Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick
soy un irresponsable. Me voy a ocupar de ella, pero quiero tener voz en lo que le pase. Derechos legales.
—De acuerdo.
Cal parpadeó.
—¿Así de fácil?
—¿Esto te parece fácil?
—Ahora que lo mencionas…
Annie se agarró a la falda de su madre para ponerse de pie. Emily se la subió a la cadera. Nunca había pensado que fuera una mujer que no supiera compartir, pero ahora se preguntó si Cal no tendría razón. Se había esforzado mucho por ser independiente porque no quería volver a necesitar a nadie de nuevo. Entonces conoció a Cal y cometió el error de dejarle entrar.
Estaba claro que la atracción no había terminado cuando acabó su relación. Emily había tratado de olvidarle, pero nunca llegó a conseguirlo del todo. Tal vez porque era el padre de su hija.
Lo cierto era que ambos eran responsables de aquella niña, así que ella tenía que encontrar la manera de coexistir pacíficamente. Pero irse a vivir con él, apoyarse en él, era algo que no podía hacer.
Cal le sonrió a Annie, que parecía tener más curiosidad que precaución.
—¿Estoy es una tregua?
—Creo que un alto el fuego es una idea excelente —reconoció Emily.
Y confió en que no se arrepentiría de aquellas palabras. Sería muy fácil enamorarse de él, y eso la asustaba más que estar sola.
Cal no estaba por encima del soborno. Su objetivo era conocer a su hija, y si eso significaba comprar la voluntad de Annie, lo haría. También quería comprar la de Emily. Por eso había llamado antes de presentarse en su puerta con regalos para la niña.
Llamó al timbre, lo que no le resultó fácil porque iba muy cargado. Emily abrió la puerta y se rió. Cielos, siempre le había gustado su risa, era un sonido que le hacía sonreír.
—¿Eres tú, Cal? ¿O se trata de Papá Noel?
Emily volvió a reírse, pero él hizo un esfuerzo por no sonreír.
Una tregua significaba sólo que debía llevarse bien con ella. No tenía por qué caerle bien. De ninguna manera volvería a dejarse engañar por una mujer que mentía.
Cal pasó y dejó las bolsas de juguetes justo al lado de la puerta. Los grandes ojos azules de Annie, que estaba en medio del salón, seguían todos sus movimientos. Con interés, notó Cal. Aquél era un paso en la dirección correcta. Tenía el cabello rubio todavía húmedo, la prueba de que su madre la había bañado antes de acostarla. Llevaba un pijama rosa de princesas, y Cal sintió deseos de abrazarla con fuerza.
Y eso era lo que más le desconcertaba. Sabía cómo tratar a niños de todas las edades que aparecían en urgencias. Aquella niña era carne de su carne y sin embargo no tenía ni idea de cómo proceder. Lo único que sabía era que no quería hacerla llorar de nuevo. Miró a Emily, que también le estaba mirando. Llevaba una camisola amarilla y falda blanca corta que dejaba al descubierto sus piernas suaves y bronceadas. Cal se moría por deslizar las manos por aquella piel suave y hacerla temblar de deseo como solía hacer.
—A ver —dijo escogiendo un paquete del montón. Pasó por delante de Annie, cuya mirada lo siguió hasta el sofá en el que él estaba sentado—. He comprado unas cositas.
—Sí, ya lo veo. Si esto es porque sí, me imagino lo que será cuando cumpla su primer año dentro de un par de semanas.
Mientras Emily y Cal hablaban. Annie se había ido deslizando hacia la pila de juguetes que había al lado de la puerta, y lo utilizó para ponerse de pie. Balbuceando como una loca, le dio un golpe con la manita a un teléfono móvil de juguete.
Emily se agachó a su lado.
—Sé amable, Annie. Tu papá te ha traído estos regalos. ¿Le das las gracias a papá?
¿Papá? Aquella única palabra lo llenó de felicidad y le hizo sentir una gran responsabilidad por lo que implicaba. Protección. Guía. Bienestar. Educación. Y muchas otras cosas que formarían la personalidad de su niña y la convertirían en una mujer. Eso era lo que Emily estaba haciendo con ella.
—Quería comprarle una muñeca bonita, pero tenían muchas etiquetas de advertencia —Cal le sonrió a Annie, que había dejado de balbucear al escuchar su voz—. ¿Te habías dado cuenta de que la edad mágica para empezar a disfrutar de los juguetes son los tres años?
—Sí, ya me había dado cuenta —reconoció Emily. Le brillaban los ojos divertida—. Supongo que ésa es la edad mágica en la que deja de llevarse todo a la boca.
Cal asintió.
—Entonces tendremos que confiar en que no empiece a meterse cosas por la nariz y los oídos.
—Oh, cielos —gimió ella—. Estás de broma, ¿verdad?
Él negó con la cabeza.
—No es el caso de urgencias más frecuente, pero no creerías las cosas que he llegado a extraer.
Emily agarró a Annie y le dirigió a Cal una mirada entre irónica y preocupada.
—El mundo de los juguetes y los niños pequeños es un lugar aterrador para un padre.
—Dímelo a mí.
¿Sería aquello un lazo parental? La preocupación compartida por su hija. Llegaba con once meses de retraso, pero más valía tarde que nunca. Un chillido emocionado de la niña le recordó que no había ido allí para saldar cuentas. Ni para cuestionar a Emily. Estaba allí para conectar con Annie. Cal hizo mucho ruido al abrir el paquete de la muñeca para llamar la atención de la niña. Ella lo observaba con gran interés. Tras unos instantes, cayó sobre sus posaderas y se dispuso a gatear. Llegó hasta él en cuestión de segundos.
Cal alzó la vista hacia Emily, que sonrió y asintió con la cabeza, indicando que entendía y aprobaba el plan. Annie utilizó la mesita auxiliar para ponerse de pie. Vio como Cal sacaba la muñeca vestida de rosa de la caja y se la puso en las rodillas, donde Annie pudiera tocarla. La niña puso la manita en el sofá para no perder el equilibrio y Cal se dio cuenta de que prácticamente estaba de pie sola.
—¿Has visto eso? —le preguntó a Emily.
—Lo sé —ella sonrió con ternura—. Pero si se da cuenta, se sentará. Físicamente está preparada para dar sus primeros pasos, pero mentalmente no.
—Está a punto de andar —afirmó Cal lleno de orgullo paternal—. Justo cuando le corresponde.
—Sí —dijo Emily—. Lo hará en cualquier momento. Es una niña completamente normal.
Annie señaló la muñeca con un dedito y comenzó a balbucear.
—Creo que quiere que la subas en brazos —dijo Emily.
—¿En serio? —Cal miró de nuevo a la niña—. Oye, Annie, ¿qué te parece si te levanto?
Cal dejó la muñeca a su lado en el sofá y agarró a la niña, subiéndola suavemente a sus rodillas. Annie se inclinó rápidamente hacia delante, pero no llegó a la muñeca, así que Cal se la acercó. Annie abrazó la muñeca blandita contra su pecho.
—Creo que hemos triunfado en esta misión —dijo—. Contacto sin llanto.
—Felicidades —dijo Emily—. Ya ves, lleva su tiempo.
Cal disfrutó de la ola todo lo que pudo. Durante la siguiente hora abrió los regalos que había llevado uno por uno y jugó con su hijita. Ella se le subía voluntariamente al regazo y le daba las cosas para que le enseñara cómo funcionaban. Cal la hizo sonreír y reírse. Pasó mucho tiempo antes de que Annie se pusiera de mal humor, y ese comportamiento fue acompañado del frotamiento de ojos, lo que indicaba que estaba cansada.
—Es hora de que esta niñita se vaya a la