Las frikis también soñamos. Ayla Hurst
los animales, y en este caso descifrar el código que los llevaría al yacimiento de huevos que necesitaban para ganar la guerra.
El capitán Driver estaba al mando de la misión: fue difícil encontrar a la chica con el gen especial, casi se habían extinguido, pero fue muy sencillo llevársela. La muchacha (el capitán no sabía su nombre, así que siempre la llamaba así) era una paria social, vivía en un basurero, sucia, mugrienta y hambrienta. No tenía familia ni amigos, ni puesto de trabajo, así que nadie iba a echarla de menos. Cuando cayó en sus manos, el capitán Driver se aseguró de que fuese de verdad la joven que buscaba: le cortó la larga cabellera blanca hasta la altura de los hombros y se la tiñó de castaño, aunque en seguida se le volvieron a poner las puntas blancas y le colocó un brazalete localizador en la muñeca izquierda, que la identificaba como propiedad del Capitán AD. Driver Wright.
En un hombro y parte del brazo tenía la mancha de nacimiento que la identificaba como portadora del «gen» y cuando le puso un texto en la Antigua Lengua delante, sus ojos se tornaron violetas y no tuvo ninguna dificultad para leerlo. Además, en una oreja llevaba un extraño pendiente, un tubo de plata con una bola en cada extremo, una joya que solo poseían las familias que nacían con el gen.
Cuando llegó al barco, la joven se negó a participar en la tarea de descifrar el mapa, incluso intentó agredir al capitán, aunque por expresa orden suya no fue castigada por ello.
La chica fue instalada en una habitación (por llamarlo de alguna manera) dentro de sus propios aposentos, con paredes de cristal para poder ver en todo momento lo que hacía, aunque insonorizadas para que no pudiese escuchar nada de lo que sucedía a su alrededor: su habitáculo estaba compuesto por una cama y un baúl con su ropa, también tenía un pequeño cuarto de baño con un retrete, una ducha y un lavabo con paredes de cristal semitransparente. El capitán estableció una rutina muy rigurosa para la muchacha, digna del Instituto Militar donde estudió, se le elaboró una dieta nutritiva y saludable: compuesta por cinco comidas al día, dos horas de ejercicio por la mañana, una ducha diaria y ocho horas de sueño. Driver necesitaba exprimir al máximo el potencial intelectual de la muchacha, y sabía mejor que nadie que el buen funcionamiento del cerebro requería de una vida saludable, descanso y buena alimentación.
Apenas intercambiaba palabras con ella, la joven trabajaba en su mapa y en su código y él se pasaba horas y horas observándola. Era inteligente y estratega, pensaba antes de actuar, valoraba las acciones y sus consecuencias con gran agilidad mental y meditaba sus palabras con gracia y carácter. Él, en cambio, era un hombre instruido en la guerra. No conocía otra cosa en la vida que el duro entrenamiento y la rigurosa instrucción militar. Apenas había oído mencionar la palabra «amor» un par de veces en su vida, que ya sumaba casi las tres décadas. El máximo periodo de tiempo que había pasado con una mujer había sido las horas en las que veía trabajar a la muchacha, y nunca había sido por ocio. Él no sabía qué era eso, ni en su adolescencia, cuando sus compañeros del Instituto habían empezado a esconder revistas de mujeres desnudas bajo sus colchones o a quedar entre ellos a escondidas en los baños, el capitán Driver había intensificado su entrenamiento. Y eso no cambió cuando se hizo con el mando de aquel crucero. No perdonaba ni una falta a sus marineros, ni sus marineros se la perdonaban a él. Les daba una noche libre de vez en cuando y por obligación con sus superiores, pero estaba terminantemente prohibido traer compañía al barco, entrar ebrio o consumir sustancias narcóticas, y si el capitán descubría a alguien bajo los efectos de la resaca, el castigo era severo, cruel y despiadado. Él no tenía noches libres, su mayor pasatiempo era el de observar trabajar a la muchacha.
La chica dejó sus utensilios de cartografía y se puso en pie: vestía una camiseta blanca de media manga y unos pantalones elásticos a la altura de la rodilla, ese era el uniforme que le habían asignado:
—Quiero que me des una cuchilla de afeitar —dijo la muchacha con firmeza.
—¿Para qué quieres eso?
—Quiero depilarme, hay gente a la que le gusta llevar el pelo largo y me parece genial, pero yo quiero depilarme. Dame una cuchilla.
El capitán Driver se puso en pie con su imponente estatura.
—¿Y que te cortes las venas en la ducha y así no terminar de descifrar mi código? Ni hablar.
—No voy a hacer eso, no soy tan estúpida. Pero si no te fías de mí, puedes mirar mientras me ducho. No me importa. —Sonrió pícara.
Driver estuvo a punto de abofetearla, pero se contuvo. Un gesto en falso y la chica podría destrozar todo su trabajo. De todos modos, siempre conseguía lo que quería y al día siguiente, después de su rutina de ejercicio, los propios donceles del capitán se encargaron de proporcionarle la sesión de belleza que la joven había pedido.
No fue un día tan agradable para el capitán Driver, llevaba noches sin dormir bien. Las pesadillas lo atormentaban: a veces soñaba con un enrome mandoble que le caía sobre la cabeza, y cómo no tenía escudo con que protegerse utilizaba su propia mano, que terminaba en el suelo mientras un muñón sangrante le ayudaba a defenderse. Otro de sus sueños eran los de donde alguien que consideraba «su amigo» le partía un hacha sobre la cabeza. E incluso soñaba con la familia que lo abandonó cuando era niño, y no sentía remordimiento alguno cuando perforaba el estómago de su padre con su espada favorita: aquella que tenía una cabeza de animal como pomo y vetas de fuego en el filo. Pero todo eso no eran pesadillas para el capitán Driver, no, él los llamaba dulces sueños. Había sido entrenado desde niño, «era especial» para formar parte del Cuerpo de Elite que se preparaba para combatir la Gran Guerra.
Driver había hecho votos de obediencia y castidad de por vida, desde bien niño estaba acostumbrado a no sentir nada, a servir a sus señores con la vida: A ser cruel con sus enemigos y a matar sin piedad. Por eso, hacía años que se había habituado a esos sueños, para él, una pesadilla era cuando soñaba con la muchacha, e imaginaba lo tibia que debía de ser el contacto con su piel y lo agradable que sería acariciar su boca con los labios… Entonces se levantaba furioso y destrozaba su habitación, por muy adiestrado que estuviese no podía negar lo que en realidad era: un ser humano.
La falta de sueño comenzaba a afectarle y Driver era consciente de ello, además, aquella misma mañana, la muchacha estaba más impertinente de lo habitual:
—Tengo frío.
—Pediré a mis donceles que te traigan un manta para la cama.
—Y quiero un café por la mañana.
—Tienes la cafeína prohibida. Nubla la mente y sabes que lo único que quiero de ti es tu cerebro.
—También quiero un libro, no puedo trabajar todo el día. Quiero relajarme. Pero no quiero una de esas cosas que se leen en las pantallas, quiero un libro de verdad, de los de papel…
El capitán Driver no estaba de humor aquella mañana para soportar las impertinencias de su prisionera, ya le había concedido suficientes caprichos. La agarró del cuello y la empujó contra el suelo. La muchacha tosió enfadada:
—Es un error. —Driver, que se había preparado para marcharse se detuvo en seco ante su insolencia, aunque sin volverse a mirarla—. El rumbo que habéis tomado es erróneo. Navegáis junto a la costa, hay fortalezas allí, probablemente ocupadas por mi bando, os harán pedazos antes de que encontréis lo que buscáis.
Aunque tenía ganas de azotarla de nuevo, Driver apretó los puños y abandonó el amplio y gris camarote para dirigirse a cubierta. Sus avanzadillas no habían detectado ninguna posible amenaza en el rumbo fijado, además de contar con un navío prácticamente impenetrable e indestructible.
La batalla fue más sangrienta de lo que se imaginaba. «Los buenos» (también palabra acuñada por la prisionera) atacaron por varios flancos y desde la costa, tal y como había predicho. Algunos consiguieron entrar en cubierta y herir a varios de sus soldados. Destrozaron maquinaria valorada en millones de dólares y con sus rudimentarias armas inutilizaron equipos tecnológicamente avanzados e imprescindibles para la misión. Pero a pesar de las pérdidas y de los daños sufridos por aquellos salvajes, el capitán Driver solo podía pensar en