Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry

Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry


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—dijo Benny tímidamente. Había oído hablar así—. Entonces ¿no es verdad?

      —Te comiste aquellas peras sin pensar.

      —Tú me las diste.

      Tom sonrió.

      —Ah, ¿entonces ya confías en mí?

      —Eres un cretino, pero no creo que quieras convertirme en zom.

      —No tendría que obligarte a limpiar tu cuarto, así que no lo descartemos.

      —Eres tan gracioso que casi me orino en mis pantalones —dijo Benny sin expresión. Luego siguió—: Espera, no entiendo. Los comerciantes traen comida todo el tiempo, y todas las vacas y pollos y demás… Fueron traídos por viajeros y cazadores y gente así, ¿no? Así que…

      —¿Así que por qué la gente cree que es seguro comer eso y no la comida de aquí?

      —Sí.

      —Buena pregunta.

      —Bueno, ¿cuál es la respuesta?

      La gente del pueblo confía en lo que está dentro de la cerca. Actualmente dentro de la cerca. Si llegó de afuera, lo comentan. Como el segundo miércoles de cada mes, que dicen: “¿No es hora ya de que lleguen las carretas?”, pero no reconocen realmente de dónde vienen las carretas ni por qué están cubiertas de metal y los caballos envueltos en alfombras y tela de malla. Lo saben, pero no lo saben. O no lo quieren saber.

      —Eso no tiene el menor sentido.

      Tom caminó un rato antes de continuar:

      —Está el pueblo y luego está Ruina y Putrefacción. La mayor parte del tiempo no pertenecen al mismo mundo, ¿sabes?

      Benny asintió.

      —Supongo.

      Tom se detuvo y miró hacia delante con los ojos entrecerrados. Benny nada pudo ver, pero Tom lo tomó del brazo y tiró de él, sacándolo deprisa del sendero, para guiarlo a un amplio claro. Benny miró por entre los cientos de árboles y finalmente pudo divisar a tres zoms, avanzando despacio por el sendero. Uno estaba entero; los otros dos tenían carne desgarrada, donde otros zoms se habían dado un festín mientras ellos aún estaban vivos.

      Benny abrió la boca y casi le preguntó a Tom cómo había sabido que estaban allí, pero su hermano hizo un gesto para silenciarlo y siguió adelante, caminando sin hacer ruido sobre el suave pasto veraniego.

      Cuando ya estaban lejos, Tom lo llevó de vuelta al sendero.

      —¡Ni siquiera los vi! —se asombró Benny, mirando hacia atrás.

      —Yo tampoco.

      —¿Entonces cómo…?

      —Acabas aprendiendo a sentir cosas así.

      Benny se quedó inmóvil, mirando hacia atrás.

      —No entiendo. Sólo eran tres. ¿No podrías haberlos… ya sabes…?

      —¿Qué?

      —Matado —dijo Benny, sin emoción—. Charlie Matthias dice que él siempre aprovecha la situación para matar un zom o dos. No le huye a nada.

      —¿Eso es lo que dice? —murmuró Tom, y continuó por el sendero.

      Benny encogió los hombros y lo siguió.

      7

      Dos veces más, Tom sacó a Benny del sendero de modo que pudieran rodear a grupos de zombis vagabundos. Luego de la segunda vez, cuando ya estaban lejos del alcance olfatorio de las criaturas, Benny tomó del brazo a Tom y le exigió:

      —¿Por qué no simplemente les disparas?

      Tom se soltó con gentileza. Sacudió la cabeza y no respondió.

      —¿Qué, les temes? —gritó Benny.

      —Baja la voz.

      —¿Por qué? ¿Tienes miedo de que un zombi te siga? ¡El gran y valiente exterminador de zoms que teme matar un zombi!

      —Benny —habló Tom con paciencia—, a veces dices cosas verdaderamente estúpidas.

      —Como sea —dijo Benny, y lo empujó para seguir adelante.

      —¿Sabes adónde vas? —continuó Tom cuando Benny estaba a una docena de pasos de él.

      —Por aquí.

      —Pues yo no —dijo Tom, y empezó a trepar por la ladera de una colina que se elevaba suavemente al lado izquierdo del sendero. Benny se quedó en pie, rabiando en medio del sendero, por un minuto completo. Estuvo murmurando las palabras más ofensivas que conocía mientras ascendía la colina detrás de Tom.

      Había un sendero más estrecho en la cima y lo siguieron en silencio. Para las diez de la mañana habían llegado a una serie de colinas más empinadas y valles bajo la sombra de robles enormes, de frías hojas verdes. Tom advirtió a Benny que guardara silencio mientras subían a la cima de una cresta desde la que se veía un pequeño camino rural. En una curva del camino había una pequeña cabaña con un jardín cercado y un olmo tan retorcido y antiguo que parecía que el mundo hubiera crecido a su alrededor. Dos figuras estaban erguidas en el jardín, pero eran demasiado pequeñas para reconocerlas. Tom se puso boca abajo en la cima de la cresta e indicó a Benny que se le uniera.

      Tom sacó sus binoculares de un bolsillo en su cinturón y estudió las figuras por un largo minuto.

      —¿Qué crees que sean? —le tendió los binoculares a su hermano, quien se los arrebató con más fuerza de la necesaria. Benny miró a través de las lentes en la dirección que Tom le señalaba.

      —Son zoms —dijo Benny.

      —No me digas, genio. ¿Pero qué son?

      —Gente muerta.

      —Ah.

      —¿Ah… qué?

      —Tú lo dijiste. Son gente muerta. Alguna vez fueron gente viva.

      —¿Y eso qué? Todo el mundo muere.

      —Es verdad —admitió Tom—. ¿Cuánta gente muerta has visto?

      —¿Qué clase de muertos? ¿Vivientes, como esos, o muertos muertos, como la tía Cathy?

      —De los que sea. De ambos.

      —No sé. Los zombis en la cerca… y un par de personas en el pueblo, supongo. La tía Cathy fue la primera persona a la que conocí que murió. Tenía como seis años cuando falleció. Recuerdo el funeral y todo —Benny seguía mirando a los zombis. Uno era un hombre alto, el otro una mujer joven o una adolescente—. Y… El papá de Morgie Mitchell murió después de que colapsó aquel andamio. También fui a su funeral.

      —¿Viste que los aquietaran?

      Aquietar era el término aceptable para el acto necesario de insertar una púa de metal, llamada astilla, en la base del cráneo para cortar el tallo cerebral. Desde la Primera Noche, todo aquel que moría revivía como zombi. Las mordidas también lo causaban, pero en realidad cualquier persona recientemente fallecida resucitaba. Cada adulto en el pueblo llevaba una astilla, aunque Benny nunca había visto que las usaran.

      —No —dijo—. No me dejaste quedarme en el cuarto cuando murió la tía Cathy. Y yo no estaba ahí cuando murió el papá de Morgie. Sólo fui al funeral.

      —¿Cómo fueron los funerales? Es decir, para ti.

      —No sé. Como rápidos. Como tristes. Y luego cada uno fue a una recepción en casa de alguien y comió mucha comida. La mamá de Morgie se empedó…

      —Esa boca.

      —La mamá de Morgie se embriagó —dijo Benny de una forma que sugería que el hecho de que le corrigieran el lenguaje era tan difícil como sacarle los dientes—. El tío de Morgie se sentó en


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