Handel en Londres. Jane Glover
en torno al espléndido Leineschloss, a orillas del Rin, en el centro de la ciudad, y al palacio campestre de Herrenhausen, a unos cinco kilómetros de distancia, donde la electora Sofía había creado magníficos jardines barrocos. Las artes prosperaron, mientras que los hombres de talento y conocimiento (entre ellos el matemático y filósofo Gottfried Leibnitz) frecuentaban sus salones. Pero en este entorno tan civilizado también había tensiones y desacuerdos. La familia electoral, con sus lazos de conveniencia con otras potencias europeas, era de una enrevesada disfuncionalidad. El desacuerdo entre las generaciones (un tema recurrente en el acervo genético de la casa de Hannover) era generalizado, y había descortesía e incluso animosidad entre sus miembros. Y, en la primera década del nuevo siglo, la sucesión de la casa de Hannover al trono de Inglaterra consumió sus energías por encima de cualquier otro asunto.
La princesa Ana se convirtió en reina de Inglaterra a la muerte de Guillermo III, en 1702. Pero la persistente amenaza de los descendientes y partidarios del exiliado Jacobo II, junto con los propios paroxismos de culpa retrospectiva de Ana por haber participado en el derrocamiento de su padre, parecieron poner repentinamente en peligro toda la sucesión hannoveriana. El elector sintió una alarmante inseguridad acerca del puesto al que estaba destinado, al igual que su hijo recién casado, el príncipe Jorge Augusto, y su esposa, la princesa Carolina.
Fue ese escenario de convulsa agitación el que se encontró el joven compositor alemán Georg Friedrich Handel al llegar a Londres en el verano de 1710 tras sus triunfos cosechados en Italia. Si bien este músico inteligente, despierto y deslumbrantemente dotado a buen seguro captó de inmediato las complejidades de los vínculos entre Hannover y Londres (una ciudad que tenía en mente visitar de todos modos), es poco probable que pudiese adivinar las profundas consecuencias que tendría su nueva relación con la corte electoral. En efecto, en pocos años la casa de Hannover había accedido al trono inglés (la reina Ana murió, y el elector Jorge Luis se convirtió en Jorge I), y Handel también se había trasladado tentativamente a Londres. Ellos se quedaron, y también él se quedó. La mutua relación de simpatía, especialmente con los jóvenes príncipes (más tarde Jorge II y la reina Carolina), aproximadamente de su misma edad y grandes entusiastas de las artes, duraría el resto de sus vidas. La historia de la música en Londres, y mucho más allá de Londres, cambiaría para siempre.
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«An infant rais’d by thy command» *
[Saul]
PRIMEROS AÑOS
El carismático joven de veinticinco años que entró en el salón de la princesa Carolina en la primavera de 1710 había nacido en el seno de una familia de médicos a finales de febrero de 1685. Georg Friederich Händl era hijo de Georg Händl, un barbero-cirujano radicado en Halle, médico de las cortes de Weissenfels y Brandeburgo. Con su primera esposa, Anna Oettinger, viuda de un colega cirujano, Georg tuvo seis hijos, la mayoría de los cuales se convirtieron en médicos o se casaron con ellos. Tras la muerte de Anna en 1682 se casó con Dorotea Tausch, hija de un pastor de la vecindad, con quien tuvo cuatro hijos más, de los cuales solo dos sobrevivieron a la edad adulta: Dorotea Sofía y Georg Friederich. El joven Georg Friederich fue bautizado en la Liebfrauenkirche de Halle el 24 de febrero, pocas semanas antes del nacimiento, en Eisenach, de su gran contemporáneo, Johann Sebastian Bach.
Muchas de las historias de la infancia de Handel que han viajado a través de los siglos provienen de su primer biógrafo, John Mainwaring. Las Memoirs of the Life of the Late George Frederic Handel de Mainwaring se publicaron en 1760, justo un año después de la muerte de su personaje. Se basaban en parte en el conocimiento que Mainwaring poseía de Handel, pero también en sus conversaciones con J. C. Smith, un joven músico nacido en Alemania aunque (como Handel) naturalizado inglés, que se convirtió en asistente de Handel en sus últimos años. Aunque estas memorias son siempre fascinantes y profundamente conmovedoras, deben ser leídas hasta cierto punto con reservas, sobre todo en lo que atañe a los primeros años de Handel. Los rumores generacionales disuelven la fábula en el hecho, y los historiadores han aprendido a desconfiar de la memoria de Mainwaring. No podemos saber, por ejemplo, si la disconformidad del padre de Handel con la pasión del muchacho por la música fue realmente tan severa como lo indica Mainwaring: «Desde su infancia, Handel había demostrado una inclinación tan fuerte hacia la música, que su padre, que siempre quiso que estudiara Derecho Civil, tuvo motivos para preocuparse. Al comprobar que tal inclinación no hacía sino aumentar, hizo todo lo posible para oponerse a ella. Le prohibió terminantemente que tocase instrumentos musicales, que fueron vetados en la casa, y se le prohibió acudir a cualquier otra donde se hiciese uso de tales objetos»1.
Tampoco debe tomarse demasiado al pie de la letra la historia algo absurda de que el joven Georg tenía «un pequeño clavicordio que había sido introducido subrepticiamente en una habitación en la parte superior de la casa»2, en el que practicaba durante toda la noche mientras la familia dormía; no tenía todavía siete años cuando se supone que esto había sucedido. Lo que sí suena verosímil, ya que fue un patrón que se repitió durante toda la vida de Handel, es el relato de Mainwaring sobre el apoyo principesco. En 1691, el doctor Händl viajó a Weissenfels para visitar a su hijo Karl, que trabajaba al servicio del duque de Sajonia-Weissenfels. Al joven Georg se le prohibió inicialmente acompañarle, pero con mucha determinación (y no poco atletismo), corrió una buena distancia tras el carruaje del doctor y acabó persuadiendo a su padre para que le permitiera visitar a su hermanastro. En Weissenfels, el muchacho descubrió muchos instrumentos de teclado con los que podía practicar («y su padre estaba demasiado ocupado para vigilarlo tan de cerca como lo hacía en casa»)3. Una mañana estaba tocando el órgano en la iglesia, y el duque, al saber por su criado que el niño que tocaba con tanta destreza era su hermano, «quiso verlo»4. Con encanto ducal y la mayor diplomacia, el duque habló con el doctor Händl, y lo persuadió para que dejara que el superdotado muchacho estudiara música en serio. Más aún, «el duque llenó sus bolsillos [del niño] con dinero y le dijo con una sonrisa que, si se aplicaba en sus estudios, no le serían necesarios más estímulos»5.
Así pues, Handel quedó bajo la tutela del organista de la Marienkirche de Halle, Friedrich Wilhelm Zachow. Competente músico todoterreno que tuvo éxito como compositor e intérprete, Zachow fue asimismo un magnífico maestro. Entre sus funciones en la Marienkirche figuraba la de dirigir a una impresionante cohorte de músicos en largos conciertos que se celebraban cada tres domingos; fue sin duda una gran suerte que, desde muy temprana edad, el joven Handel pudiese experimentar de cerca este tipo de creación musical de alto nivel y, aún más, que pudiera observar los métodos y las prácticas que se aplicaban en ella. Handel mantuvo su cercanía con Zachow incluso después de abandonar Halle, encontrándose con él cada vez que regresaba para visitar a su propia familia, hasta la muerte de su maestro en 1712. Y la admiración debió de ser mutua, porque Handel era un niño prodigio. Y mientras Zachow guiaba su desarrollo a través de las técnicas fundamentales de la composición, la armonía, el contrapunto y el análisis de partituras, tampoco fueron descuidadas otras áreas de su educación. En el Stadtgymnasium, el joven Georg estudió idiomas (clásicos y modernos), poesía y literatura, matemáticas, geografía y ética. El alcance de su progresión en estas disciplinas no musicales puede verse en un poema que escribió a la edad de doce años, tras la muerte de su padre, en febrero de 1697. Siete estrofas de cuatro líneas de pentámetros yámbicos revelan no solo la tristeza del niño ante la pérdida del padre, sino también su dignidad y ciertamente su competencia. Y, al escribir su nombre al final del poema, añadió con determinación: «der freien Künste ergebener» («dedicado a las artes liberales») 6.
En 1702, al cumplir diecisiete años, Handel se inscribió en la Universidad de Halle. Casi exactamente al mismo tiempo fue nombrado organista en la Domkirche, recibiendo un pequeño salario –cincuenta táleros al año– y alojamiento gratuito, por lo que ahora era relativamente independiente. Pronto, sus actividades en la Domkirche comenzaron a atraer la atención. Entre aquellos que oyeron hablar de su destreza musical y vinieron a visitarlo se encontraba Georg Philipp