La última primavera. Rafael Barrett
descenso del barco en el puerto de Buenos Aires. “La última primavera” es un texto maravilloso desde lo emocional, desde la sinceridad, la honestidad personal, tal vez desde una exposición de su interior, un autorretrato de la desnudez de su corazón que anhela hallar a esa mujer que pueda compartir su última primavera. Será ese mismo año cuando conocerá más tarde y en otras tierras a su amada para todas las primaveras restantes, porque aunque sean pocas serán eternas. Su permanencia en la ciudad de Buenos Aires será de un año, de noviembre a noviembre, y le bastará para conocerla a fondo, así como a sus habitantes, a su cultura y a su basura, mientras trabaja para el diario El Tiempo. Es en ese anteúltimo mes del año 1904 que el director del diario le deja en bandeja un trabajo en el exterior y entonces será Paraguay el nuevo destino y otra nueva vida, ya que acude como voluntario en su función de periodista en la corresponsalía del diario El Tiempo en la capital de ese país, Asunción. Pero debe hacer trabajo de campo y por lo tanto su destino será Villeta, ciudad emblemática del Estado Mayor Conjunto de la Revolución Paraguaya de 1904 del general Ferreira, financiado y apoyado militarmente por Argentina, contra el coronel Juan Escurra. Allí en ese punto de encuentro revolucionario conocerá a lo más brillante de la intelectualidad paraguaya. Es así que se suma a la Revolución en el Paraguay. “Se presentó en el campo revolucionario al jefe —General Benigno Ferreira—, quien lo recibió muy bien, haciendo amistad con los intelectuales rebeldes: Gondra, Guggiari y otros. En Villeta se plegó a la lucha armada como jefe de ingenieros. Triunfante el movimiento, Rafael quedó en Asunción, donde pronto se hizo estimar por la sociedad paraguaya, que lo eligió secretario general del Centro Español, el de más significación de los “altos círculos”. En ese club lo conocí”. (Francisca López Maiz de Barrett) Conoce a Francisca López Maiz y se casan el 20 de abril de 1906, casi al año y medio de su incursión como periodista en el corazón de la Revolución Paraguaya. Se van a vivir a orillas del lago Ypacaraí, en San Bernardino. Trabaja como agrimensor recorriendo el Paraguay y conociendo la realidad de los trabajadores de los yerbales. Su pluma no se detiene, lo acompaña en cada viaje, escribe y publica en muchos periódicos, firma como R.B., o como Teobaldo. Sus artículos son leídos con sumo interés. Sus reflexiones llegan a todos lados y cada día escribe más. Decide dedicarse casi por completo a su labor como periodista, como narrador de la realidad, como pensante que vuelca al papel su visión y análisis de la realidad paraguaya que ya conoce vastamente. Deleita a sus lectores con las narraciones más bellas y profundas sobre el hombre, la humanidad, el mundo, la injusticia y la vida cotidiana, contra la mentira, contra el Estado que oprime, contra el abuso del poder, contra todo aquello que mancille la vida del hombre. El nuevo contexto político y el acecho lo llevan a sentirse aislado y limitado, a pesar de vivir el momento más hermoso de su vida, vivir con su amada Panchita y haber engendrado al pequeño Alex el 24 de febrero de 1907, en Aregua. “Tuvimos un hijo, hermoso como un sol: Alex Rafael. Realizará lo que yo no he podido hacer, decía su padre después de caer enfermo y mi hijo siempre fue digno del hombre noble que le dio el ser”. (Francisca López Maiz de Barrett) En 1908 la familia Barrett se traslada a la capital paraguaya, Asunción. En ese año y en esa ciudad publica en El Diario su obra Lo que son los yerbales. Basado en información de primera mano por un contador de la empresa Industrial Paraguaya y de contactos con obreros y sindicalistas, Barrett denuncia a tal punto la situación de esclavitud que coloca a toda la familia Barrett en serio peligro de vida. Nos encontramos frente a la certeza de un narrador extraordinario. Pero la literatura no es imparcial, cuando es sincera. En toda su vida Rafael Barrett puso en práctica aquello de “Puedo prometer ser sincero, pero no ser imparcial” de J. W. Göethe, y en Lo que son los yerbales se manifiesta claramente. Así comienza dicha publicación: LA ESCLAVITUD Y EL ESTADO Es preciso que sepa el mundo de una vez lo que pasa en los yerbales. Es preciso que cuando se quiera citar un ejemplo moderno de todo lo que puede concebir y ejecutar la codicia humana, no se hable solamente del Congo, sino del Paraguay. El Paraguay se despuebla; se le castra y se le extermina en las 7 u 8.000 leguas entregadas a la Compañía Industrial Paraguaya, a la Matte Larangeira y a los arrendatarios y propietarios de los latifundios del Alto Paraná. La explotación de la yerba-mate descansa en la esclavitud, el tormento y el asesinato. Pluma mía no tiembles, clávate hasta el mango. Rafael Barrett, enérgico, se dirige a su pluma, a su conciencia, al mundo, denostando la codicia de los hombres. No relata lo más horrendo sino lo habitual, no espera justicia alguna por parte del Estado y denuncia a los de arriba porque son ellos los asesinos. En Lo que son los yerbales, Barrett escribe al mundo para que sepa que además del Congo también la codicia abraza las propias tierras que se dedican a hablar de la miseria de otros países, refiriéndose y criticando al propio Paraguay. Dirige sus flechas-ideas a las empresas en concreto y no a una crítica a la sociedad sin nombres ni apellidos, ni responsables, apunta a la Matte Larangeira y a la Industrial quienes en ese momento eran las encargadas de la explotación. Explica el mecanismo de esclavitud con tal profundidad que lo hace desde la esencia del mismo convirtiendo su definición en un documento sin fecha de vencimiento. No es tan diferente el objetivo y la consecuencia de esa explotación en los yerbales mediante una vida empeñada a la situación de cien años después a través de los préstamos bancarios, la compra a crédito, la entrega del ser humano al sistema económico capitalista. El estado avala, ayer y hoy, esta esclavitud y “si un peón saca de su cerebro enfermo un resto de independencia y su cuerpo dolorido energía, solo se va a encontrar con un juez, un industrial o el Estado que sostiene ese sistema de explotación”. Si el análisis general que hace de la explotación no nos basta, se adentra en los detalles, en lo particular de cada etapa, para darnos datos estremecedores de lo diario, de lo común, de lo que viven todos los días esos seres condenados a morir como animales al intentar sobrevivir como personas. En el trabajo del arreo, en los yerbales, la carne es provista por Paraguay, Argentina, Brasil, y se refiere a la carne humana “…y son tan desdichados que ni siquiera se espantan de su propia agonía”. El anticipo que dan a los nuevos esclavos es la estafa antes del contrato, es la previa de la esclavitud. “El anticipo es la gloria de los alcahuetes de la avaricia millonaria”. Nadie está exento, en los gomales bolivianos y brasileños, en los ingenios del Perú y en las chicas del centro de Europa arreadas para putas en Buenos Aires con promesas de gloria, es decir, con certificado de defunción y entierro incluido. Se los conduce como ganado rumbo a la muerte segura, al trabajo en los yerbales, solo quedan unos pocos niños en los pueblos aguardando a que crezcan, y al llegar a adolescentes, serán el reemplazo de los jóvenes hombres viejos. El producto del sufrimiento en la selva permite que en Asunción, Río o Buenos Aires paseen por las calles los “negreros enlevitados”. Cuál es la diferencia con los señores burgueses que hoy andan en sus autos lujosos con vidrios polarizados, que van al teatro, al cine, comen en exquisitos y selectos lugares reservados para esa clase, y parlotean en la televisión sobre la inseguridad, cuando son ellos los nuevos negreros enlevitados de los nuevos yerbales de cemento que producen las grietas más profundas en una sociedad que rebasa injusticia y desigualdad. El esclavo en la selva, el esclavo en la ciudad, creyéndose libre con catorce o dieciséis horas de entrega entre trabajo y viaje para llegar al trabajo y luego volver, (en tiempos de pandemia será teletrabajo en casa) horas y horas de yugo que hacen del hombre, del peón yerbatero, del peón de ciudad, un animal golpeado y débil mental al final de la jornada, y de la vida. Nos cuenta Barrett que tanto la comida y el vestido lo compran a la empresa, su deuda será impagable, los precios son dos o tres veces más onerosos. Comen Yopará, “maíz, poroto, carne vieja y grasa” todo el tiempo, este alimento mataría un bravío toro. Duermen bajo toldos. “El esclavo no duerme, agita sus pobres huesos sobre el ramaje sórdido que le sirve de cama y agita las esperanzas locas de su cerebro dolorido”. Alcohol y sífilis, garrapatas, víboras, cuis, alacranes dan el marco de un campo de exterminio de una generación en solo quince años. Estas generaciones de esclavos “duran poco pero los negreros se conservan bien”. Es a los de arriba a quienes denuncia, acusa y llama asesinos. Ver pasear a los industriales, a los dueños del poder con sus cuerpos cuidados frente a la miseria humana de los obreros, a la pobreza del lenguaje contra las excéntricas palabras de los intelectuales serviles al opresor, hasta los vehículos sofisticados frente a los trenes y colectivos que acarrean día a día a los nuevos animales, es un insulto a la dignidad humana. El análisis económico de los yerbales arroja como resultado que sencillamente es, una vez más, un robo para beneficiar a los dueños de las empresas. El industrial cotiza en bolsa, el obrero va a parar a la bolsa