Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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lo hizo, y observó cómo ella le cambiaba el pañal a Annie con seguridad y luego la ponía a dormir en la cuna de princesas. Tras taparla hasta la cintura, encendió una lamparita y regresó con Cal al salón.

      Él no tenía palabras para describir la emoción y la alegría que le producían abrazar a su hija y dar pasos positivos para ganarse su confianza. Pero la confianza no se hacía extensiva a Emily y él.

      —Se está haciendo tarde, Cal —dijo ella abriendo la puerta—. Gracias por haber venido.

      —Gracias por recibirme —se detuvo frente a ella, sintiendo cómo el calor exterior se mezclaba con el aire fresco de dentro. Cuando se juntaban aire frío y caliente, se creaban las condiciones idóneas para un tornado.

      Aquella mujer tenía una boca hecha para besar, y él lo sabía por propia experiencia. Había echado de menos muchas cosas de Emily desde que ella lo dejó, y besarla estaba en lo más alto de la lista. Al parecer todavía tenía la adrenalina de la euforia, porque era la única explicación para lo que hizo después.

      Cal le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí mientras inclinaba la boca sobre la suya. Aquel contacto liberó la tensión que no sabía siquiera que estuviera formándose en su interior. Saboreó la sorpresa de labios de Emily justo antes de que se rindiera en una mezcla de lengua y dientes. Sus senos se apretaron contra el pecho de Cal, haciéndose desear con todas sus fuerzas que estuvieran piel contra piel. Sus dedos encontraron el bajo de su falda y estaba a punto de levantársela cuando ella le colocó las manos en los hombros. Era una señal, una negativa, y no lo que esperaba el cuerpo de Cal.

      Dio un paso atrás y se llenó los pulmones de aire ante de decir:

      —Eso ha sido una combinación de gracias y buenas noches.

      —Lo sé —dijo ella con voz ronca y temblorosa al mismo tiempo.

      —Ahora me voy.

      —Será lo mejor —estuvo de acuerdo Emily—. Buenas noches, Cal.

      Cuando ella cerró la puerta, Cal fue consciente de cuál era el problema inherente a lo que acababa de pasar. Emily no se creía la pobre excusa que le había dado para besarla, como tampoco se la creía él.

      EMILY había terminado su trabajo diario en el hospital en el que trabajaba Cal inmediatamente después de la desastrosa conversación en la que había tratado de decirle que estaba embarazada. En aquel momento le pareció que era lo mejor que podía hacer, aunque le encantaba aquel hospital. Ahora que Cal sabía lo de Annie, no había razón para andar evitándolo y podría volver a su trabajo allí.

      Aquella mañana temprano, cuando entró en el Centro Médico Misericordia, se dio cuenta de cuánto había echado de menos aquel lugar. Dentro de sus paredes, el personal estaba centrado en trabajar al unísono para curar la mente, el cuerpo y el alma de los pacientes. También se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos ver a Cal en el trabajo. Como representante de los servicios sociales, la llamaban si había sospechas de maltrato infantil o necesidad económica. Ahora mismo iba camino de urgencias porque Cal había pedido a una trabajadora social para que viera a uno de sus pacientes.

      Emily debería estar centrada en su trabajo, pero el mero hecho de pensar en Cal provocaba que la boca le temblara con el recuerdo de su último beso. Una combinación de buenas noches y gracias, le había dicho. Era más fácil creérselo, pero sus bocas se conocían demasiado, y estaban demasiado impacientes por recibir más.

      Se le formó un nudo en el estómago. Cuando se abrieron las puertas automáticas de urgencias, Emily las cruzó y vio a Cal en el mostrador de información, hablando con al enfermera jefe. Rhonda.

      —Hola, Rhonda. Hola, Cal —dijo Emily deteniéndose al lado del mostrador.

      La rubia de ojos marrones asintió.

      —La identificación que llevas indica que estás trabajando.

      —Sí. Los servicios sociales están en cuadro por las vacaciones y me han pedido que venga.

      —Ya veo —Rhonda le dirigió una mirada fría.

      —¿Dónde está Annie? —preguntó Cal—. ¿Con Lucy? ¿Con Patty?

      —No, tenían trabajo. Está en la guardería con Oscar y Henry. Ginger Davis, la directora, lleva un programa que permite que estudiantes de educación preescolar hagan allí prácticas y así no cobra a las madres que no pueden permitírselo.

      Cal no dijo nada, pero a juzgar por su expresión, no parecía muy contento.

      —¿No ibas a ir a comer, Rhonda? —preguntó mirándola de reojo—. Te recomiendo que lo hagas ahora que las cosas están calmadas. No hay nadie en la sala de espera, y no creo que eso dure mucho.

      —De acuerdo. Enseguida vuelvo —dijo Rhonda levantándose de la silla.

      Emily sintió su tensión y echó de menos la relación cálida que tenía antes con la mano derecha de Gal.

      —Que disfrutes de la comida, Rhonda.

      Su única respuesta fue asentir con la cabeza mientras se iba.

      Emily miró a Cal. Aquel hombre conseguía, no se sabía cómo, que la bata azul pareciera una armadura de caballero andante en lugar de un pijama.

      —¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó.

      La mirada de Cal se oscureció durante un instante, como le había sucedido después de que se besaran.

      —Es la tercera vez en diez días que viene un chico a urgencias con asma. Esta vez no le hemos ingresado.

      —¿Cómo puedo ayudar?

      El problema es que, cuando llega aquí, el ataque es tan grave que necesita intervención inmediata porque no ha utilizado medicinas con anterioridad. La familia ha perdido hace poco el seguro médico cuando echaron al padre de su trabajo en la construcción.

      —¿Y qué necesita el niño?

      —Aprender a manejar la situación. La familia ha comprendido que el mantenimiento médico es necesario para detener un episodio que puede terminar en hospitalización, lo que es muy traumático aparte de caro. El objetivo es minimizar o prevenir el riesgo de una lesión pulmonar permanente.

      Emily se dio un golpecito en el labio con el dedo.

      —Hay un programa de educación sobre el asma en la clínica a la que van Henry y Oscar. Lo dirige un pediatra especializado en pulmón.

      Cal asintió.

      —¿Cómo se llama?

      —Nick Damien.

      —He trabajado con él. Es bueno —Cal se quedó pensativo un instante—. ¿Tiene algún coste?

      El trabajo de Emily consistía en conocer los programas y servicios que había en la comunidad para cubrir las necesidades de los pacientes cuando salían del hospital.

      —Tanto el médico como el resto del personal donan su tiempo libre, y la clínica es gratis. Lo investigaré más a fondo y hablaré con los padres.

      —Bien.

      —De acuerdo entonces. Me pondré a ello —Emily se dio la vuelta, pero entonces sintió la mano de Cal en su brazo.

      —Espera, Emily —le apartó la mano—. Ya que estás aquí, hay algo más que me gustaría que hicieras.

      —Claro —parecía una colegiala nerviosa. Demasiado ansiosa. Como un cachorrillo deseando agradar. Había sido aquel maldito beso. La buena noticia era que no se había metido en la cama con él, como la primera vez que la besó. La mala noticia era que deseaba desesperadamente hacerlo.

      Cal se cruzó de brazos y se apoyó contra el mostrador.

      —Mira, ya sé que no te gusta la idea


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