¿Entiendes de cine?. Amelia Molina Burgos
Maddie, vaya forma de cagarla) Sus labios, la ceja, el gesto de Piernas expresaba... ironía, ¿desilusión? No: decepción. ¿Qué pensaste, Piernas?
—Lo tomaré por donde tú quieras que lo tome —dijo.
Maddy Monkey suspiró, la cobarde y estúpida Maddy Monkey. ¿Y si usaba el código? “Eso será más fácil que desnudarse, que arriesgarse a que ella diga no”, pensé. Desvié la vista al cielo, y señalé una luz que brillaba entre todas las demás:
—El sol está en virgo —dije.
Piernas guardó silencio. Solo otra chica como yo podía entender el código. “El sol está en virgo” significa o que nunca antes has estado con una chica y quieres hacerlo, o simplemente que el sol (“la parte masculina”) transita en ti. Así de sencillo: con el código puedes preguntarle a otra chica si es lesbiana, y si quiere algo contigo sin desenmascararte. Puede que ahora las chicas no necesiten códigos para salir del armario, pero entonces ser lesbiana era una aberración, eras el bicho más raro de todos los bichos raros que pudieran existir. Yo no sólo era rebelde como la mayoría de las adolescentes de mi edad, como el resto de las Foxfire, sino que además era “distinta”.
El código pasa de lesbiana a lesbiana, a mí me lo había enseñado Goldie (la más espabilada del grupo), aunque con ella solo me había besado una vez. No era mi tipo. Las demás chicas no lo sabían, y Piernas, bueno, no tenía ni idea de lo que pensaba Piernas.
—Tenías razón, hoy hay más estrellas de lo normal —dijo.
Me abrazó, un abrazo de amigas. “Dios, qué suave es su mejilla, espero que no piense que me estoy rozando intencionadamente con sus pechos porque no lo hago, ni mucho menos, va a decir algo más. Sus labios, semiabiertos, a punto de hablar, pero no dice nada, son tan sugerentes, quiero tocarlos, no pueden ser tan suaves como sus mejillas, pero parecen...” Dios, era tan fácil abrazarla.
Al menos, si no conocía el código, no sabía lo que yo acababa de confesarle.
*********
Las chicas sí que estaban “achispaditas”. Bebían sentadas en el suelo del salón, alrededor de un montón de velas que se apilaban unas encimas de otras, formando una montaña de cera y mechas encendidas. La mitad de las botellas que habíamos comprado para esa noche ya estaban vacías: whisky, tequila, ron... Goldie fumaba un canuto de hierba en la ventana, y Rita miraba absorta a Lana, que fabricaba un portavelas con un botella que había roto por la mitad, le había dado la vuelta e introducido una vela dentro, y trataba de ajustarla por dentro de la boquilla, para que quedase bien centrada. Como en nuestro cuartel no había luz eléctrica —la granja estaba en una zona casi rural, a las afueras de Hammond—, teníamos todo un armamento de velas para iluminarla por las noches, que servían además para calentarnos. Sin embargo, aquello era demasiado:
—¿De dónde habéis sacado todas esas velas? —les pregunté mientras Piernas y yo descendíamos al piso de abajo.
—Ya les he dicho que esto parece un santuario —contestó Goldie.
—¡Somos brujas! —gritaron Rita y Lana a la vez, riéndose.
—Qué guay. — Cuando Goldie decía Qué guay, lo que quería decir es que “algo se la soplaba”.
La verdad es que habían puesto velas hasta en los bordes de los peldaños. Piernas y yo bajamos por la escalera pegándonos a la pared; nuestras sombras crecían y se alargaban como fantasmas sobre el fondo blanco, lleno de humedades, ligeramente sonrosado por el rubor de las llamas.
El suelo estaba lleno de periódicos con lunares de cera de todos los colores.
—Buen trabajo, chicas —aplaudió Piernas.
Seguramente habían robado en alguna iglesia los cirios que había en la repisa de la ventana. Del techo colgaba una lámpara con tarros de cristal para yogur vacíos, en los que habían metido velas más pequeñas. Y luego estaban las botellas de siempre de lambrusco, de tequila, y de vino, con velas montadas como candelabros a causa del goteo que había formado cascadas de cera. Ahora también había botellas de vidrio rellenas con agua de color, con arena o piedrecitas en los estantes; había velas largas y delgadas; velas anchas y pequeñas; de colores y aromáticas. Goldie tenía razón: aquello parecía un santuario, o como dijo Piernas, “un jodido templo gótico”.
—¿Veis? Así protegemos la llama del viento y nuestra mano de la cera caliente. —Lana nos mostró su portavelas terminado con cara de satisfacción.
—¡Eh! —la amonestó Rita—. No hay viento dentro de la casa, para algo me pasé un día entero reparando las ventanas rotas con cartones.
—Es para cuando tengamos que salir a hacer nuestras necesidades al cobertizo, tonta. ¿No te quejabas de que te da miedo salir a oscuras?
—Basta.
Se callaron y todas miramos a Piernas. Había sacado un estuche, dentro de él había un punzón de plata para partir hielo.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté.
Piernas se quitó la camiseta, sus pechos redondos, de pezones mustios por el calor de las velas, quedaron al descubierto. Esterilizó la punta del punzón con la llama de una vela, y empezó a tatuarse la piel. Nos mantuvimos en silencio, observando los puntitos de sangre que poco a poco iban formando el dibujo de una llama en su pecho. Al terminar, nos miró de forma solemne:
—El fuego crea vida, pero destruye si no lo respetas, como nosotras, esta noche.
Sentí un enorme deseo de besarla, por eso evité su mirada mientras yo también me quitaba la camiseta:
—Házmelo —dije.
Las chicas se rieron, y yo le di un trago más largo de lo normal a la botella de ron. Mis pechos eran pequeños, blancos como la leche, y al contacto con el punzón, la piel se me enrojeció en seguida. Me dolió bastante. Goldie, en cambio, parecía que disfrutaba cuando le llegó el momento; Rita tuvo que estrujar mi mano, y Lana lo soportó estoica. Cuando por fin todas teníamos nuestra llama tatuada en el pecho, brindamos por la marcha de Piernas con chupitos de ron que teníamos que beber de un trago, y repetimos al unísono un juramento improvisado:
—Juro que las Foxfire siempre estarán unidas: “La distancia es al amor como el viento al fuego: aviva el grande, y apaga el pequeño”. ¡FOXFIRE!
La cita la había sacado Lana de un libro****4, que era de las pocas que leían en el grupo; de hecho, se aprendía de memoria pasajes enteros de las historias que más le gustaban. Yo le había ayudado a escribir algunos en las paredes de la casa. Aquel juramento en concreto, quedó grabado para siempre con spray en el marco de la chimenea, y de alguna manera en nuestros corazones, justo debajo del tatuaje de la llama.
Me parece que tengo más conciencia ahora que entonces de lo que estaba pasando. Piernas acercó su rostro al mío, y yo aguanté las ganas de llorar mientras me besaba, y luego yo besé a Goldie, solo le rocé los labios por miedo a perder algo del beso de Piernas, y Goldie le mordió el labio con un gemido gracioso y apasionado a Lana, que se estremeció entre risitas, y se giró hacia Rita, que temblaba y se tapaba la cara con las dos manos, esperando que le llegara el turno, y Lana, haciéndose la guarra, le metió la lengua a Rita, que chilló y se limpió la saliva con el dorso de la mano, y Rita cerró el círculo besando a su vez a Piernas.
Las chicas encendieron entonces un radiocasete que teníamos en la cocina, y al sonar la música, empezaron a bailar, a subirse en las mesas, y a gritar, a reír como locas.
Piernas me miró, alargó su mano hacia la mía, y alejándome del grupo, me condujo hasta una de las habitaciones:
—El sol está en virgo —me susurró al oído, antes de cerrar la puerta.
Entonces Maddie quiso llorar de felicidad, de nervios, de miedo a no saber cómo... a no saber. Y agradeció los chupitos de ron, el leve atontamiento.
Dentro