El Zodiaco. Margarita Norambuena Valdivia

El Zodiaco - Margarita Norambuena Valdivia


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arqueando las cejas, como si yo fuese la última persona que esperaría ver o como si esperara que le volvieran a cerrar la puerta en la cara.

      Ladeé la cabeza hacia la izquierda mientras analizaba a Vetu intentando hacer memoria. Era un hombre alto, casi tanto como Tauro, cabello castaño oscuro corto, vestía un traje de color azul marino, camisa celeste, corbata azul marino y un abrigo largo también azul marino.

      — Hola. —me saludó cuando nuestros ojos se cruzaron, tenía unos hermosos y amables ojos de color verde mar. Por algún motivo su mirada me hizo sentir pena, aunque no pude comprender por qué.

      — Hola. —sonreí en respuesta, a pesar de todo Vetu se veía agradable.

      — Ha pasado un tiempo. —me sonrió con una alegría nostálgica que me causó un extraño revoltijo de estómago, pero nada desagradable.

      — Bueno… supongo. —le contesté, la verdad, no recordaba haberlo visto antes.

      Vetu me observó con calma mientras se rascaba la ceja derecha con su índice, como si se estuviera cuestionando el que los dos estuviéramos en la misma conversación. Su mirada de duda me golpeó directo en el pecho, una opresión inexplicable que de pronto me dejó sin aire.

      — No me recuerdas, ¿verdad, Maia? —preguntó finalmente, sonriendo con indulgencia.

      Entonces el golpe en mi pecho perforó con fuerza. Nadie conocía mi nombre, mi verdadero nombre. Ya ni siquiera podía recordar el momento en que alguien me llamó Maia por última vez.

      Observé a Vetu aterrada, ¿quién se suponía que era él? ¿Por qué conocía ese nombre? Ni siquiera todo el Zodiaco sabía mi nombre, solo aquellos que estuvieron desde el comienzo, lo que se reducía a Capricornio, Sagitario, Acuario, Escorpio, Libra y Leo, el resto llegó una vez que el Zodiaco se había formado y, para entonces, ya nadie usaba su verdadero nombre. De hecho, ni siquiera sabía el verdadero nombre de Géminis, Virgo y Cáncer.

      — ¿Quién…? —intenté preguntar, pero las palabras se atoraron en mi garganta raspando dolorosamente. Arrugué la frente mientras carraspeaba, tratando de aclarar mis ideas— ¿Cómo es que conoces ese nombre? —traté de parecer imponente, pero mi voz sonó frágil y temblorosa.

      — Maia, soy yo, Kaled. —sonrió de modo amigable, señalando con su índice un pequeño tatuaje ubicado a un costado de su ojo izquierdo.

      — ¡¿Qué?! —grité sin poder creerlo.

      Creí que mis ojos se saldrían de sus cuencas de tan grande que abrí mis párpados. ¡Era Alpha Leo! ¡No podía ser! ¡¿Cómo no me había dado cuenta?! No sabía qué decir o hacer. Volví a observarlo de pies a cabeza unas mil veces mientras comenzaba a balbucear palabras inconexas, sintiendo que me hiperventilaba. No podía creerlo, lo veía y no lo creía. Se suponía que estaba muerto, esto era… era… Pensé que jamás lo volvería a ver.

      — ¡Alpha! —grité al fin, saltando a sus brazos para abrasarlo con fuerza.

      Alpha Leo sonrió mientras me correspondía el abrazo, sujetándome con fuerza a unos veinte centímetros del piso, meciéndome con suavidad.

      — Te diría que estás enorme, pero no… sigues siendo una enana. —susurró divertido a mi oído, yo golpeé su pecho con el puño.

      — Cállate. —le ordené. No supe en qué momento había comenzado a llorar, pero tenía todo el rostro húmedo.

      Alpha terminó por bajarme al suelo y yo rápidamente intenté secarme las lágrimas, no quería que me viera llorar, no era una niña pequeña, además, ni siquiera sabía por qué lloraba.

      — Yo creí que también me cerrarías la puerta en la cara. Pólux hasta me gritó. —comentó mientras se sujetaba el mentón recordando los últimos cinco minutos.

      — Oye… ya no usamos esos nombres. —le advertí, Alpha me observó alzando una ceja, como si no hubiera comprendido mis palabras, entonces esbozó una amplia sonrisa.

      — Sí, lo siento, he pasado los últimos años recordándolos por sus verdaderos nombres en lugar de…

      — No me importa, nuestros nombres ahora son otros. —le interrumpí, sonriendo con altanería.

      — De acuerdo, Géminis, ¿verdad? —hizo chasquear sus dedos y me señaló sonriendo de nuevo, esta vez moviendo sus cejas de arriba abajo repetidamente.

      — Alpha. —protesté apoyando las manos en la cadera.

      — Espera, espera, lo tengo, sé que lo tengo. —me pidió apoyando el dedo índice entre sus cejas, cerrando por un momento sus ojos— Aggie es Sagitario, lo recuerdo porque su cumpleaños es el 12 de diciembre. Y solo son cuatro chicas. Así que… Aries fue la del número equivocado y si no eres Géminis eres… —comenzó a razonar.

      — Piscis. —le dije, acelerando su conclusión. Alpha volvió a esbozar una sonrisa y asintió con la cabeza.

      Alpha siempre fue de sonrisa fácil, pero por alguna razón, esta vez se sentía mucho más alegre de lo que yo recordaba.

      — Ya casi lo tenía. —me confesó, yo le sonreí guiñándole un ojo.

      — Seguro. —le concedí sabiendo que mentía, entonces me hice a un lado y lo invité a entrar cediéndole el paso.

      No podía esperar a mostrarle a los otros que Alpha había regresado. Estaba segura de que todos correrían a su encuentro en cuanto lo vieran. Pero Alpha no aceptó mi invitación, en lugar de eso esbozó una media sonrisa y volvió a rascarse la ceja derecha con su índice mientras pensaba.

      — ¿Ahora qué?

      — Maia, no sé si lo notaste, pero Pólux y Ellien me cerraron la puerta en la cara. —yo entrecerré los ojos apoyando las manos en la cadera.

      — ¿No quedamos en que esos no eran nuestros nombres? —él puso los ojos en blanco.

      — De acuerdo, solo digo que no creo que sea buena idea. —Alpha se cruzó de brazos sonriendo mientras se enderezaba observándome con soberbia.

      — ¿Y entonces qué? ¿No has venido para eso? Solo entra y ya. Leo y Aries no te reconocieron, pero cuando te vean recordarán lo genial que es que hayas regresado. —entonces comencé a empujarlo por la espalda, pero Alpha pesaba mil toneladas.

      Aún seguía de brazos cruzados, apenas moviéndose a pesar de que lo empujaba con todas mis fuerzas, cuando me observó por sobre su hombro izquierdo y suspiró resignado.

      Carraspeó un par de veces antes de comenzar a caminar con paso firme hacia el comedor, espalda derecha y mirada altiva. Por un momento me sentí siendo escoltada hacia mi juicio. Y no es que yo no notara las miradas serias y nada acogedoras del resto, pero creí que se debía solo a un malentendido, después de todo era Alpha: ¡el hijo pródigo había vuelto! Era imposible que los demás no estuvieran contentos.

      — Miren nada más lo que arrastró el viento. —se burló Tauro recargándose en el respaldo de su silla, observando a Alpha de arriba abajo con petulancia, como si estuviera juzgando su atuendo y apariencia.

      — Ya decía yo que estabas tardando en aparecerte por aquí. —dejó caer Libra sin mucho interés, era el único que no había posado su mirada en Alpha y parecía más interesado en lo que quedaba de su desayuno que en nuestro visitante.

      — ¿En serio? ¿Y eso? —no comprendí qué había querido decir, ¿entonces él ya sabía que Alpha seguía vivo?

      — Oh, cierto… —Libra abrió sus ojos como si se hubiera acordado de un importante encargo que debía realizar— Chicos, ¿a qué no adivinan a quién vi anoche? —Libra observó al resto del Zodiaco exagerando su asombrada actuación, brindándole siempre la espalda a Alpha.

      — Ah… déjame pensar… ¿será Alpha? —Sagitario sonrió divertida mientras señalaba con su pulgar al recién llegado.

      —


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