Handel en Londres. Jane Glover
dos jóvenes se hicieron muy amigos. Les unía la brillantez musical y también una cierta determinación rebelde. (Telemann enfureció a Johann Kuhnau, el predecesor de Bach en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, al organizar conciertos que entraban en competencia con los suyos.) Ambos continuaron escribiéndose e intercambiando ideas musicales durante el resto de sus vidas.
El siguiente paso significativo para Handel fue su alejamiento de Halle. Inspirado quizá por las inclinaciones operísticas de Telemann, también él se sintió atraído por las ciudades con teatros de ópera. Mainwaring nos cuenta que Handel («impaciente por cambiar su situación»7) había visitado Berlín en 1698, aunque es casi seguro que este viaje tuviese lugar después de 1702, ya que en 1698 Handel solo tenía trece años, una edad muy temprana para buscar trabajo. Dos estupendos compositores de ópera, Giovanni Maria Bononcini y Attilio Ariosti, se mostraron amables con él y le prestaron apoyo («Muchos y grandes fueron los elogios y las cortesías que recibió»8). Handel asimiló su influencia y decidió cambiar sus objetivos. En 1703 se fue a Hamburgo «por su cuenta»9 (por sus propios medios), como relató Mainwaring con aprobación. En ese momento, Handel, de dieciocho años de edad, no solo podía ganarse la vida enseñando y tocando en las iglesias, sino que también podía enviar dinero a Halle a su madre viuda.
Hamburgo era una buena elección. El Theater am Gänsemarkt, bajo la dirección experta de Reinhard Keiser, era un magnífico teatro de ópera, por entonces el más grande del norte de Europa. El extremadamente versátil Handel fue contratado en un principio como violinista, pero, como sus dotes como teclista eran aún superiores, además de aprender muy rápido, pronto asumió las responsabilidades de tocar el continuo e incluso la dirección musical. En aquella época, la ópera no se dirigía en el sentido moderno del término, sino que era controlada y dirigida por el principal clavecinista, situado en medio de la orquesta y apoyado por otros instrumentos del continuo (violonchelos, laúdes), que constituían el verdadero motor de la representación. Keiser reconoció enseguida el enorme potencial de Handel y le dio oportunidades cada vez mayores a medida que lo entrenaba y lo ascendía en los pupitres. Incluso le animó a intentar componer óperas, todo esto antes de que terminara su adolescencia. El aprendizaje de Handel en Hamburgo, bajo la atenta mirada de un distinguido patrón, fue crucial para su desarrollo. Había llegado al lugar correcto en el momento adecuado.
Otra amistad de aquellos años, la que mantuvo con el compositor y –como él– versátil músico Johann Mattheson, duraría el resto de la vida de Handel. Tocaron juntos el órgano, realizaron viajes juntos (incluyendo uno a Lübeck para explorar la posibilidad de suceder allí a Buxtehude como organista) y tocaron en el foso en sus respectivas óperas. Su amistad fue ciertamente intensa. En cierta ocasión iba a representarse en el Gänsemarkt la ópera Cleopatra, de Mattheson; el propio compositor debía cantar el papel de Antonio mientras Handel dirigiría las interpretaciones desde el clavicémbalo. Pero Mattheson propuso que, después de la muerte de su personaje, él acudiría al foso a toda prisa para sustituir a Handel en la dirección. Handel se negó. Los ánimos se encendieron, y los dos jóvenes salieron del teatro para batirse en duelo. Más tarde Mattheson aseguró que a Handel le había librado de la precisión de su espada un gran botón en su casaca, y que gracias a eso el genio de su amigo se había salvado para la posteridad. En pocos días los dos exaltados se reconciliaron y su amistad se mostró más fuerte que nunca. Pero este relato temprano del fuerte temperamento de Handel anticipa posteriores explosiones parecidas (aunque con menor riesgo para su vida) durante su carrera.
En 1706 Handel sintió de nuevo la necesidad de cambiar de aires, y una vez más su capacidad para atraer la atención de la poderosa nobleza demostró ser de gran utilidad. Durante su estancia en Hamburgo conoció al príncipe Ferdinando de’ Medici, hijo del gran duque de Toscana, quien le invitó a acudir a Florencia. No es seguro que le ofreciera ayuda financiera, pero, en cualquier caso, el independiente y financieramente astuto Handel estaba de nuevo «resuelto a ir… por su cuenta»10. Esa invitación bastó para atraerlo hacia Italia, el país que había inventado la ópera, el oratorio y la cantata, y que seguía siendo el líder europeo en el ámbito de la música instrumental (concierto y sonata). Handel permanecería en Italia durante los cuatro años siguientes, pasando tiempo en todos sus más importantes centros musicales (Florencia, Roma, Nápoles, Venecia), absorbiendo con avidez su lenguaje y su cultura, y destacando entre los más ilustres profesionales de la música, tanto compositores como intérpretes.
A lo largo de sus años italianos, Handel recibió el apoyo de poderosos mecenas: la familia Medici, en Florencia; los cardenales Ottoboni, Pamphili y Colonna y el marqués Francesco Maria Ruspoli, en Roma. y la prominente familia Grimani, en Venecia. En los salones de estos mecenas Handel entró en contacto con músicos influyentes, entre ellos Corelli, Alessandro y Domenico Scarlatti, Stradella, Vivaldi y Albinoni. Lejos de dejarse intimidar por estas luminarias, el joven de veintiún años se sintió espoleado por ellas. Apostó fuerte por sí mismo, y prosperó.
En Roma existía una prohibición papal sobre cualquier actividad teatral. Sin embargo, con proverbial estilo italiano, los compositores habían logrado esquivar el decreto del Vaticano convirtiendo las formas sacras del oratorio y la cantata en obras inmensamente dramáticas. Utilizando textos bíblicos, y a veces también de la literatura clásica y la poesía épica, consiguieron dar rienda a sus inclinaciones teatrales a la vez que presentaban entretenimiento bajo un pretexto edificante. Se trataba de un camino que Handel podía seguir con gusto. En Roma escribió más de cien cantatas, un buen número de salmos y motetes (incluyendo el milagroso Dixit Dominus), y su primer oratorio, La Resurrezione. Se midió en un duelo musical con Alessandro y Domenico Scarlatti, y a juicio de casi todos los presentes resultó vencedor. Su mayor éxito, sin embargo, no se produjo en Roma, sino en Venecia, donde en 1709 se estrenó su ópera Agrippina. El público veneciano, que se tenía a sí mismo por el árbitro último de la moda operística, se rindió ante Handel y su ópera. Mientras Agrippina se repetía una y otra vez, se gritaba: «Viva il caro sassone!» («¡Viva el amado sajón!; aunque, de hecho, Handel no era en absoluto de Sajonia). En total, hubo veintisiete representaciones, una cifra asombrosa para una sola temporada.
Handel cabalgó alegremente esta ola de triunfos, disfrutando de la calidad de sus intérpretes en toda Italia, aprendiendo en particular sobre los cantantes italianos, y prosiguiendo la elaboración de su red de colegas y seguidores. Se relacionó con los libretistas Antonio Salvi, Paolo Antonio Rolli y Nicola Haym, con los violinistas Prospero y Pietro Castrucci, y con los cantantes Margherita Durastanti y Giuseppe Maria Boschi, todos los cuales reaparecerían en la vida de Handel en Londres al cabo de unos años. Con Durastanti, que cantó para él tanto en Roma como en Venecia, compartió también mucha vida social, y tal vez se despertó alguna pasión privada. También se fijó en él otra cantante, Vittoria Tarquini. Aunque estaba casada con el violinista francés Jean- Baptiste Farinel, se había separado de él, y, con una sonora reputación de jugadora y casquivana, era famosa por ser la amante, entre otros, del propio Ferdinando de’ Medici («había gozado durante algún tiempo de los favores de su Alteza Serenísima»11, como lo expresó con delicadeza Mainwaring). Su nombre empezó a vincularse entonces con el del joven Handel, quince años menor que ella, y los chismes sobre su relación circularon por toda Europa.
Fue en Venecia, en la época del revuelo causado por Agrippina, donde Handel conoció al príncipe Ernesto Augusto de Hannover, hermano del elector Jorge Luis, junto con el embajador de Hannover en Venecia, el barón Kielmannsegg. También fue presentado a otro embajador, el enviado británico Charles Montagu, duque de Manchester. Tanto el barón Kielmannsegg como el duque de Manchester cortejaron al talentoso Handel, y lo invitaron respectivamente a Hannover y a Londres. Handel aceptó ambas invitaciones, dirigiéndose en primer lugar a Hannover, aunque con la intención de probar suerte también en Inglaterra. Pero sus años en Italia habían marcado un verdadero punto de inflexión, e incluso pueden ser vistos como un microcosmos de la forma de actuar de Handel en el futuro. Con el apoyo de entusiastas mecenas que le brindaron oportunidades y apoyo financiero, había establecido excelentes contactos con profesionales influyentes. Al tiempo que perfeccionaba y desarrollaba la más estricta de las disciplinas gracias a una fenomenal energía y a una auténtica adicción al trabajo, produjo un monumental porfolio de composiciones que no solo le