Patrimonios, espacios y territorios. Natalie Rodríguez Echeverry
del siglo XIX, hasta pasada la primera mitad del siglo XX.
Y si bien el estudio se focaliza en Quibdó, pues deja traslucir las conexiones internas, entre barrios, también rescata las que trascienden el ámbito quibdoseño. En esta medida, las gentes negras de Quibdó no solo llegan para establecerse allí, sino que son permanentes sus vinculaciones, sus rutas y sus conexiones. Así, se establecen especies de diásporas circulares que mueven a la familia extendida, las prácticas agrícolas, las técnicas de pesca, los saberes artesanales, las prácticas curativas, los festejos y los productos comerciales y de trueque. De esta manera, no es posible imaginar a los pobladores negros que tejen espacio en Quibdó, llegando allí y dándole la espalda a su entorno, cortando las conexiones; eso es imposible, eso no se puede dar dentro de las dinámicas que, de manera permanente, ligan sitios, poblados y centros urbanos.
Todo un andamiaje teórico, tejido de manera interdisciplinar, posibilita la rigurosidad crítica en el análisis de los procesos espaciales y de intervención social. El espectro de nociones y conceptos ejemplifican las distintas aristas problémicas en las que se desdoblan los fenómenos socio-espaciales. Algunos de ellos, posiblemente los más relevantes son poder y contrapoder, el espacio-territorio rizoma (espacios estriados y lisos), las relaciones espaciales de fuerza, territorio como lugar relacional, progreso y atraso, conocimientos expertos y saberes ancestrales, óptica de la experticia —la ciudad hegemónica— el tejido tradicional contrapuesto y, en fin, todas las retóricas que hablan de la existencia, supuestamente, de un atraso atávico que, en últimas, le da argumentos a la élite para proyectar la materialización de la ciudad blanca hegemónica.
Las vías metodológicas trazadas para este estudio llevaron a la arquitecta Natalie Rodríguez a operar una lejanía crítica respecto de los asuntos canónicos de la arquitectura frente a la concepción lineal y vertical del patrimonio. La investigación social interdisciplinaria y una nueva actitud ética y estética posibilitaron reunir varios materiales de información de archivo, exploraciones de terreno, cartografía, imágenes aéreas, imágenes y la realización de dinámicas de gestión de la memoria. Así se facilitó lo que, a nuestro juicio, puede significar el meollo central de la apuesta metodológica: operar el contraste arqueológico y genealógico de los rizomas espaciales mediante el análisis y la interpretación de contenido, la sistematización de datos de propiedad, compra y ventas de predios, las dislocaciones visuales presentes en las aerofotografías, imágenes fotográficas, cartas, discursos, artículos de prensa, sermones, informes misionales y la propia visión contenida en las narrativas de los “pobladores negros” recogidas en sendas sesiones colectivas, a manera de talleres, e individuales.
De tal suerte que el resultado analítico consistió en una deconstrucción de las visiones verticales y unilaterales sobre el espacio como patrimonio, concebido y normado más desde la rigidez propia del Estado, de sus instituciones, de los funcionarios e, incluso, de muchos académicos. Acá, en contravía, los hábitats quibdoseños y sus genealogías, en su proceso de constitución y simbolización, son estudiados, leídos y consignados desde varias ópticas o focos de lectura que concurren al mismo nivel de interpretación y de análisis. Se trató, en resumidas cuentas, de explorar y de enfrentar el espacio del poder contra el poder del espacio social alrededor de los trazos, marcas y rizomas que va dejando la estela de la presencia, ocupación, construcción y permanencia de las entidades sociales comunitarias que se van desplazando desde distintas áreas circundantes a Quibdó y se van asentando en la ciudad, pero en territorios que, por su naturaleza obtenida, desafían las nociones dominantes teóricas de lo urbano, concretando ese escenario que hemos dado en llamar la ciudad no ciudad.
La exploración de los tejidos territoriales de la ciudad no ciudad avanza, en términos generales, a lo largo de dos momentos muy bien acotados, y que constituyen las tres partes o secciones de este libro, que bien se pudieran sintetizar en la confrontación o tensión entre la “óptica de la experticia” de conocimiento experto hegemónico de las élites y el despliegue de los saberes locales como dispositivos fundamentales en la construcción de territorio, por lo general, circundante a la retícula establecida por el poder de la óptica de la experticia. De esta manera, entonces, en la primera parte, se analizan las retóricas del atraso que terminan por darle sustento a la necesidad del progreso y por ende a la erección de la ciudad dominante con sus íconos grandilocuentes. Luego, se interpretan aquellos dispositivos hegemónicos de las élites blancas para planificar un proyecto de ciudad “blanca”, erigiendo edificios y monumentos que a su vez son referentes del paradigma de la modernidad; es lo que la autora llama “modelo de disposición”, que se puede asociar al hecho de la construcción y referenciación del espacio urbano desde un discurso y una posición de privilegio y poder.
El segundo momento constituye esa otra mirada desde abajo, desde el mismo sabor de la tierra y de los conocimientos o prácticas locales de los pobladores. Acá Natalie habla de los “andamiajes locales constitutivos de territorio urbano”, esto es, las maneras como se teje y se da sentido a un territorio desde estructuras sociales como la familia extendida, el conocimiento ancestral, las creencias religiosas, las expresiones lúdicas, las técnicas agrícolas y de pesca, la experiencia adquirida en las alternancias itinerantes y, en fin, el despliegue de un universo de saber tradicional en aquellos espacios ocupados y que constituirán el nuevo anclaje de la familia y la comunidad.
Y es que construir territorio desde los saberes locales, desde las redes y prácticas significativas, tiene, ni más ni menos, el propósito vital de proporcionarle cabida, sustento y un armazón al hecho de crear o reforzar la comunidad, la familia y las redes de cohesión comunitaria que, por lo mismo y ya lo habíamos señalado, implica no solo expandir las articulaciones comunitarias de connotación regional o local que trascienden el escenario de Quibdó, sino que además, y esto es de la mayor importancia, refuerza la adscripción, la cohesión, vital con el territorio. Por eso se habla de territorios de vida, hilados desde lo más profundo del saber acumulado en esa relación orgánica con los espacios que proveen el sustento.
De tal manera que, visto en conjunto, este libro propone y materializa un modelo teórico y metodológico de análisis, diríamos un estudio de referencia, para comprender de una forma holística los procesos formativos y constitutivos de los espacios y de los territorios, poniendo en situación de interpelación, de tensión, los proyectos propios de la hegemonía del poder frente a las epistemologías locales, para usar el concepto del senegalés Yoro Fall, que producen, enuncian y materializan los saberes acumulados, en una dinámica continua de habitar y transmitir. En este escenario, se pudo vislumbrar un esfuerzo provechoso de interdisciplinariedad que, partiendo de la arquitectura, se articula con los estudios culturales, además de otros intersticios disciplinares que supuso entronques transdisciplinares. De esta forma, las nociones y la problemática del patrimonio, quizás el eje articulador de este trabajo, pudieron ser deshilvanadas críticamente, para arribar al puerto en el cual la constitución de territorio, matriz de memoria y de patrimonio, debe ser aprehendida poniendo en cuestión las distintas formas de leer y percibir el territorio en tanto contenedor de poderes, contrapoderes, conocimientos expertos y saberes vitales que son producidos, apropiados y transmitidos en el marco de la relación entre las comunidades y los hábitats.
RAFAEL ANTONIO DÍAZ DÍAZ
Departamento de Historia
Pontificia Universidad Javeriana
Quizás deba empezar anotando que el interés por llevar a cabo el presente trabajo nace de la inquietud, pero también de cierta inconformidad que, como profesional de la arquitectura que toma como campo de profundización el patrimonio cultural inmueble, me lleva a cuestionarme acerca de la manera en que se suele aproximarse a la lectura de este. Debo aclarar, entonces, que mi formación específica en y para la intervención de aquellos denominados “monumentos arquitectónicos” me conduce, en una primera instancia, a acercarme a su comprensión, entendiéndolos como objetos enmarcados en discursos expertos y que pueden poseer atributos y características únicas, principalmente referidas a su materialidad y externalidad y, por lo tanto, con lo que estos representan, es decir, como piezas