Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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—dijo Mitch apoyando los antebrazos sobre la mesa—, ese problema particular ya es agua pasada. Estoy siendo amable con todo el mundo en el hospital, desde los celadores hasta el administrador.

      —Ayuda el hecho de que el administrador sea tu suegro.

      Mitch esbozó una de aquellas sonrisas que hacían lamentar a las mujeres que ya no estuviera en el mercado.

      —No es tan mal tipo.

      —¿Desde cuándo? —quiso saber Jake.

      —Desde que va a convertirse en abuelo cualquier día de éstos. Se ha dado cuenta de que, si quiere tener relación con su hija y con su nieto, tiene que portarse bien.

      —Así que te escondes bajo las faldas de una mujer —aclaró Cal.

      —Siempre y cuando sea mi mujer la que las lleve, ni lo dudes —aseguró Mitch—. Pero su inminente conversión en abuelo ha enternecido a Arnold Ryan.

      Samantha Ryan Tenney había sido la consejera de conflictos de Micth, y durante las primeras semanas hicieron algo más que discutir su actitud. Llevaban menos de dos meses casados, pero esperaban el nacimiento de su hijo para cualquier momento.

      —¿Cómo está Samantha? —preguntó Cal.

      —Está reteniendo suficiente líquido en los tobillos como para flotar —respondió él—. O eso dice ella, pero está bien, y Rebecca…

      —¿Rebecca Hamilton, la ginecóloga? —quiso saber Cal.

      —Sí, ella dice que el bebé está perfectamente y que llegará en su momento.

      —¿Es un niño? —preguntó Jake.

      —Por supuesto.

      —¿Lo sabes seguro? —inquirió Cal.

      —Samantha quiere que sea una sorpresa, pero yo ya lo sé —dijo—. Yo quiero un niño.

      —¿Qué tienen de malo las niñas? —insistió Cal.

      —Absolutamente nada. Pero Samantha sabe que yo prefiero que el primero sea niño.

      Interesante, pensó Cal.

      —¿Queréis tener más hijos?

      —Vamos a ver primero cómo va todo con éste. Lo creáis o no, estoy nervioso. He traído niños al mundo y los he atendido en la sala de urgencias, pero la situación cambia cuando estás implicado emocionalmente.

      Cal entendía perfectamente a lo que se refería. Se preguntó qué hubiera sentido si hubiera sabido que Emily estaba embarazada. Habría estado allí cuando su hija naciera. De eso estaba seguro. Pero Emily le había impedido disfrutar de aquella oportunidad. También le había borrado la opción de conocer el sexo de su hijo o dejar que fuera una sorpresa.

      —Entonces —le dijo Jake a su compañero—, vas a ser padre pronto. Supongo que estarás muy ocupado como para buscar médicos que se unan al equipo —miró a Cal—. Creo que te toca a ti.

      Cal asintió.

      —Yo ayudaré, pero…

      —¿Pero qué? —preguntó Jake entornando los ojos.

      —Tú eres el alma de este grupo —aseguró Cal—. Me sorprende mucho que estés delegando.

      —Es curioso que digas eso. Quiero optar al puesto de director de la unidad de trauma del hospital —Jake dejó la pluma sobre la mesa y los miró esperando su reacción.

      Cal sonrió.

      —Eres el mejor cirujano de trauma que hay en el valle. La junta médica estaría loca si no te escoge.

      —No soy el único candidato. Hay gente con mucho talento —reconoció Jake.

      —Lo conseguirás —predijo Mitch—. Estoy seguro.

      —Entonces —continuó Jake—, ¿me vais a ayudar los dos todo lo que podáis a conseguir gente?

      Ambos asintieron y Jake consultó entonces las notas que tenía delante.

      —Creo que con esto ya está todo. ¿Queréis hablar de algo más?

      —Sí.

      Cal miró a sus amigos. No tenía pensado hablar de lo que le estaba ocurriendo, pero tenía una hija en la que pensar y eso limitaría su tiempo en la búsqueda de personal. Sus amigos tenían derecho a saberlo.

      —Necesito deciros por qué me muestro reacio a dedicarle mucho tiempo al asunto de buscar nuevos médicos.

      —¿Te refieres a algo que no sea dedicarte a cortejar damas? —preguntó Mitch.

      —A una dama en particular —le aclaró Cal.

      —¿Una? ¿Vas a abandonar las filas de la soltería como Mitch?

      —La dama a la que me refiero todavía no es una mujer. Es mi hija, y acaba de cumplir un año.

      No era habitual que sus compañeros se quedaran sin palabras, pero eso era lo que había sucedido.

      Jake se tiró de la oreja.

      —Lo siento. Me ha parecido escuchar que tienes una hija de un año.

      —Así es. Se llama Annie.

      —¿Y tiene madre? —preguntó Mitch.

      —Emily Summers.

      Que sus dos amigos se quedaran sin palabras en menos de un minuto era todo un récord.

      —Siempre me ha caído bien Emily —dijo finalmente Jake.

      —A mí también —aseguró Mitch—. Cuando las cosas no salieron bien entre vosotros, me pregunté qué habrías hecho para asustarla.

      —¿Qué te hace pensar que fui yo? —protestó Cal.

      —Porque tú eres tú. Y Emily es una de las buenas —Jake se reclinó en la silla—. Ahora que vosotros dos estáis juntos y ya no estás en el mercado, soy el único que permanece soltero y…

      —Ésa es la cuestión —lo interrumpió Cal—. Emily y yo no estamos juntos. Vino a verme hace un par de semanas y me dijo que había tenido una hija mía —las razones que le había dado eran íntimas, y no era algo que Cal compartiría con nadie sin su permiso—. Estoy esperando la confirmación de las pruebas de ADN, pero el parecido conmigo y mi familia es muy convincente.

      —Felicidades —dijo Micth—. No puedo creer que me hayas ganado por la mano.

      Y Cal no podía creer que sus amigos no se hubieran puesto de su parte para criticar a Emily. Parecían realmente contentos de que hubiera reaparecido en su vida. Él mismo estaba luchando contra aquello, porque tenía un gen extraviado que le hacía desearla con todas sus fuerzas a pesar de todo lo que le había hecho.

      Saber qué hacer con un padre mayor y achacoso formaba parte del servicio social en el que Emily era experta. Salió de la sala de urgencias en la que se había reunido con el paciente y la familia para darles información sobre las posibilidades que tenían.

      Parecía que el hijo del señor de ochenta y ocho años y su mujer estaban más tranquilos que cuando Emily entró por primera vez en la sala. El conocimiento proporcionaba poder, y ella sabía por experiencia que no tener poder sobre una situación podía convertirse en un agujero negro de desesperación.

      Emily se dirigió hacia el ascensor por el largo pasillo y entonces escuchó unos pasos detrás de ella, y luego una voz masculina.

      —¿Emily?

      Ella disminuyó el paso y se giró. Reconoció al instante al médico y se preparó para el momento.

      —Hola, Jake.

      —Cuánto tiempo —dijo parándose delante de ella.

      —Sí.

      ¿Se


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