El Zodiaco. Margarita Norambuena Valdivia

El Zodiaco - Margarita Norambuena Valdivia


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sentí los primeros golpes con los arbustos y piedras lo único que atiné a hacer fue protegerme la cabeza, cerrar los ojos y morderme los labios conteniendo el dolor. Creí que sería mi muerte, pero de pronto sentí que algo tiró de mí y al instante siguiente algo blando me rodeaba.

      Abrí los ojos y me encontré con un par de ojos violeta que me miraban con cariño, como si me conocieran de toda la vida y hubieran estado esperando por mi regreso. Observé al adolescente siete años mayor sin comprender qué sucedía, él cubrió con una mano mi cabeza y con la otra me sujetó con fuerza del tórax para impedir que me cayera, resbalando sobre su espalda lo que quedaba de quebrada.

      — ¿Estás bien? —preguntó una vez el suelo frenó nuestra caída.

      Yo no podía quitarle la mirada de encima, pero atiné a contestar con un torpe movimiento de cabeza y en cuanto me liberó me separé de él.

      — Debes tener más cuidado, podrías lastimarte seriamente si caes por ahí. —él se enderezó y se acercó revisándome sin pedir permiso ni avisar, yo arrugué la nariz cuando me tocó el hombro derecho y él frunció el entrecejo. —Ven conmigo.

      Me tomó de la mano y prácticamente me arrastró a través de un húmedo bosque. Yo estaba tan aturdido, que ni siquiera podía pensar en que estaba siendo secuestrado.

      Cuando creí que nos habíamos perdido llegamos ante una enorme casa de un piso que la naturaleza comenzaba a reclamar como propia. El joven se detuvo un momento ante la puerta principal y antes de entrar se giró hacia mí y me pidió que guardara silencio.

      — Será nuestro secreto, ¿de acuerdo? —yo parpadeé sin comprender lo que me pedía, ¿secreto de qué?

      El flacucho de cabello negro abrió la puerta revelando un bullicioso salón lleno de niños pequeños corriendo y jugueteando, todos con las manos y boca aún pegajosas de restos del botín que acababan de conseguir.

      Mi secuestrador y yo nos movimos a hurtadillas pegados al muro, tratando de pasar inadvertidos.

      — ¡Kaytoko! —una niña que tendría cuando mucho tres años nos señaló en cuanto nos divisó cerca de la entrada.

      Tras el grito de la niña todos los presentes dejaron sus juegos de lado para posar las miradas en nosotros, tardaron dos segundos en correr en nuestra dirección y rodearnos antes de que pudiéramos decir pío.

      — Es Capricornio, Virgo. —mi secuestrador corrigió a la pequeña delatora al tiempo que la tomaba en brazos.

      — Ahí estabas, tortuga. —casi gritó una voz a mi costado, yo lo reconocí como el chico de la patada voladora, él se acercó y sujetó a mi secuestrador en un desprevenido abrazo por el cuello, ahorcándolo sin dañar.

      — Alpha, me ahorcas… —se quejó tratando de soltarse, pero dejó de forcejear al notar que el chico había aflojado su agarre y había posado su mirada en mí.

      — Oye, Kaytoko… —el chico dejó en libertad a mi secuestrador y frunció el entrecejo sin quitarme la mirada de encima. Kaytoko, Capricornio o como sea que se llamara mi secuestrador, dejó a la pequeña en el suelo e inhaló una gran cantidad de aire, me dio la impresión de que hacía alguna clase de mantra mental para mantener la calma.

      — No le des cuerda a Virgo, llámame por mi nombre Alpha, soy Capricornio. —le pidió.

      — Mh… —fue toda la respuesta del tal Alpha, quien no me quitaba los ojos de encima—¿Qué es eso? —preguntó señalándome. Alpha me observaba como si fuera un pedazo de muro que acababa de desprenderse y caer.

      — No seas idiota. —le reclamó Capricornio dándole un manotazo y pasando por su lado para poder acercarse nuevamente a mí— Es un niño, nos siguió hasta aquí. —Alpha frunció el ceño dedicándome una mirada apática y algo desdeñosa. —Acuario, ve por el botiquín.

      — A la orden, Capri. —respondió otro de los chicos que había visto taclear al panadero, era un chico rubio que media cerca de diez centímetros más que yo.

      Lo observé asombrado, por alguna razón se veía muy feliz, tenía una amplia sonrisa que iba de oreja a oreja y se cuadró realizando un saludo marcial frente a Capricornio, se dio la vuelta y salió corriendo.

      Solo cuando Acuario regresó con lo encomendado y Capricornio se disponía a revisar mi hombro, Alpha reaccionó. Se abalanzó nuevamente sobre Capricornio ahorcándolo mientras lo separaba de mi lado, observándome como si yo fuese la cobra más venenosa del mundo y él un perro que debía enseñar sus dientes para evitar que me acercara.

      — Mío. —gruñó mientras me fulminaba con la mirada. Yo le contesté alzando una ceja desconcertado— Mi hermano. —repitió. Capricornio sujetó el brazo que le rodeaba el cuello haciendo girar los ojos, parecía hastiado.

      — Mi emano. —se sumó la pequeña de tres años, creo que la habían llamado Virgo. Ella sujetó a Capricornio de una pierna y me mostró la lengua, molesta. Capricornio puso los ojos en blanco.

      — Se dice hermano, Virgo. —corrigió Capricornio.

      — Quítate, enana, es mío, yo lo tenía de antes que tú nacieras. —le reclamó Alpha, empujando a Virgo con su pie, tratando de despegarla de la pierna de Capricornio. Yo los observé impresionado, Alpha fácilmente superaba a la niña en diez u once años, pero continuamente se metía con ella.

      — Alpha, no molestes a Virgo. —le pidió Capricornio, y por su tono de voz me dio la impresión de que no era la primera vez que lo decía.

      — Sí, enano. —le advirtió Virgo, enseñándole la lengua esta vez a Alpha.

      — ¿Cómo que enano? Petisa desvergonzada. —protestó Alpha, entonces la niña mordió la pierna con la que el chico trataba de separarla de Capricornio— ¡Ah! La bestia me mordió. ¡Capricornio! —gritó mientras se separaba de Capricornio para saltar sujetándose la pierna mordida. Virgo reía victoriosa.

      Capricornio observó un instante a Alpha que saltaba en un pie y luego a la niña que reía aún sujeta a su pierna. Se puso serio, como si tuviera intenciones de regañarla, pero cuando su mirada se cruzó con la sonriente pequeña se vio forzado a cubrir su boca para evitar soltar la carcajada que se le escapaba.

      — No lo vuelvas a morder, ¿vale? —le pidió sonriendo, Virgo suspiró, pero terminó aceptando con un movimiento de cabeza.

      — ¡Venganza mortal! —gritó de pronto Alpha saltando sobre la pequeña para aplastarla en el suelo mientras la torturaba a cosquillas.

      — Para qué me molesto… —Capricornio se masajeó la frente antes de sujetar a Alpha del cuello de la camiseta y tirarlo hacia atrás con tal fuerza que logró separarlo de la niña.

      — Táque aélo. —pidió Virgo jalando de las ropas de Capricornio, quien, suspirando, se inclinó, la sujetó por debajo de las axilas y la lanzó sobre Alpha que se estaba poniendo de pie.

      — Ataque aéreo. —gritó sin nada de entusiasmo mientras lanzaba a la pequeña, quien voló por el aire gritando de alegría hasta aterrizar encima de Alpha.

      — ¡Ah, es un ataque a traición! —dramatizó Alpha— ¡Ah! ¡Me está mordiendo! —gritó esta vez en serio, tratando de quitarse a la pequeña de encima.

      — ¡Somos atacados! ¡Somos atacados! ¡Asuman posición de defensa! ¡Es un botín! —chilló Acuario mientras extendía sus brazos y corría en círculos por todos lados haciendo sonidos de avión y disparos con su boca.

      — Se dice motín. —corrigió Capricornio, pero dejó de prestarles atención al ver que todos se habían sumado a la batalla entre Alpha y Virgo. Yo los observé parpadeando. Estaba impresionado, en un segundo todo se había vuelto un caos, gritos y niños corriendo por todas partes.

      — Bueno, ya está. —anunció de pronto Capricornio separándose de mi lado y contemplando su obra, ni cuenta me di de cuándo había tratado mi hombro


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