La última primavera. Rafael Barrett

La última primavera - Rafael Barrett


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Es la demostración irrebatible con elementos de la realidad que demuestra la primacía de la economía y la explotación de siempre en beneficio del incremento de capital de los más poderosos. Barrett desenfunda sus reflexiones y su dolor ante las bofetadas a la humanidad de los trabajadores hasta llegar al punto de exclamar: “Tu no eres ¡ay!, un criminal, no eres más que un obrero”. David Viñas dijo sobre esta obra: “Serán sus crónicas políticas los textos que aún conservan vigencia. Sobre todo Lo que son los yerbales, trabajo que la crítica más actualizada considera antecedente del Horacio Quiroga misionero, así como del Río oscuro de Alfredo Varela”. Evitar que esa pluma siga deslizándose sobre el papel para hablar de la realidad del Paraguay será el objetivo de un cheque en blanco que un correveidile de la empresa yerbatera antes mencionada dejará en su casa. Coloque el importe que usted quiera, deje de escribir y váyase de Asunción. La respuesta del escritor será impulsiva y rememorativa de aquella en el teatro del circo Parish de Madrid. Se dirigirá a la empresa Industrial Paraguaya, romperá el cheque y abofeteará al servil emisario frente a todos. Esa pluma no se vende. Si el dinero no sirve usarán la fuerza. Contratarán a un pistolero argentino apellidado Sayago quien intentará matarlo en un bar donde será salvado por los amigos allí presentes. Será su último trabajo en El Diario, no le queda otra opción más que irse: y escribir en el periódico Patria en un contexto donde el país vive un momento político de una revuelta militar, el golpe del 2 de julio de 1908, con el coronel Albino Jara (colorado) a la cabeza para derrotar a los blancos. “…pero el que ama la justicia debe renunciar a los amigos. [...] Trate ‘El Diario’ de emancipar a las víctimas sin perder la amistad de los verdugos, y quiera Dios que consiga algo. Nosotros lucharemos de otro modo”. Con estas palabras toma un nuevo camino y se plantea la creación de un semanario dominical que saldrá once veces bajo el nombre de Germinal comprometiéndose con la defensa de los trabajadores de los yerbales paraguayos. En agosto de ese mismo año sale el Nº1 con esta declaración: “Germinal no estará con lo viejo, sino con lo nuevo, opondrá al dogma, la idea, y a la autoridad, el examen… los urgentes problemas de la Humanidad son económicos. ¿Instruir? No es lo esencial. ¿Enseñar gramática y química a un esclavo? ¿Para qué? Lo que hay que enseñar es que aborrezca su estado, que sufra y se desprecie y se indigne, que ame la libertad más que la vida. No es ciencia lo que hace falta, sino conciencia”. El semanario lo lleva adelante con un nuevo amigo y camarada de ideas, José Guillermo Bertotto, un muchacho porteño de 22 años que venía huyendo de Argentina por rechazar el servicio militar obligatorio y luego de Montevideo donde escribía en periódicos socialistas junto a Emilio Frugoni y otros. Ya en Uruguay Bertotto leía y difundía los artículos de Barrett. Arribó a Asunción, luego de la cárcel en Montevideo, para acercarse a la Federación Obrera Regional Paraguay, y será allí donde conocerá a Rafael Barrett. A partir de ese momento entablarán una amistad y camaradería que los llevará a emprender juntos las luchas sociales en defensa de los trabajadores explotados, en especial en los yerbales. “Yo le conocía (a Barrett) por su Germinal, un periódico que redactaba en Asunción y me enviaba por indicación de extraño muchacho, Bertotto, que había andado por aquí, prófugo de la conscripción argentina y un buen día se marchó de aventura al Paraguay, dónde se vinculó a Barrett colaborando con éste en la confección de dicho seminario. Era un periódico para los obreros. Barrett escribía allí artículos de acerada crítica social, relampagueantes de ideas mordientes como ácidos, con un estilo hecho de concisión, de energía mental y de sencillez. Ejercía una influencia intelectual muy grande sobre los trabajadores de Asunción, cuyas agitaciones acompañaba con su pluma sin rehuir compromisos ni peligrosas consecuencias. (Emilio Frugoni) Nada lo detiene. Sus artículos siguen publicándose en su propio semanario, y la suma de todos pero en especial uno de ellos Bajo el terror provoca la ira de los militares de turno, con el Coronel Jara al mando –luego del golpe del 2 de julio– y será detenido y encarcelado durante veinte días, luego de haber presentado un habeas corpus a favor del obrero Jaime Peña que fue injusta e ilegalmente detenido, torturado y encarcelado. Bertotto se hace cargo de Germinal y sigue con las denuncias. “Germinal es su combativo diario, que con gran disgusto del gobierno seguía apareciendo bajo la dirección de Rafael, estando éste preso por la publicación de ‘Bajo el terror’. Como vemos contaba con decididos compañeros”. (Francisca López Maiz de Barrett) Cuando Barrett es puesto en libertad y reasume la publicación el joven amigo porteño Bertotto será detenido y deportado del Paraguay. Las palabras de Rafael Barrett son semillas de conciencia crítica. Hay que acabar con el sembrador. Lo intentan comprar, lo intentan matar, lo encarcelan nuevamente. Se ha convertido en un hombre tan peligroso para el poder de turno, para los negocios, para las empresas, para la economía extranjera en suelo paraguayo que tiene que intervenir el embajador británico Míster Gosling (ya que Barrett tiene doble nacionalidad) y logra sacarlo de la cárcel ofreciendo la deportación a Brasil. Desembarca en Corumbá. Poco tiempo aguanta en ese enclave del Brasil. Nada lo detiene. Cansado, enfermo, perseguido, amenazado, regresa al Paraguay a través de los ríos, para reunirse y fundirse en un abrazo con su amada Panchita y su querido hijo Alex y continuar el viaje solo, hacia Montevideo lugar donde lo esperan editores y conocidos que pueden ayudarlo con su estado de salud, de economía y darle resguardo por un tiempo. Montevideo lo recibe el 15 de noviembre de 1908. Todo ha cambiado en la vida de Rafael Barrett, él mismo ha cambiado y así lo describirá, luego de recibirlo en su casa el reconocido intelectual uruguayo, luego fundador del partido socialista uruguayo, Emilio Frugoni: “Era un hombre delgado, de pálida tez y nariz afilada, de rostro anguloso con una barba corta algo nazarena tirando a rubia y unos cabellos alisados hacia una oreja y delatando más que ocultando los irremediables estragos de una calvicie incipiente. [...] de regular estatura, más bien alto. Sus ojos eran claros, de un mirar confiado y dulce que inspiraba amistad. Sus labios finos trazaban una línea correcta entre el bigote lacio y la barba en punta. Sonreía con una sonrisa agradable, llena de blancos dientes. Sus ojos se iluminaban intensamente al reír y esparcían su honda dulzura por todos los rasgos de la cara en las que las mejillas hundidas y los pómulos salientes con cierta transparencia de cera acusaban inquietantes claudicaciones de la salud. Su mano era fina, huesosa, de dedos alargados. Apretaba bien, denotando vibrante fuerza de nervios y una cálida electricidad de espíritu. Y lo vi entonces iluminado por una luz interior de bondad evangélica, que acentuó a mis ojos su parecido físico con el Jesús divulgado por las estampas”. [Emilio Frugoni. Cómo conocí a Rafael Barrett – La sensibilidad americana] Gracias a las recomendaciones de Frugoni, Barrett comenzará a trabajar con Samuel Blixen en La Razón de Montevideo, y también publicará artículos en El Liberal. Escribe, polemiza, y hace amigos por doquier. Todos quieren conocerlo. José Eulogio Peyrot será inolvidable en su vida por el afecto y entrañable relación de amistad que entablaron. “Fue una radiosa tarde… cuando leí por primera vez un artículo de Barrett. Era una maravillosa composición honda, sentimental y justiciera, y de una condensación inverosímil. (…) sin preámbulos me enderecé a él y rebosante de fogoso entusiasmo le hablé de sus esclarecidas dotes de pensador y literato. Y en la plenitud de la exaltación, extravasando las lindes de la urbanidad convencional le pregunté quién era, de dónde venía, cómo se llamaba… Barrett comprendió mi sinceridad”. (José Eulogio Peyrot) Nada lo detiene, sus artículos son leídos en todas partes, despiertan polémicas, y es reconocido por todos los rincones y por figuras como José Enrique Rodó: “Hace tiempo que cuando tropiezo con persona a quien merezca la pena esta clase de recomendaciones, le pregunto, venga o no a cuento, «¿Lee Ud. La Razón? ¿Se ha fijado Ud. en unos artículos firmados con las iniciales R.B.?» y cuando me contestan negativamente, me doy el placer, entre vanidoso y desinteresado, del gourmet que revela, a otros que también lo son, donde pueden gustar una ignorada golosina. Rafael Barrett fue un gran corazón que, por caso no frecuente en el mundo, vibró en consonancia con un gran cerebro”. Trabajando desde Uruguay, escribiendo en los diarios mencionados y publicando en numerosas revistas –hace del periodismo literatura con la radicalidad de su pensamiento–, es discutido también en Buenos Aires, se lo menciona como “El primer cronista de América” como él mismo se lo cuenta a su esposa Panchita en una de las tantas y amorosas cartas que le envía a Paraguay y que son una obra en sí misma por la calidad de su prosa cuidada y profunda. En Montevideo deberá ser asilado, en una Casa de Aislamiento, por lo avanzado de su tuberculosis, pero no deja de escribir, y cuando se siente mejor, cuando recupera sus fuerzas, decide volver junto a su familia pase lo que pase...
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