Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry

Ruina y putrefacción - Jonathan Maberry


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en el techo del silo. Uno de los tubos del andamio se rompió, y un montón de cosas le cayeron encima.

      —Fue un accidente.

      —Pues, sí. Claro.

      —¿Cómo lo tomó Morgie?

      —¿Cómo crees que lo tomó? Estaba jo… digo, estaba fastidiado —Benny le devolvió los binoculares—. Todavía anda un poco fastidiado.

      —¿En qué sentido se fastidió?

      —No sé. Extraña a su papá. Solían pasar mucho tiempo juntos. El señor Mitchell era bastante genial, creo.

      —¿Tú extrañas a la tía Cathy?

      —Claro, pero yo era chico. No la recuerdo tanto. Me acuerdo de que sonreía mucho. Que era bonita. Recuerdo que ella me llevaba helado de la tienda cuando trabajaba. Media ración extra.

      Tom asintió.

      —¿Recuerdas cómo era?

      —Como mamá —dijo Benny—. Se parecía mucho a mamá.

      —Eras demasiado pequeño para recordar a mamá.

      —La recuerdo —dijo Benny con enojo en su voz. Sacó su billetera y le enseñó a Tom la imagen detrás de la cubierta de plástico—. Tal vez no la recuerde realmente bien, pero pienso en ella. Todo el tiempo. Y en papá. Incluso puedo recordar lo que ella llevaba puesto en la Primera Noche. Un vestido blanco con mangas rojas. Recuerdo las mangas.

      Tom cerró los ojos y suspiró, y sus labios se movieron. Benny pensó que repetía las palabras “mangas rojas”. Tom abrió los ojos.

      —No sabía que llevabas eso —su sonrisa era amplia y triste—. Recuerdo a mamá. Ella fue más una madre para mí de lo que mi propia madre lo fue jamás. Estaba muy feliz cuando papá se casó con ella. Puedo recordar cada línea de su cara. El color de su pelo. Su sonrisa. Cathy era un año menor, pero podrían haber sido gemelas.

      Benny se sentó y abrazó sus rodillas. Su cerebro se sentía retorcido. Había muchísimas emociones injertadas en recuerdos, viejos y nuevos. Miró a su hermano.

      —Tú eras mayor de lo que soy ahora cuando, ya sabes, pasó.

      —Cumplí veinte años pocos días antes de la Primera Noche. Estaba en la academia de policía. Papá se casó con tu mamá cuando yo tenía dieciséis.

      —Te tocó conocerlos. Yo nunca lo hice. Desearía…

      —Yo también, niño.

      Se quedaron sentados, a la sombra de sus recuerdos.

      —Dime algo, Benny —dijo Tom—. ¿Qué hubieras hecho si uno de tus amigos, digamos Chong o Morgie, hubiera ido al funeral de la tía Cathy y se hubiera orinado en el ataúd?

      Benny se quedó tan sorprendido por la pregunta que su respuesta fue espontánea:

      —Los hubiera golpeado. Los hubiera molido a palos.

      Tom asintió. Benny se quedó mirándolo.

      —¿Pero qué clase de pregunta es ésa?

      —Dame gusto. ¿Por qué te hubieras enojado con tus amigos?

      —Porque ellos habrían ofendido a la tía Cathy.

      —Pero ella está muerta.

      —¿Qué diablos importa? ¿Orinarse en su ataúd? Les hubiera pateado el trasero.

      —¿Pero por qué? A la tía Cathy ya no podía importarle.

      —¡Pero era su funeral! Tal vez ella estaba, no sé, todavía ahí de algún modo. Como siempre dice el pastor Kellogg.

      —¿Qué dice?

      —Que los espíritus de quienes amamos siempre están con nosotros.

      —Okey. ¿Y si tú no creyeras eso? ¿Qué pasaría si tu querida tía Cathy sólo fuera un cuerpo en una caja? ¿Y tus amigos se orinaran en ella?

      —¿Qué crees? —restalló Benny—. Igual les patearía el trasero.

      —Te creo. Pero ¿por qué?

      —Porque —empezó Benny, pero luego dudó, inseguro de cómo expresar lo que estaba sintiendo—. Porque la tía Cathy era mi tía, ¿entiendes? Mi familia. Ellos no tendrían derecho de faltarle al respeto a mi familia.

      —No más del que tú tendrías de ir a defecar en la tumba del padre de Morgie Mitchell. O sacarlo de su ataúd y ponerle basura entre los huesos. ¿Harías algo así?

      Benny estaba consternado.

      —¿Estás enfermo? ¿De dónde sacas estas estupideces? ¡Claro que no haría nada enfermo como eso! Por Dios, ¿quién crees que soy?

      —Shhh… baja la voz —le advirtió Tom—. Entonces… no le faltarías el respeto al papá de Morgie, ni vivo ni muerto.

      —No, carajo.

      —Esa boca.

      Benny lo dijo más despacio y con mayor énfasis.

      —Que no. Ca. Ra. Jo.

      —Me alegra escucharlo —Tom sacó los binoculares—. Echa un vistazo a las dos personas muertas allá abajo. Dime lo que ves.

      —¿Estamos de vuelta en el negocio entonces? —Benny lo miró con curiosidad—. Eres muy raro.

      —Sólo mira.

      Benny suspiró y tomó los binoculares de la mano de Tom, los puso delante de los ojos, miró. Suspiró.

      —Sí, dos zoms. Los mismos dos zoms.

      —Sé específico.

      —Bien, bien. Dos zoms. Un hombre, una mujer. Parados en el mismo lugar que antes. Bostezo.

      —Esa gente muerta… —dijo Tom.

      —¿Qué tienen?

      —Eran la familia de alguien —dijo Tom suavemente—. El hombre se ve lo bastante mayor para haber sido un abuelo. Tenía una familia, amigos. Un nombre. Era alguien.

      Benny bajó los binoculares y empezó a hablar.

      —No —dijo Tom—. Sigue mirando. Mira a la mujer. Ella tendría, ¿cuántos? Dieciocho años cuando murió. Pudo haber sido bonita. Los harapos que lleva pudieron haber sido un uniforme de mesera. Quizá trabajaba en un merendero al lado de la tía Cathy. Tenía gente en casa que la quería…

      —Vamos, no…

      —Gente que se preocupaba de que ella llegara tarde a casa. Gente que quería verla crecer feliz. Una madre y un padre. Quizás hermanos y hermanas. Abuelos. Familia que quería para ella una vida por delante. Aquel viejo podría haber sido su abuelo.

      —Pero es uno de ellos. Está muerta —dijo Benny a la defensiva.

      —Claro. Casi todos los que han vivido están muertos. Más de seis mil millones de personas están muertas. Y hasta la última de ellas tuvo una familia. Hasta la última de ellas fue el ser querido de alguien alguna vez. En algún momento hubo alguien como tú que hubiera pateado el trasero de quien fuera, desconocido o mejor amigo, que le hiciera daño o le faltara el respeto a aquella chica. O al viejo.

      Benny sacudía la cabeza.

      —No, no, no. No es lo mismo. Ésos son zoms. Matan gente. Comen gente.

      —Una vez fueron gente.

      —¡Pero se murieron!

      —Claro. Igual que la tía Cathy y el señor Mitchell.

      —No… A la tía Cathy le dio cáncer. El señor Mitchell murió en un accidente.

      —Sí, pero si alguien en el pueblo no los hubiera aquietado, también se hubieran convertido en muertos vivientes. No finjas que no lo


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