frente. No solo eso, sino que podía comprobar que era hermosa, a pesar de la frialdad que destilaba. Parecía inalcanzable. Quizá porque en realidad así era… Poseía un cuerpo hecho para modelar en pasarelas, en lugar de hacerlo en oficinas o salas de reuniones.

      A diferencia suya, que era toda curvas generosas, Hailey Morgan-Scott era alta y ni un solo punto de su atuendo estaba fuera de sitio; sus curvas eran más bien discretas, pero no por eso menos llamativas. A Bianca le parecía intrigante, y ella vivía para descifrar misterios. «Una lástima que fuesen, no solo diferentes en ámbitos sociales, sino también en gustos», pensó llevando el ligero carrito metálico.

      ***

      Cuando llegó a su apartamento, nueve horas más tarde, se duchó. Tenía una fiesta que atender en Tribeca como camarera. El servicio de catering en el que trabajaba proporcionaba el transporte: se reunían en un sitio común, y desde allí llegaban al lugar de destino. Al acabar el evento, lo mismo. No recibía propina, pero esos detalles eran los que conseguían su lealtad como empleada para Burke & Burke, además de que siempre pagaban puntualmente.

      Necesitaba prepararse.

      Iba a ser una larga noche, y tendría que hallar la forma de evitar toparse con su hermano mayor por dos años. De hecho, esperaba que él no asistiese.

      Gregory era el chico dorado, y manejaba el imperio Levesque, así como también a la madre de ambos, Charity, cuando esta trataba de entrometerse en las decisiones corporativas. Que no tuviera comunicación con ellos, no implicaba que las noticias de negocios no se escuchasen en los pasillos de los edificios que Bianca limpiaba. No sentía resentimiento con su hermano, al final, aquella infame Navidad que cambió su vida, él estaba pasando las fiestas con sus amigos en Aspen, Colorado.

      Su familia entró en el olvido para ella tiempo atrás; parecían décadas.

      —Eh, guapa —dijo Jennifer, su mejor amiga, cuando esperaban en la furgoneta de transporte a que el último camarero, Morton, que siempre llegaba retrasado, se uniera—. ¿Cómo terminó de ir el día?

      El vehículo ya iba lleno, y el frío de la ciudad cubría de nieve las aceras. De momento no estaba nevando; eso era de agradecer.

      —No rompí ni un plato en el restaurante, y todos los turnos de limpieza quedaron cubiertos. Deberían darme una medalla —dijo riéndose.

      A pesar de que trabajaría hasta casi la una de la madrugada, la sola presencia de su amiga hacía todo más llevadero.

      —O un aumento de pago por horas —replicó Jennifer con un guiño.

      La muchacha negra era chispeante y con unos inusuales ojos verde oscuro; su cabellera rizada le otorgaba un aspecto sexy cuando vestía para ir de fiesta o cuando se esmeraba cuidando sus bucles. A diferencia de Bianca, ella sí tenía una familia que la adoraba y apoyaba en sus emprendimientos. No solo eso, sino que era generosa hasta el punto de incluir a su mejor amiga en los eventos familiares.

      Jennifer Gurtrie disfrutaba mucho ejerciendo de camarera, porque solía hacerlo junto a Bianca. Beber gratis al final del turno era un plus. Su novio acababa de proponerle matrimonio, así que pronto celebrarían la despedida de soltería. Esta clase de trabajo le permitía tener dinero extra con rapidez. De nueve a cinco trabajaba en el departamento financiero de una compañía de transporte pesado. La paga era decente, y le permitiría costear parte de la luna de miel en el Caribe. Su prometido iba a encargarse del resto, porque era un tiburón de Wall Street. De los buenos.

      —¿Estás segura de que tu hermano puede estar en ese dúplex? —preguntó cuando el conductor empezó a sortear la ruta.

      —No, pero ella es una de sus folla-amigas hasta lo que recuerdo de la publicación de hace un mes de Página Seis. Y mi hermano es de aquellos que no suele enemistarse con sus amantes. —Se encogió de hombros—. A menos que haya cambiado. No lo sé. En el caso de que lo veas…

      —Te tengo cubierta, yo me encargo de avisarte o servir por el sector en el que se encuentre. Por cierto, ¿qué pasó con Ashley?

      —Lo dejamos hace dos semanas —murmuró Bianca—. Ella estaba tratando de olvidarse de una relación pasada, pero no me lo comentó hasta que su ex le pidió que le diese una nueva oportunidad. —Se encogió de hombros—. No estaba enamorada.

      Jennifer le dio un abrazo afectuoso.

      —Ya encontrarás a la mujer que aprecie el tesoro que representas. Créeme, si me gustasen las mujeres, estarías en mi lista de crushes.

      Bianca soltó una carcajada.

      —Gracias por tratar de levantarme el ánimo.

      —Nah, es la verdad. Me alegra que hayas cortado con Ashley, porque tengo una amiga a la que llevo tiempo hablándole de ti. —Sonrió—. Le comenté que, en cuanto estuvieras soltera, os presentaría. ¿Qué tal con eso?

      —Estás mal de la azotea, Jenn, en serio —replicó riéndose—. No estoy con ganas de tener un romance. Ya tengo demasiado en mi plato.

      —Acepta tomar un café con ella. ¿Qué puedes perder? Además, te hace falta relajarte un poco. No puedes matarte la espalda trabajando todo el día, Bianca.

      —Te daré una respuesta más tarde o mañana, ¿vale? —A regañadientes, Jennifer asintió—. Quiero aprovechar la mayor cantidad de trabajos temporales que surjan para ahorrar un poco más y así empezar a bosquejar algunos diseños ya sobre una tela bonita. Quizá en una tienda de segunda mano quieran comprarlos.

      —¡Por favor! ¿Cómo osas pensar así? Tus diseños son extraordinarios, y los he visto con detalle. De hecho, iba a pedirte que hicieras mi vestido de novia. Yo te daría la tela y los materiales, además, claro, te pagaría.

      Bianca bajó la mirada. Eran esa clase de gestos que habían convertido a Jennifer en una de las personas más preciadas en su vida. La hermana que no tuvo por nacimiento, la vida se la puso en el camino como su amiga. Jenn pretendía confiarle un vestido tan especial a ella; a ella que solo tenía sueños e ilusiones que, a sus veintisiete años, ya deberían estar más que concretados.

      —¿Dije algo mal? —preguntó moviendo su hombro contra el de Bianca.

      —No, no —murmuró levantando la mirada—. Solo que no sé si te he dicho que eres la mejor amiga del mundo. —Jennifer expandió su contagiosa sonrisa—. Será un honor diseñar tu vestido, pero no quiero que me pagues. Es un obsequio.

      —De eso nada. —Bianca iba a reprochar, cuando Jennifer agregó—: Eh, ya hemos llegado. En esta fiesta serviremos Dom Pérignon, así que espero que estos ricachones desperdicien suficiente alcohol para disfrutarlo contigo.

      Bianca se rio, y de pronto, a pesar del frío, todo parecía ir bien de nuevo. ¿Cuánto le duraría?, pensó sin olvidar que, de algún modo, el universo a veces confabulaba para joderle la existencia.

      El dúplex era impresionante.

      La iluminación hacía parecer el espacio el doble de grande, y todos los invitados empezaban a llegar con una expresión que solían tener aquellos que no se preocupaban de nada más que disfrutar su fortuna y sus amantes o su familia. Cada prenda que llevaban, calculaba Bianca desde su posición en la cocina junto al resto del equipo de catering, seguro cubriría dos meses de la residencia de sus abuelos. En otra realidad casi olvidada, ella también disfrutó de las mismas libertades financieras, aunque, en su caso, estaba presa en una torre de marfil hasta que se aceptó a sí misma y dejó de lado la preocupación sobre el pensar de otros.

      —Entre los seis camareros se distribuirán en turnos cambiantes cada cuarenta y cinco minutos, suben y bajan, para no hartar a las personas. Les recuerdo que cualquier interacción no profesional con los invitados del cliente será penalizada con un descuento del veinte por ciento de la


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