Diario pinchado. Mercedes Halfon

Diario pinchado - Mercedes Halfon


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      Diario pinchado

      Mercedes Halfon

      DIARIO PINCHADO

      las afueras

      Diario pinchado © Mercedes Halfon, 2020

      por mediación de MB Agencia Literaria S.L.

      Publicado por primera vez en Entropía, Argentina, 2020

      © de esta edición, Editorial Las afueras, 2021

      Av. Diagonal, 534, 2º 2ª

      08006 Barcelona

      www.lasafueras.com

      ISBN: 978-84-122440-2-1

      Diseño de la colección: Hermanos Berenguer

      Maquetación: María O’Shea

      Imagen de la cubierta: Tender la mirada, de Desirée Rubio De Marzo / Escrito a lápiz

      Este diario, a pesar de las apariencias,

      tiene igual derecho a la existencia que un poema.

      Witold Gombrowicz, Diario argentino

      Jueves 30 de abril

      En este momento estoy en ninguna parte. Aunque hay una frase, estar en las nubes, que considera este lugar una residencia posible. Ahora que las tengo al lado y las observo desde hace doce horas, pienso que lo definido no es un espacio, sino una sensación del cuerpo. El estado etéreo y vaporoso, asimilable al aspecto de las nubes. Ser una nube debería decir la frase. Es una sugerencia que se me ocurre.

      Dejo mis meditaciones porque se acerca el momento de llegar. Hay que ponerse el cinturón y sostenerse en el corcoveo del avión cuando abandona su zona de confort y baja.

      Azorada por la costumbre de los argentinos de aplaudir en el aterrizaje. No entiendo ese modo de exteriorizar sus miedos y alegrías. No entiendo qué les transmite la idea de un destino. Mi incertidumbre no logra disiparse cuando las ruedas tocan tierra extranjera. Mientras espero que abran las compuertas para salir, chequeo la lista que hice en Buenos Aires.

      Avión

      Pasaporte + seguro médico

      Check-in

      Dirección en Berlín: Torstraße 114, 2º piso, departamento 12. Hartung (dueño)

      100 euros

      Un cartón de Gitanes Blondes

      Diccionario mínimo

      Hola, qué tal: Hallo, wie geht’s (Jaló, bi guets)

      Por favor: Bitte (Bite)

      Disculpas: Entschuldigung (Enshuldigung)

      Chau: Tschüß (Chus)

      Viernes 1º de mayo, Berlín, noche

      Nuestro encuentro fue raro. Hace tres meses que estás acá, me sorprendió que ya hablaras alemán. Quedé atónita mientras le hacías un chiste al taxista que nos llevó. Los asientos eran de un cuero liso y reluciente que en cada frenada me hacía deslizar un poquito más hacia el suelo.

      El edificio donde está nuestra casa es muy lindo. De afuera no parece, pero nada más atravesar el pesado portón de hierro se entra a un gran patio con plantas y bicicletas al que dan todas las ventanas. Nuestro departamento está en el segundo piso. Subimos la escalera en silencio, con mi valija golpeando en los bordes de los escalones. Adentro las paredes y los muebles son blancos y casi no hay decoración. Me esperaba una mochila de lona, como la que usan todas las chicas en esta ciudad. Tenía un kit que habías preparado con un mapa de Berlín, otro del subte, unos anteojos de sol, hebillitas para el pelo. Era un regalo de recibimiento. Será que tengo que camuflarme.

      Al atardecer bajamos al bar de al lado y nos encontramos con Bergen, el poeta del que te hiciste amigo los primeros días de tu beca de escritor. Tenía puesta una camisa de mangas cortas floreada que resaltaba entre los vestuarios monocromos de los demás bebedores. Vive cerca. Hablaban en inglés por encima de la música y aunque dije que los comprendía, no lo hacía. Al principio sí, pero después la conversación se aceleraba y alejaba de mi discernimiento. Bajé el nivel de atención, con ayuda de la cerveza y el cansancio. Tu cara matizada por la luz sepia, tus rasgos filosos tan amados, investidos por los gestos de otra lengua. Por último solo percibía un murmullo gutural, al que cada tanto sonreía o asentía.

      Cuando quedamos solos me comentaste que Bergen escribe poesía más bien experimental, que no le interesa demasiado el resultado de sus textos. Lo dijiste con admiración, porque entiendo que te pasa lo contrario; estás preocupado por ese resultado, tenés que escribir el texto final de la beca.

      Ya en el departamento, me llevaste de la mano hasta la cama. Por alguna razón que desconozco, el colchón no es de resortes ni de gomaespuma, sino inflable. Extrañaba el contacto con tu piel, pleno, sin mediaciones. Pero había algo tenso en el abrazo. Las posiciones iban alternándose maquinalmente; subo, vuelvo a bajar, me agarro de vos tan fuerte que se me acalambra el arco del pie. Cada uno sabe y hace con precisión lo que al otro le gusta. Ponemos el cuerpo de memoria, como si no hubiera lugar para la sorpresa ni la improvisación.

      Ahora te duchás con la puerta entreabierta, yo escribo esto y noto que en la cama no hay sábanas. Solo un edredón blanco. Es lo que se estila en Alemania. Deduzco que lo esperable es una única temperatura posible, sin ninguna clase de matices: el frío.

      Sábado 2 de mayo, Mitte, mañana

      ¿Qué escribirá Bergen? Vengo leyendo muchos textos sustentados en la creencia de que todo puede ser poesía. Incluso autores que hace tiempo me cautivaban insisten con esa idea tan seductora y libertaria de que todo es poesía o puede serlo. Pero sé que no siempre funciona esa máxima, y que la poesía pueda estar hecha de cualquier cosa no quiere decir que cualquier cosa sea poesía. Como esto que escribo acá. Es que la poesía nunca me pareció algo fácil, como no es fácil el amor, ni mucho menos la distancia, aunque estos sean los temas de la poesía por excelencia.

      Tarde

      Ordené mis cosas en el placard. Leí, dormí una siesta, cociné, aún sumida en la bruma del jet lag. Te observé trabajar. Estás completamente concentrado en la beca. Absorto. Yo, discreta pero atenta, espero los momentos en los que hacés contacto y podemos iniciar una conversación.

      Antes de viajar, mientras intentaba ponerme en tema, estuve escuchando unas canciones de Schumann sobre poemas de Heinrich Heine llamadas Dichterliebe o Amor de poeta. El protagonista es precisamente un joven poeta enamorado que empieza su relato diciendo: «En el maravilloso mes de mayo, cuando todos los capullos se abrían, fue entonces cuando en mi corazón nació el amor». Me cautivó la coincidencia, en mayo volaba para acá. Pero con el correr de las canciones el joven comienza a sufrir. Su amada lo abandona. Le impone, de alguna manera, una distancia. Él llora, se interna en el bosque y exclama: «Si las florecillas supieran…».

      Supongo que ya nadie quiere ser esa clase de poeta y amar de esa manera sin remedio, absoluta, total.

      Noche, bar de Torstraße

      Pero mucho más difícil que la distancia es la cercanía.

      Domingo 3 de mayo

      Fuimos a conocer el barrio. Me entusiasmo pensando en los días que tenemos por delante. Quisiera aclimatarme rápido. Me mostraste la plaza más cercana, con sus bancos y toboganes plateados, el prometedor local de productos orgánicos, el restaurante árabe donde comer shawarma y kebab. Después nos desviamos unas cuadras conversando, mientras te contaba chismes y nimiedades de nuestros amigos en Buenos Aires. Quién publicó un libro nuevo, quién se peleó con quién, quiénes están saliendo.

      Nos topamos


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