El Zodiaco. Margarita Norambuena Valdivia

El Zodiaco - Margarita Norambuena Valdivia


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no lo lograría, pero me sentiría mejor, al menos me libraría de esta ira que comenzaba a crecer en lo profundo de mi estómago.

      Debí recordar que Alpha era el hermano menor de Capricornio, y que el día en que murió nuestra primera Virgo también fue el día en que creímos muerto a Alpha Leo. Y aunque Capricornio nunca dijo nada y siempre se esmeró en no demostrar nada, todos sabíamos lo mucho que lo había afectado el hecho de que sus dos hermanos menores murieran al mismo tiempo.

      Nosotros perdimos a nuestra pequeña hermanita adoptiva y a nuestro líder, pero Capricornio perdió toda su familia en un instante y se vio forzado a no permitir que su nueva familia se fuera al carajo.

      Cuando pienso en lo rápido que Capricornio tuvo que madurar, se me aprieta la garganta. Él solo tenía quince años en ese entonces, uno menos que yo ahora, y sí algo sucediera en este instante de modo que la integridad y continuidad de nuestra extraña familia dependiera de mí, lo más seguro es que tardaríamos diez segundos en terminar en tragedia.

      TAURO

      — Ok… creo que Vetu tiene la curiosa habilidad de desquiciar a nuestros queridos y siempre sensatos líderes. —razonó Géminis.

      Yo alcé una ceja permitiéndome dudarlo, Leo hacía un berrinche digno de un niño pequeño. Esperaba que Géminis no se estuviera refiriendo a Leo como uno de esos sensatos líderes, ni a Aries tampoco. El único que podría ser un líder sensato sería Capricornio; nadie pondría en duda su autoridad, aunque siempre ha mantenido un perfil bajo, así que supongo que le falta personalidad para llenar el puesto de líder.

      — ¿Quién es sensato? —Capricornio observó asombrado a Géminis. Yo sonreí e iba a responderle que nadie, pero me arrepentí y me incliné apenas sobre su hombro para susurrarle al oído.

      — Vetu. —él volteó a verme y yo aproveché de guiñarle un ojo.

      — ¿Qué hacemos? —preguntó Libra.

      — ¡Yo voto por ir por nuestras armas y balear la puerta! —Leo se puso de pie ansioso por ejecutar su plan.

      — Anda hombre, ¿por qué tan mala actitud? —Cáncer frunció el entrecejo como si no comprendiera la actitud violenta de Leo.

      — ¿Yo soy el de la mala actitud? ¿En serio? —Leo sonaba ofendido y se dejó caer de mala gana en la silla— ¿Y tú tienes la desfachatez de decírmelo? ¿Es necesario que te recuerde lo que has hecho hace un par de horas en aquella bodega? —insistió cruzándose de brazos.

      — No sé de qué me hablas. —Cáncer prefirió fingir demencia y volvió a dirigir total atención a su desayuno.

      — Oh… de acuerdo, yo iré a ver quién es Vetu. —Piscis se fue en dirección a la puerta principal caminando con alegría.

      — ¿Deberíamos detenerla? —yo desvié mi mirada hacia Leo, entonces me di cuenta de que parecía tener una conversación privada con Aries. Tan privada como el hecho de estar sentados en extremos opuestos de la mesa se los permitía.

      — Nah… ¿quién sabe? En una de esas nos sorprende y le entierra un cuchillo. —Aries sonaba tranquila, pero sonreía como si de verdad esperara que Piscis acuchillara a Vetu.

      Yo volví la mirada hacia Piscis mientras me rascaba la barbilla, comenzaba a cuestionarme seriamente la identidad de ese tal Vetu.

      — Iré a ver cómo sigue Virgo. No hagan mucho ruido. —nos advirtió Capricornio.

      — Sí, Capri. —respondí observándolo con interés.

      — ¿Puedo ir contigo? —Cáncer se había puesto de pie nada más escuchar el nombre de su hermano.

      Lo observé un instante antes de posar mi mirada de nuevo en Capricornio, para ver su reacción. Yo también quería visitar a Virgo, pero Capricornio había cerrado el horario de visitas y no había forma de pasar por encima de él. Tendríamos que esperar hasta la tarde, y eso si Capricornio decidía que podíamos.

      Me sorprendió bastante cuando Capricornio terminó aceptando la petición de Cáncer y juntos se encaminaron al dormitorio de Virgo. Supongo que ser hermano del pequeño peliblanco tenía sus privilegios.

      Me quedé mirando el camino a los dormitorios hasta que los perdí de vista y cuando volví a observar el comedor me di cuenta de que aún quedaban tostadas en uno de los platos y nadie parecía interesado en comérselas. Las habría tomado si no hubiera sido porque en ese momento me percaté de que todos parecían observar con el ceño fruncido en dirección a la puerta.

      Suponiendo que lo más probable era que Piscis hubiera vuelto a tener algún descuido, miré en su dirección y entrecerré los ojos al notar quién la acompañaba.

      Atravesando la entrada junto a Piscis se encontraba un hombre alto, cabello castaño oscuro, traje azul, zapatos negros, muy elegantes por cierto, y que estaba seguro de que se trataba de Alpha Leo. No sé cómo, pero sabía que se trataba de él, no podía ser otro. Me encontraba a unos seis o siete metros de distancia, pero reconocería ese rostro donde fuera.

      Recuerdo con claridad nuestro primer encuentro hace once años. En aquel tiempo Alpha me doblaba la edad y era casi treinta centímetros más alto que yo, a pesar de que yo era bastante alto para un niño de siete años.

      Por aquellos días, el Zodiaco me era totalmente desconocido, lo único que tenía claro era que debía encontrar algo para comer durante el día y un sitio donde dormir al caer la noche. Por lo demás, rumores de un grupo de niños vándalos que vagaban por las calles me parecían tan cotidianos e insignificantes que jamás me detuve a prestarles atención. No hasta que me crucé de frente con ellos.

      Era temprano por la mañana de un soleado día de julio y el aroma a pan recién horneado me atrajo hasta una panadería casi al final de la calle Minskaya, a dos cuadras de la avenida Vitebskoye.

      La vida en la ciudad recién comenzaba a despertar y los locales abrían sus puertas preparándose para la llegada de sus clientes.

      Llegué frente al escaparate de la panadería y a través del cristal aprecié las delicias que una joven dama comenzaba a acomodar en las vitrinas. Estaba tan ensimismado babeando por aquellos pasteles que no me di cuenta del momento en que el dueño salió del local escoba en mano.

      — ¡Fuera de aquí, pulgoso! —escuché justo antes de que me golpeara un par de veces con la escoba. Yo me cubrí lo mejor que pude mientras sentía el fuego de la impotencia quemarme por dentro. Algún día me vengaría.

      — ¡Patada voladora! —oí de pronto, segundos antes de que una mata de cabello castaño oscuro volador estampara su pie derecho en la cara del regordete dueño del local.

      El hombre, a quien el ataque encontró totalmente desprevenido, perdió el equilibro y se fue de espaldas, pero logró evitar la caída solo por segundos antes de que tres muchachos salieran de la nada y lo taclearan para terminar de tumbarlo. En seguida los cuatro chiquillos se sentaron a horcajadas sobre el panadero para inmovilizarlo.

      — ¡Ahora! ¡Ahora! —el muchacho de la patada voladora incitó con su mano a que ingresaran al local.

      Desconcertado, observé hacia el lugar al que hacía señas y me di cuenta de que de un callejón oscuro frente al local salía una banda de niños pequeños a toda velocidad, ingresaban a la panadería y regresaban corriendo cargando su botín: un montón de dulces, panes y tortas, todo lo que sus pequeñas manos podían cargar.

      — Gracias por la comida, viejo. —rio el chico de la patada voladora, entonces entrelazó sus manos y golpeó con fuerza la cabeza del pastelero, aturdiéndolo el tiempo suficiente como para que él y sus tres colegas huyeran de escena.

      Asombrado, pero sobre todo intrigado me apresuré a darle alcance al grupo de ladronzuelos. Después de un par de calles corriendo tras ellos creí que les había perdido el rastro, hasta que al llegar al final de la calle Smith III logré distinguir que uno de los chicos que había tacleado al panadero


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