Handel en Londres. Jane Glover
desde Italia vía Innsbruck, donde rechazó una oferta de trabajo del gobernador del Tirol, Handel llegó a Hannover a fines de la primavera de 1710. En la ciudad se encontraba Agostino Steffani, quien combinaba las actividades de músico, clérigo y diplomático, que acababa de regresar a la corte, donde había sido Kapellmeister en la década de 1690. Durante la década anterior, Steffani se había dedicado fundamentalmente a los asuntos diplomáticos, y ahora ocupaba también un importante cargo eclesiástico en el norte de Alemania, el de protonotario de la Santa Sede. Había decidido regresar a Hannover para convertirla en su base de operaciones para ejercer sus amplias funciones ministeriales. De modo que no fue solo un diplomático, el barón Kielmannsegg, quien tomó bajo su protección a Handel a su llegada a Hannover; también Steffani le recibió con entusiasmo. Fue Steffani quien presentó expresamente a Handel a la electora viuda y al príncipe Jorge Augusto. Aunque sin duda Handel había sido también presentado al propio elector, Steffani juzgó –o Handel recordó– que la madre y el hijo del elector eran igualmente importantes en esta conexión Hannover-Londres, y en la relevancia que Handel pudiese adquirir en la misma.
Como se había confirmado en el Acta de Establecimiento de 1701, la electora Sofía era la heredera del trono inglés después de la reina Ana. Sofía era treinta y cinco años mayor que Ana, y probablemente era consciente de que nunca sería reina de Inglaterra; fue su hijo, Jorge Luis, quien de hecho accedería al trono inglés. Ella lo había enviado a Inglaterra cuando era joven, pero, a diferencia de su madre, que hablaba inglés con fluidez y se sentía orgullosa de su ascendencia británica, él no llegó a encariñarse con el país ni con sus gentes. En 1682, Jorge Luis había contraído un desastroso matrimonio con su prima de dieciséis años la princesa Sofía Dorotea de Celle. Ella le dio dos hijos, Jorge Augusto (nacido en 1683) y Sofía (nacida en 1688), pero Jorge Luis también tuvo amantes, entre ellas Melusine von der Schulenberg, con quien tendría tres hijos. En 1692, Sofía Dorotea tomó a su vez a su propio amante, el conde von Königsmarck. A pesar de sus propias infidelidades, Jorge Luis se mostró enfurecido, acusando a su esposa de haber traído la desgracia a la familia electoral. Dos años más tarde, el conde fue secuestrado cuando se dirigía a los apartamentos de Sofía Dorotea en el Leineschloss, y no se le volvió a ver, presumiblemente asesinado. El matrimonio entre Jorge Luis y Sofía Dorotea se disolvió. Ella fue desterrada al castillo de Ahlden y de hecho encarcelada allí; se le prohibió volver a casarse, se le prohibió incluso ver a sus hijos (ahora de once y cinco años), y fue también condenada al ostracismo por su propio padre.
Jorge Augusto, por entonces un niño de once años, nunca volvió a ver a su madre, y nunca perdonaría a su padre por ello. En 1705 se casó con Carolina, hija del margrave de Brandeburgo. Carolina, veintidós meses mayor que Jorge Augusto, había tenido una infancia igualmente traumática, ya que tanto sus padres como después sus dos padrastros habían muerto antes de que ella cumpliese los trece años. Había sido criada por sus tutores, el elector y la electora de Brandeburgo, más tarde reyes de Prusia, y, como el padre de Jorge Augusto y la tutora de Carolina, Charlotte, reina de Prusia, eran hermanos, es probable que Jorge Augusto y Carolina se conocieran desde su adolescencia. A diferencia de la mayoría de los casamientos hannoverianos, el suyo iba a ser un matrimonio muy exitoso, que duraría treinta y dos años. Sin duda había entre ellos ciertas sorprendentes incompatibilidades (en un sentido amplio, ella era intelectual y artística; él, más inclinado a lo militar), pero fueron superadas por la solidez de un respeto y afecto genuinos. Cuando Handel los conoció en la primavera de 1710, Carolina ya había tenido a dos de sus ocho hijos: su hijo mayor, Federico (que pronto se convertiría en una espina clavada en el costado de su padre, tal como lo fue Jorge Augusto para el elector), y su hija mayor, Ana. Esta complicada familia iba a convertirse en una presencia central y constante en la vida de Handel.
Handel causó al instante una deslumbrante impresión en Hannover. La electora viuda Sofía se refirió a él en los más encendidos términos, en parte por su llamativo físico y sus intrigantes relaciones italianas («Es un hombre apuesto, y se dice de él que fue amante de Victoria»; esto debió interesarle especialmente, ya que el marido violinista de Vittoria Tarquini, separado de ella, había sido en su día konzertmeister en Hannover), pero sobre todo por ser «un sajón que supera a cualquiera jamás escuchado como clavecinista y como compositor»12. Observó que «el príncipe y la princesa electoral se deleitan enormemente»13 con sus interpretaciones. El elector Jorge Luis ofreció a Handel el puesto de kapellmeister, con un salario de 1.000 táleros (tan solo ocho años antes, el salario anual de Handel como organista en la Domkirche de Halle había sido de cincuenta táleros). Pero, a pesar de este gran incentivo, Handel aún no estaba listo para asentarse, pues, como escribió Mainwaring, «amaba demasiado la libertad»14. Aún tenía la invitación a Londres del duque de Manchester; el elector palatino de Düsseldorf también había expresado su interés por conocer al músico que estaba causando tanto revuelo, y había muchas otras ciudades con una actividad musical pujante –Viena, Dresde, Praga, París tal vez– en las que Handel podría probar suerte. Pero los hannoverianos estaban decididos a conservarlo. Con el diplomático Kielmannsegg (y quizá también Steffani por detrás) como negociador, se decidió ofrecer a Handel un permiso inmediato de ausencia «por un período de doce meses o más, si así lo deseaba»15. No es de extrañar que Handel aceptara esos términos tan extremadamente generosos.
Con grandes esperanzas y dinero suficiente, Handel dejó Hannover a principios del otoño de 1710. Viajó en primer lugar hacia el este, a Halle, para visitar a su madre –que, según Mainwaring, estaba «en la extrema vejez»16 (tenía cincuenta y nueve años)– y también a su antiguo maestro, Zachow. De allí regresó a Düsseldorf, donde el elector palatino se llevó una decepción al saber que Handel ya no estaba disponible, aunque de todos modos le regaló un juego de platos de postre de plata. Handel continuó su viaje a través de Holanda y cruzó el Mar del Norte, llegando a Londres un mes antes de Navidad. Mientras navegaba por el Támesis rebasando la Torre de Londres, un espectacular edificio debió llenar su mirada. La catedral de San Pablo había sido terminada recientemente, después de treinta y cinco años de meticulosa construcción. Si el magnífico logro de sir Christopher Wren representaba el símbolo de un nuevo comienzo para la ciudad, Londres representó un nuevo comienzo para Handel.
Notas al pie
* Un niño por ti criado.
1 Mainwaring, Memoirs, p. 4.
2 Ibid., p. 5.
3 Ibid., p. 7.
4 Ibid., p. 9.
5 Ibid., p. 13.
6 Citado íntegramente en Handel Collected Documents, volumen I, pp. 25-7.
7 Mainwaring, p. 18.
8 Ibid., p. 26.
9 Ibid., p. 28.
10 Ibid., p. 41.
11 Ibid., p. 50.
12 HCD I, p. 182.
13 Ibid., p. 183.
14 Mainwaring, p. 71.
15 Ibid., p. 72.
16 Ibid., p. 73.
2
«Populous cities please me then» *
[L’Allegro’]
LONDRES, 1710
En 1710 la catedral de San Pablo no era el único símbolo de la regeneración arquitectónica de la ciudad; toda Londres sería transformada durante la primera mitad del siglo XVIII. De una serie de comunidades a lo largo de las orillas del Támesis, cada una de ellas con fácil acceso al campo abierto, la ciudad pasó a convertirse en una extensión urbana que llegaba hasta Middlesex y Surrey,