El tesoro de Sohail. José Luis Borrero González
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EL TESORO DE SOHAIL
EL TESOR DE SOHAIL
© José Luis Borrero González
© de las imágenes de portada, Olaf Tausch - Wikimedia Commons- CC BY 3.0
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Iª edición
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ISBN: 978-84-16110-31-5
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
JOSÉ LUIS BORRERO GONZÁLEZ
EL TESORO DE SOHAIL
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2015
Índice
A la ciudad de Fuengirola, por aportar a mi vida las maravillosas vibraciones y sensaciones que me han conducido a escribir este esbozo de novela.
Una Profesión
Tifón nunca pretendió ser Guardia Civil ya que por aquel entonces casi nadie conocía este Cuerpo; todo fue una jugada del destino, ese que con mano invisible conduce nuestras vidas sin preguntarnos y con el que casualmente se encontró un día a consecuencia del servicio militar. Su ingreso se produjo en 1868, año que quedó grabado en su memoria por muchas razones, entre otras, por ser el ocho su número talismán, ese cuya grafía conjura, sin más, toda suerte de bienaventuranzas.
Su llegada a este mundo también fue una coincidencia a recordar, pues ocurrió el mismo año en el que su pueblo, Fuengirola, una preciosa localidad mecida por las olas del mar, arrullada por las recias voces de los pescadores y ungida con el sudor de los campesinos, se emancipó del municipio de Mijas.
Fue bautizado con el nombre de Cecilio una desabrida tarde del mes del enero, en la parroquia de su barrio. Don Braulio, el capellán, llegó tarde a la ceremonia y su familia hubo de esperar protegiéndose, atemorizados y sin mediar palabra, a las puertas del templo mientras soplaba un viento húmedo y frío proveniente del mar que, más pareciera del norte que de aquella cálida localidad sureña. El bautizo se celebró, por fin, bien entrado el ocaso mientras sus padres lo sostenían sobre la pila bautismal, con la ropa nueva mojada y tiritando de frío. Así, desde muy pequeño y en honor a aquel día imborrable de sus memorias, cada vez que el niño correteaba inquieto por la casa, haciendo mil travesuras y arrollando todo lo que encontraba a su paso, su madre le increpaba que parecía un tifón: “Sí, hijo, como aquél que bien se lució, el día en que te bautizamos”. Y fue así como lo conocían desde entonces: “Tifón el de la Chata” pues así apodaban a su madre en el vecindario.
En 1864 no pudo librarse del reemplazo para cumplir con el servicio militar, extremo recordado con tristeza por cuanto le costó asumirlo, imbuido como estaba en una realidad tan diferente. Tampoco podía sustraerse de aquello que más quebraderos de cabeza le trajo en esa época: aprender a leer y escribir, condición inexcusable para el ingreso en el nuevo Cuerpo y que le mantuvo ocupado durante un largo y dificultoso año. Aún ahora, a pesar del tiempo trascurrido, podía rememorar todo aquel período de su vida, sin omitir detalle alguno. Cada acontecimiento, de los muchos que le ocurrieron, estaba presente en sus recuerdos, formando parte de su existencia, imprimiéndole ese sello de veteranía con el que se había moldeado al paso de los años.
Fue llamado a filas cuatro años antes del ingreso, en el que sería su trabajo de vocación, debiendo dejarlo todo sin entender cómo ni por qué; nadie tuvo en cuenta que él era prácticamente el único sustento de la familia y, sin embargo, se incorporó sin protestar demasiado –se sonrió al recordarlo–. ¿Ante quién podría haberlo hecho en aquella época? Se vio, a sí mismo, acudiendo a una llamada que le llevaba lejos de los suyos. “De perdidos al río, Tifón, así que relájate y disfruta” –debió de pensar– tratando de buscar un lado positivo a tal despropósito y para no desmoralizarse por el nuevo camino, que se abría ante sus ojos. A la postre, se propuso no darse por vencido antes de empezar, porque de alguna manera, en lo más profundo de su ser, se sentía atraído por la idea de ver mundo, pues, en aquellos momentos difíciles, era la única forma de salir de su pueblo, de conocer otros lugares,