Besos de seda. Verity Greenshaw

Besos de seda - Verity Greenshaw


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no cometería jamás la equivocación de tutear a una de esas personas.

      El hombre se frotó la barba con los dedos, pensativo. Inclinó la cabeza hacia un lado y la recorrió con la mirada de arriba abajo.

      —Te he pedido una copa de champán —repitió.

      —Por supuesto, ahora mismo…

      —En la habitación de invitados —interrumpió. La sonrisa no estaba más, y había sido reemplazada por una expresión que daba a entender que rechazaría cualquier indicio de una respuesta negativa—. ¿Comprendes?

      Bianca miró a todas partes tratando, entre el mar de gente, encontrar a alguno de sus compañeros del turno de ese momento. La música estaba en volumen alto, el olor a cigarrillo y marihuana no podía pasar desapercibido, y el constante ir y venir hacía difícil captar la atención de alguna persona en particular.

      —Será mejor que…

      Él no le dio oportunidad a continuar hablando. La agarró del codo y empezó a subir a trompicones con ella por las escaleras hacia el piso superior.

      Nadie parecía considerar que era una acción grotesca, sino, más bien, creían que eran dos personas tratando de llegar pronto a algún sitio para fines muy personales. Y no se equivocaban, la gran diferencia era que una de esas dos partes de la ecuación estaba tratando de alejarse sin éxito.

      Bianca no podía agarrar el teléfono para llamar, esta vez sí que tenía el argumento perfecto, a Celeste. Sabía que Jennifer no iba a responderle, porque era imposible escuchar algo entre ese barullo de gente. Empezó a entrar en pánico, mientras era llevada hacia una de las habitaciones. Sin parpadear, Chandler la hizo entrar y cerró de un portazo, su modo de soltarla fue lanzarla al centro del colchón de la cama de dos plazas sin arreglar. Tenía impregnado el aroma a la colonia de él.

      Ella trató de retroceder, pero él, a pesar de la cantidad de licor que había ingerido, actuó más rápidamente. Se abalanzó sobre Bianca restándole capacidad de movimiento. Empezaron a forcejear, y Chandler le abrió los botones de la camisa con facilidad, y estos volaron por el suelo de parqué.

      —No, por favor —susurró, mientras él le agarraba los pechos con dureza, lastimándole la piel, al tiempo que le abría las piernas con las suyas, y trataba de besarla en la boca. Bianca giraba la cabeza de un lado a otro, intentando patearlo sin éxito.

      —Poca cosa, a mí nadie me rechaza, ¿es que no lo sabes? —preguntó sin esperar respuestas. Se desabotonó el pantalón y se sacó el miembro. Su mirada la recorrió con repugnante ansia sexual, excitado ante la posibilidad de violarla tan solo porque se creía con el derecho de hacerlo.

      —Hay muchas mujeres que pueden aceptar tus avances —lo tuteó con desprecio—, ¿por qué tienes que forzar a una que no te encuentra atractivo?

      Eso pareció acicatear la furia de Chandler, quien le propinó una bofetada. Ella sintió el sabor metálico de la sangre sobre su labio inferior. Intentó, sin éxito, contener las lágrimas por el dolor.

      —Vas a tener entonces que aprender un par de cosas, camarerilla ingenua.

      Chandler tenía ambas manos de Bianca sujetas con fuerza con las suyas, y con la que tenía libre maniobraba. Le era fácil al ser más grande y corpulento, a diferencia de ella, que apenas podía con la brutalidad de su fuerza.

      Ella se removía, pero estaba en shock, además de inmovilizada. «¿Cómo puede pasarme esto?», pensó con angustia. La boca asquerosa de ese hombre estaba por todo su cuello y sus pechos. Cuando él le agarró el sexo sobre las bragas, le dieron arcadas. En el instante en que se las desgarró y le acarició los labios vaginales, Bianca gritó de rabia.

      A punto estaba Chandler de penetrarla con el pene cuando la puerta se abrió de sopetón, y alguien encendió el interruptor de la luz. Ella parpadeó y aprovechó un instante de distracción de su atacante para salir de la cama y replegarse en un rincón. Bajó la mirada, mientras alrededor escuchaba gritos y la súbita falta de música.

      ***

      —Mmm… —murmuró Hailey cuando vio a Chandler acercándose a una de las camareras—. Eh, Marlo. Deja de comer esas gambas, mira. —Señaló con discreción hacia el área en la que estaba sirviéndose el bufé—. Creo que el tonto este pretende que la camarera le preste atención a toda costa. No me parece que ella esté interesada e intenta poner espacio con discreción.

      Marlo siguió el sitio al que Hailey señalaba.

      —El idiota todavía cree que las mujeres lo encuentran atractivo con sus modos vulgares de hablarles —replicó riéndose—. Lleva gran parte de la noche tratando de cautivar a esa mujer sin éxito. Si ella quisiera ya lo habría puesto en evidencia…

      —Quizá eso implicaría que pudieran despedirla de este empleo. —Frunció el ceño, porque las expresiones de la mujer daban a entender con claridad que no estaba interesada—. Y no quiere arriesgarse a perderlo, ¿no lo crees?

      —Tal vez —dijo Marlo.

      En ese momento se acercó a ellos Danielle y toda la atención de ambos se centró en la mujer de cabello dorado. Esa noche, llevaba una blusa elegante de seda azul, un pantalón a medida largo, y zapatos de tacón de aguja de Christian Louboutin.

      No tardó en empezar a hacer charla superflua, agradeciéndoles que hubieran acudido a su fiesta de cumpleaños, después empezó a hablar de negocios. Y durante diez minutos, sin parar, alabó su propia gestión como influencer, se atrevió a darle consejos a un aburrido Marlo, y una agotada Hailey. Ninguno la interrumpió hasta que, aparentemente, la mujer se dio cuenta de que estaba haciendo un monólogo.

      —Oh, me encantaría saber si han probado el catering de Burke & Burke, la compañía es lo más solicitado en Manhattan para fiestas de gente bien. —Sonrió llevándose una burbujeante bebida a los labios pintados de rojo.

      —Exquisito todo —dijo Marlo. Sacó los papeles que tenía en la chaqueta y los extendió sobre una de las mesillas altas que tenían cerca—. Sé que es tu cumpleaños, pero ya que eres una persona tan ocupada, ¿qué te parece si de una buena vez concluimos estos detallitos para que Hailey duerma hoy tranquila?

      Hailey quiso reírse, pero un movimiento, que para otros menos observadores pasaba desapercibido, en su visión periférica la contuvo. Chandler estaba mangoneándola. La mujer parecía reticente, y una incómoda sensación se apropió de ella. Se incorporó, pero la mano de Danielle la detuvo. No tuvo más que mirarla.

      —Claro que firmaré los papeles —dijo la rubia—, pero antes, me gustaría pedirte un consejo.

      —¿A mí? —preguntó Hailey riéndose, pero pronto ocultó la risa con una tos disimulada, ante la expresión de advertencia de Marlo.

      —Quisiera que me contaras sobre los secretos para mantener el cabello rojo tan brillante —bajó la voz y agregó—: Claro, salvo que lo tintures. —Le hizo un guiño—. Entonces podemos fingir que jamás te lo pregunté.

      Hailey mantuvo a duras penas la sonrisa. Marlo le dio una patadita discreta que la impulsó a asegurarle que no existía secreto y que se trataba más bien de no lavarlo todos los días, así como cepillarlo un rato en la noche.

      —Ya… —replicó con aburrimiento—. Espero que continúen disfrutando de la fiesta. Uno de mis grandes amigos debe aparecer de un momento a otro.

      —¿Quién sería ese? —preguntó Hailey fingiendo ignorancia.

      —Gregory Levesque, por supuesto. ¿Es que no lo conoces? —preguntó en un tono horrorizado—. Ay, tengo que presentártelo, querida. ¡Vas a adorarlo!

      «Y mis negocios también», pensó Hailey para sí. Observó cómo Danielle firmaba los documentos que Marlo había llevado en el bolsillo de su chaqueta, pues en la bolsa Chanel de Hailey era imposible que entraran.

      Una vez que su molesta anfitriona se fue, ella consideró marcharse


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