Las frikis también soñamos. Ayla Hurst
sin alma que ser salvada y sin corazón que latiese. Y él había muerto, derrotado por una mujer que apenas superaba el metro y medio de altura y sin la suficiente fuerza para sujetar una espada, pero que había encontrado un arma mejor que empuñar. No tenía miedo al dolor, ni al sufrimiento, lo habían entrenado para eso, pero en aquel momento estaba aterrado, ni en la más fiera batalla se había sentido tan vivo ni tan muerto a la vez.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ella con su voz firme y sobria, grave y melódica.
—Soy el capitán Driver, Primer Oficial al mando del crucero Saint George…
Ayla incrementó la fuerza sobre su órgano y el capitán dejó escapar un grito, mezcla de dolor y placer. Una gota de sudor se deslizó por su sien.
—¿Cuál es tu nombre? —repitió autoritaria.
—Adam, me llamo Adam —suplicó como el torturado que acaba de confesar sus crímenes más horrendos.
—Está bien, Adam. Vamos a hacer el amor —le respondió Ayla antes de devorarle los labios con fiereza.
Un nudo en los pulmones le cortó la respiración. Se sentía mareado, no le llegaba suficiente sangre al cerebro, aunque sentía un latido palpitar firmemente dentro de su ser. Sintió una fuerza sobrehumana recorriéndole los músculos: quería destrozar algo, arañarlo, morderlo y romperlo. Desenfundar el sable y sentir como las vísceras de su enemigo se hacían mil pedazos bajo su afilada punta mientras la sangre cálida le salpicaba las mejillas.
Sus manos recorrieron los muslos de la chica y los agarró con dureza. Aquel primer estallido lo había desconcertado lo suficiente para darse cuenta de que ya no eran dos cuerpos separados, sino uno solo. Adam jamás había experimentado una batalla tan despiadada, sangrienta y cruel como la que estaban librando su cuerpo y su mente por no perder el control. La sentía tan cerca, tan próxima que creía poder arrancarle el alma con los dedos. Su interior era húmedo y blando, con músculos que se contraían en busca de la postura más cómoda para ambos. Para Driver, era como matar a alguien, clavarle una espada y sentir sus vísceras romperse y salpicarle, hundir su arma hasta lo más profundo de su enemigo y observar el dolor en su rostro. Y, al igual que cuando mataba, contra más lo hacía, más lo anhelaba. La única diferencia era que, la cara de Ayla, no mostraba precisamente dolor.
Un intenso olor a almizcle anegó la habitación, puesto que se inclinó para darle un ligero beso en el pecho.
Entonces Ayla empezó a bailar sobre él, a ritmo constante pero no desenfrenado. Adam la sujetaba por las caderas y guiaba sus movimientos, y a pesar de no notar nada en parte de una mano sentía la totalidad de Ayla sobre su ser. Recorrió su cuerpo varias veces, desde las caderas a los pechos, mientras ella seguía danzando, suspirando por el placer que le proporcionaba, humedeciéndose los labios y mordiéndolos lentamente. Cerraba los ojos y se dejaba llevar… y en un momento dado y en contra de su moral, Adam hizo lo mismo y se abandonó a los placeres carnales, a aquellas olas de deleite que la muchacha despertaba en él y que estallaban en forma de tormenta en su interior, una tormenta de sonoro placer. No se esperaba que de repente le ahogara un tsunami que le desgarró el pecho e hizo añicos su armadura impenetrable, provocando que volviese a bombear sangre a su petrificado corazón. No sabía muy bien que había sucedido, una fuerza interna había sacudido su cuerpo violentamente desde la cabeza a los pies y había transmitido ese poder al cuerpo que estaba unido al suyo: la había inundado de su esencia y ahora una parte de él siempre sería suya. Todavía experimentaba pequeñas descargas eléctricas en sus muslos cuando se percató de que la muchacha estaba a punto de alcanzar el clímax. La rodeó con los brazos y se incorporó rápidamente, consiguiendo que en lugar de proclamar a los cuatro vientos que se habían acostado, lo hiciese directamente en su boca. Sintió los músculos de ella contrayéndose, le rodeó el cuerpo con los brazos y le arañó la espalda en los últimos instantes que habían sucumbido aquel indescriptible placer. Aún sentía espasmos cuando sus gruesos labios mordieron el apetecible hombro de Ayla. Ella lo abrazó con ternura y lo besó repetidamente en los labios, dejando asomar una dulce sonrisa entre beso y beso mientras le acariciaba el cabello empapado.
Adam se desplomó sobre la cama, exhausto y empapado en sudor y en otros líquidos corporales que no sabía si pertenecían a él, a ella o a ambos. Sus músculos se relajaron, a pesar de su agitada respiración y su cerebro experimentó una agradable sensación de descanso. Ayla se dejó caer a su lado, con los mismos síntomas en su cuerpo. Driver sentía una profunda vergüenza hacia su persona, hacia su cuerpo y hacia su rango. No se merecía estar al mando de una misión tan importante si era incapaz de resistirse a la piel cálida y a los besos de una muchacha. Había tirado hombres a las hélices por encontrarlos acompañados en un camarote. Les había mandado cortar la virilidad a compañeros que habían compartido cama… Pero lo suyo era mucho peor, porque él se había acostado con una prisionera. La manera más eficaz y rápida de acabar con esta locura era matar a la chica y seguidamente clavarse el sable en el estómago. Todas sus preocupaciones se esfumaron de repente cuando la muchacha abrió de nuevo la boca:
—Ha sido… Ha sido estupendo, Adam —confesó entre suspiros—. No me creo que sea la primera vez que te acuestas con una mujer.
Adam se incorporó sobre un codo para mirarla, y aunque no sentía apenas nada con la mano izquierda, se dedicó a acariciarle el estómago desnudo y a observar cómo se le erizaba la piel y su cuerpo se contraía en busca de sus caricias. La marca sobre la pelvis indicaba que antes de ser su esclava, había pertenecido a otro.
—Te juro que es la primera vez. —Una sonrisa traicionera se escapó de sus labios.
—Pero habías estado antes con hombres, ¿no? —Driver negó con la cabeza—. Pues ha sido genial…
Ayla cerró los ojos para rememorar el momento.
—Deduzco que no es la primera vez que estás con alguien.
—Cariño, he estado con bastantes más mujeres que tú.
Los dedos de Adam recorrieron el abdomen de ella, se enredaron entre el vello de la entrepierna y descendieron a la oscura cueva que le había proporcionado tanto placer. Aún estaba húmeda.
—Abre la boca —ordenó mientras introducía sus dedos en ella.
Driver se deleitó viendo como ella saboreaba aquella extraña mezcla que había surgido de la explosión de ambos. Se preguntó qué sabor tendría y si él sería capaz de danzar sobre ella como Ayla había hecho con él. La muchacha se incorporó en silencio y se pasó las manos por el pelo revuelto. Fue a buscar su ropa, pero Adam la detuvo agarrándola con violencia por la muñeca. Contrajo la mandíbula, luchando contra su instinto violento para no forzarla a formar parte de él otra vez. Se le humedecieron los ojos, pero fue incapaz de pronunciar palabra. Ayla le dio un beso en la frente.
—Voy a lavarme, en seguida vuelvo. Te lo prometo.
A pesar de la oscuridad que reinaba en la habitación, Adam fue capaz de distinguir como aquellas caderas se contoneaban hasta desaparecer entre la pared de cristal del cubículo, también aprovechó para asearse, se sentía sucio y asqueado, avergonzado porque su cuerpo se hubiese derramado dentro de ella. Era una debilidad, un obstáculo, tenía que deshacerse de ella antes de que fuese a peor, antes de que, como decía Ayla, «se enamorase de ella». No se oía más sonido en la habitación que el agua de la ducha, como un lejano eco. Podría ir con ella, lavarle aquella piel tan suave y besarla de nuevo, ¡Por todos los dioses! Qué bien sabían esos labios, que maravilloso era sentirlos presionándolos contra los suyos. Desestimó en seguida la idea y estuvo a punto de golpearse la cabeza contra la pared para olvidar todo lo que había hecho aquella noche. Pensó en coger la llave y aprovechar para encerrarla de nuevo, pero entonces el grifo dejó de funcionar y la muchacha salió de la ducha, se vistió con una túnica limpia, ancha, que apenas dejaba entrever el nacimiento de los pechos y esbozaba la silueta de la cintura sobre la tela blanca. Se acercó de nuevo a la cama, en silencio, e intercambió una mirada solemne con Adam, éste, instintivamente se hizo a un lado y permitió que ella se acomodase con él.
Le temblaron todos los músculos del cuerpo cuando