El tesoro de Sohail. José Luis Borrero González
lío, que la gente común no se iba aclarar con el nuevo cuño. Sin embargo, y a pesar de la expectación creada, una vez en curso, no supuso grandes variaciones en sus vidas, exceptuando los primeros meses de adaptación y los engaños de los comerciantes al efectuar los cambios. En el fondo, a él le daba igual; con tal de recibir su paga no haría ascos a reales, maravedíes o pesetas. La cuestión era que no faltase aquel estipendio que, de momento, era su único medio de vida.
En cuanto a su trabajo, opinaba que la milicia estaba hecha para los oficiales, porque los soldados debían de preocuparse por procurarles la mayor comodidad posible. De hecho, era la primera enseñanza que recibían y se llevaba a efecto de forma muy especial, muy sutil. Se les mostraba abiertamente quiénes eran los que ejercían el poder, en función del castigo que imponían. Y no es que hicieran nada de particular para acreditar tales dones. Por lo general la sola amenaza bastaba, la mayor parte de las veces, para que se resolvieran todo tipo de situaciones, en las que ellos, a la postre, solían salir victoriosos.
Los oficiales de aquel acuartelamiento no destacaban precisamente por su buen hacer o por su hacer en sí; en realidad, solían doblar poco el espinazo y aún menos las rodillas. En cuanto a la responsabilidad de sus actos se les llenaba la boca al hablar, pero siempre había algún escalón inferior que parase el golpe y de camino cargar con sus consecuencias, ya fuera el sargento de turno o los cabos de servicio. Eran quienes más cobraban y a los que más pleitesía había que rendir. ¡No había más que verlos pavonearse de sus cargos al ritmo de sus orondas figuras…! A lo sumo la única energía que gastaban era para abrocharse las botas de paño y la botonadura de sus casacas, en las fiestas de guardar; y esto era mucho decir, ya que todos disponían de un asistente para tales menesteres. Cada vez que Tifón se cruzaba en el patio con alguno de ellos, se le revolvían las tripas, no podía evitarlo; verlos pasar con ese aire altanero de generales venidos a menos era un trago difícil de digerir, hasta para un campesino analfabeto como él.
El descubrimiento
Cierto día, mientras se afanaba en retirar material de desecho, escuchó un comentario entre dos oficiales llegados de Madrid. Hablaban del importante despliegue de personal que la Guardia Civil estaba efectuando en la provincia de Málaga y, al oír nombrar su ciudad, se prestó a no perderse ninguna de las palabras que se pronunciaban casi en susurros, a la vez que se sumía en ensoñaciones. Imaginó una nueva vida para cuando pudiera licenciarse, una muy distinta de la que llevaba en el Cuartel y de aquellos años pasados labrando la tierra de sol a sol. Así fueron abriéndose en su mente otras expectativas y éstas eran más halagüeñas que el hecho de mirar al cielo esperando que la lluvia llegara o, peor aún, lo hiciera a destiempo y al temor ancestral de que la sequía se hiciese presa de sus esfuerzos. Sería muy reconfortante no tener que depender de la climatología para subsistir... Por ello, y de inmediato, se dijo a sí mismo que, a partir de ese momento, procuraría estar al corriente de las noticias que se fueran sucediendo, era muy importante estar bien informado fuese cual fuese el camino que decidiera seguir.
Debió andar pensando en voz alta porque el sargento Merino lo miró extrañado:
–¿Pero, muchacho, qué pretendes a hacer tú en la Guardia Civil?
– Mi Sargento, podría hacer lo mismo que hago aquí o tal vez algo diferente, algo mejor. Por lo que he oído, al ser un Cuerpo prácticamente nuevo quizás me pueda deparar interesantes expectativas para el futuro. Ya sabe usted, hay que sobrevivir, procurar avanzar si no, con el tiempo, desapareces y eso no es precisamente lo que pretendo. Según se dice, se está ganando la más alta de las consideraciones de las autoridades y de la gente en general y, además, pagan muy bien. ¿Qué más puedo pedir? Aunque me consta que el nivel de exigencia es muy alto y la disciplina, férrea.
– Sí, hijo, algo así he oído también, pero tendrás una gran dificultad para poder conseguir el ingreso pues exigen saber leer y escribir y, que yo sepa, tú estás igual que yo ¡vaya, que no sabemos! Eso cuesta mucho tiempo y dinero, amén de que consigas alguien que quiera darte las lecciones necesarias. Así que, muchacho, si quieres un consejo ¡quédate donde estás! que para hacer lo que estás haciendo no necesitas estudiar. Te queda poco para licenciarte y podrás volver a casa con los tuyos, a la tierra, la que te curtió e hizo de ti lo que eres hoy. Mira, Cecilio, aunque ahora no lo entiendas es lo más sensato, sabes que tu familia te necesita, acuérdate de todo lo que te supuso el que no te pudieras librar del reemplazo ¿y ahora te quieres meter ahí? ¡En fin, tú verás! Y a saber dónde te puedan destinar.
–¡Pero, mi Sargento, quiero probar o al menos intentarlo! Mire, a excepción de saber leer y escribir, los demás requisitos los cumplo: tengo más de veinticuatro años, menos de cuarenta y cinco, mido más de cinco pies y una pulgada, ¿no cree que mis Jefes referirán buena y honorífica licencia? Por el certificado de buena salud y robustez no habrá problema, ya que gozo de una salud excelente, la heredé de la tierra tal y como usted dice.
–Tienes razón, poco hay que certificar al respecto, no hay más que verte, rezumas bienestar pero ¡los papeles son los papeles! Por eso te digo que no te fíes, los de arriba saben cómo jugártela sin que te des cuenta.
–Yo, la verdad, no conozco muy bien ese Cuerpo, pero me siento muy atraído por el uniforme que llevan, aunque entiendo que eso le parecerá a usted una tontería.
–Eso espero, porque el de soldado más que gustarte parece te diera urticaria; pero, dime: ¿por qué te llama tanto la atención ese dichoso uniforme?
–No sabría decírselo con exactitud, tal vez sea por ser nuevo, menos visto que el de los militares. Lo he podido observar en los oficiales de Madrid que andan hoy por aquí. ¿Se imagina verme vestido así? Levita de paño azul turquí de una sola carrera de botones, cuello abierto, bocamangas de grana encarnada, pantalones gris oscuro con ribete del color de la bocamanga en las costuras exteriores, polainas de paño negro altas hasta la rodilla. ¡Espectacular! ¿No cree? ¡Me gusta! Sueño con verme embutido en él mientras camino por esas calles con todas las miradas puestas en mí. Seguro que causaré sensación, porque en cuestión de gustos…
–Sí, ja ja, seguro que serás la envidia del populacho cuando pasees por la calle los domingos, pero ¡déjate de sueños y mira cómo está la situación política del país! Si consiguieras entrar, te verías envuelto en multitud de problemas motivados por todos esos cambios que, según parece, se avecinan; ya sabes, unos que son moderados, otros liberales y, en medio, como siempre, los cuerpos policiales. En definitiva, ya sabemos que todos persiguen lo mismo, uno se dedica a trabajar y ellos a lo suyo, a llenarse bien las alforjas.
Tifón calló mientras Merino seguía con su perorata.
–Mira yo no entiendo mucho de estas cosas pero sí sé que a los militares no nos permiten ni siquiera opinar del tema. Así que imagínate todo lo que hay detrás de tanta monserga política; al final el pato siempre lo pagamos los demás; cualquier desestabilización en la vida política produce, inmediatamente, situaciones de crisis que obligan a movilizarnos, a estar siempre disponibles, allá dónde se nos diga y sin rechistar.
Cecilio no alcanzaba entender cómo su estimado sargento no le apoyara más abiertamente en su apuesta de futuro, siendo persona con tanta experiencia en la vida. Sólo había que conocerlo un poco para darse cuenta y comprobar que, aun siendo hombre de carácter seco y austero, fue siempre respetado por la mayoría, sobre todo, por los de abajo, los de más baja condición; él, por supuesto, siempre lo consideró como un padre.
Esos razonamientos escuchados de boca de Merino lo derrumbaron, sus alas arrancadas de cuajo, sus sueños e ilusiones enfrentadas con la más cruda realidad y, en medio de la desazón, se oyó a sí mismo decir: “¡soy un analfabeto!” Y no era consuelo argumentar que, por entonces, casi todo el mundo también lo era. Se retiró pensando en esas palabras que pesaban tanto sobre su ánimo.
En el transcurso de la tarde, mientras cepillaba, con ardor, la grupa de un caballo, algo en su interior le decía que, pese a toda contrariedad, debía seguir adelante con aquel proyecto, era su futuro y su futuro le concernía a él y sólo a él. A pesar de los obstáculos podía lograrlo, pues una de sus cualidades,