Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry

Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry


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de carros con bienes saqueados de pueblo en pueblo— y luego se compró un reino.

      —Sí —dijo Charlie, asintiendo como si supiera que aquello era verdad—. Rey Midas. De Detroit, seguro. Hizo una fortuna de autopartes y cosas así.

      Y todos estuvieron de acuerdo con él, porque eso era lo sensato. Benny asintió, aunque no tenía ni idea de qué fuera un carburador. Lou Chong y Morgie Mitchell asintieron también.

      —Bueno, muchachos —dijo Charlie con un guiño—, no digo que sea tan rico como un rey, pero yo y el Martillo nos conseguimos una buena olla de oro. Ruina ha sido buena con nosotros.

      —Así es —asintió el Martillo, con sus labios purpúreos apretados con seriedad—. Hemos eliminado muchos zoms.

      —Mi tío Nick dijo que ustedes mataron a los cuatro hermanos Mengler el mes pasado —dijo Morgie desde la parte trasera de la multitud.

      Charlie y el Martillo se echaron a reír.

      —¡Claro que sí! Los matamos más que bien muertos. Martillo se infiltró en su casa, poco después del amanecer, y arrojó una bomba Molotov en el techo. Los cuatro muertos salieron tropezándose a la luz del día. Estaban embarrados de sangre vieja y mierda de caballo y quién sabe qué otros desperdicios. Flacos y podridos, olían peor que cerdos sudorosos, y eso que estábamos a quince metros de distancia.

      —¿Qué hicieron? —preguntó Benny, con los ojos encendidos.

      El Martillo soltó una risita.

      —Jugamos un poco.

      Charlie rio al escucharlo.

      —Sí. Queríamos divertirnos un poco. En este negocio se está volviendo fácil matar a esos bichos. ¿O no?

      Unas pocas personas sonrieron o asintieron vagamente, pero nadie dijo algo en específico. Era una de esas veces en que no estaba claro cuál sería la respuesta correcta.

      Charlie continuó:

      —Así que yo y el Martillo decidimos hacerlo un poco más justo.

      —Justo —asintió el Martillo.

      —Dejamos de lado las armas.

      —¿Todas? —se asombró Chong.

      —Hasta la última. Pistolas, cuchillos, el tubo favorito de Martillo, los chacos, hasta las estrellas ninja que Martillo le quitó a aquel zom muerto que tenía una escuela de karate en el otro lado del valle. Nos quedamos en jeans y camisetas y los enfrentamos mano a mano.

      —¿Mano a mano? —preguntó Morgie.

      —Quiere decir “cara a cara” —dijo Chong.

      —Quiere decir “hombre a hombre” —restalló Charlie.

      Hasta Benny sabía que Charlie mentía, pero no lo dijo. No en la cara de Charlie, en cualquier caso. Nadie era tan tonto.

      Charlie le dedicó a Chong un vistazo rápido y desagradable y volvió a su historia.

      —A puño limpio los golpeamos tanto que se murieron de sorpresa, se levantaron y se volvieron a morir de la vergüenza.

      Todo el mundo echó a reír.

      Alguien se aclaró la garganta, y todos voltearon a mirar a Randy Kirsch, el alcalde del pueblo, allí de pie, con los brazos cruzados, la cabeza calva inclinada a un lado mientras miraba de Benny a Chong y a Morgie.

      —Pensé que estaban buscando trabajo, muchachos.

      —Conseguí trabajo —dijo Chong deprisa.

      —Yo tengo catorce —se excusó Morgie.

      —Sólo nos detuvimos por una bebida refrescante —replicó Benny.

      —Que ya se terminaron, Benjamin Imura —continuó el alcalde Kirsch—. Ahora, fuera de aquí, los tres.

      Benny pensó que Charlie objetaría, pero el cazarrecompensas simplemente encogió los hombros.

      —Sí… Ustedes tienen que ganarse sus raciones como la gente grande, niños. ¡Largo!

      Benny y los otros se pusieron en pie y se encogieron al pasar junto al alcalde. Antes de que llegaran a la puerta, Charlie ya estaba otra vez a toda marcha, contando otra de sus historias, y todos reían. El alcalde escoltó a los muchachos afuera.

      —Benny —dijo con voz calmada, con el sol destellando en la cima pulida de su cabeza afeitada—. ¿Sabe Tom que has estado viniendo aquí?

      —No sé —adujo Benny, evasivo. Sabía muy bien que Tom no tenía idea de que él pasaba un rato cada tarde escuchando las historias de Charlie y el Martillo.

      —No creo que a él le gustara —dijo el alcalde Kirsch.

      Benny sostuvo su mirada.

      —Creo que en realidad no me importa mucho qué le agrada y qué no a Tom —dijo, y luego agregó—: Señor —como si la palabra pudiera mejorar de algún modo el tono de voz que acababa de usar.

      El alcalde Kirsch se rascó su barba negra y espesa. Abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla. Lo que hubiera querido decir se lo guardó. A Benny le pareció bien porque no estaba de humor para una reprimenda.

      —Váyanse ya, muchachos —dijo Kirsch al fin. Se quedó de pie en el porche de la tienda por un rato, pero cuando Benny estaba en el otro extremo de la calle y miró hacia atrás, vio al alcalde volver a entrar en la tienda.

      El alcalde y su familia vivían en la casa contigua a la de Benny, y él y Tom eran amigos. El alcalde Kirsch siempre estaba hablando de lo duro que era Tom y de lo buen cazador que era y del buen ejemplo que ponía a todos los cazarrecompensas. Bla, bla, bla. Benny se sentía vomitar. Si Tom era tan buen ejemplo como cazarrecompensas, ¿por qué los otros cazarrecompensas nunca contaban historias sobre él? Ninguno presumía de haber visto a Tom patear el trasero de cuatro zombis a la vez. Ni siquiera Tom hablaba de eso. Jamás le había hablado a Benny acerca de lo que hacía afuera, en Ruina. ¿Qué tan aburrido podía ser? Benny pensaba que al alcalde le faltaba un tornillo. Tom no podía ser modelo para nadie.

      Chong dijo que debía prepararse para el trabajo. Estaba programado para un turno de seis horas en la torre y se veía contento por eso. Benny y Morgie encontraron a su amiga Nix Riley, una chica pelirroja con más pecas de las que nadie podía contar, sentada en una roca junto al arroyo, escribiendo en su libreta con cubiertas de cuero. Se había quitado los zapatos y tenía los pies en el agua. El esmalte carmín en las uñas de sus pies relucía como rubíes bajo el agua ondulante.

      —Hola, Benny —dijo Nix con una sonrisa, observándolo debajo de sus rizos alborotados, rojos y áureos—. ¿Qué tal va la búsqueda de trabajo?

      Benny gruñó y se retiró los zapatos. El agua fría era como una fiesta alegre en sus pies acalorados. Morgie se agachó y se sentó al otro lado de Nix, y comenzó a desatarse sus pesadas botas de trabajo.

      Le contaron acerca de Charlie y el Martillo, y la reprimenda del alcalde.

      —Mamá no me deja acercarme a esos tipos —dijo Nix. Ella y su madre vivían solas en una casita junto a la muralla occidental, en la parte más pobre del pueblo. Hasta aquel último invierno, Nix había sido una pequeña flaca y desgarbada, un chico más y no tanto una niña. Como Chong, Nix era una ñoña y siempre tenía varios libros en su morral, pero al contrario de Chong, Nix quería escribir sus propios libros. Siempre estaba garabateando poemas y cuentos en su libreta. De entre todos, ella siempre había sido la verdadera geek, pero aquello había cambiado en los últimos diez meses, Ahora Nix no era más una figura sin curvas, y Benny comenzaba a incomodarse a su lado. Especialmente en días calurosos en los que ella vestía una blusa ajustada y pantalones cortos. Entonces le era difícil dejar de mirarla —y especialmente a lo que se tensaba bajo aquella blusa— y lo hacía sentirse extraño. Nix antes era como Morgie y Chong. Ahora era una chica. Ya no había manera de ignorarlo.

      Lo que


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