Diario pinchado. Mercedes Halfon

Diario pinchado - Mercedes Halfon


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encontramos con Bergen. A medida que nos íbamos acercando a la zona ya veíamos desde lejos a esos ursos. Son tan colosales como el monumento. Intercambiamos algunas palabras con uno que no aparentaba ser tan temible. A Bergen y a vos les pareció gracioso sacarse una foto con él y su bandera. Me diste la cámara y posaste con tu amigo. Me sentí excluida y tonta, pero se la tomé igual: Bergen de un lado del ruso, vos del otro.

      Me quedé pensando si urso vendría de ruso, o de urss, de que los rusos son altos, salvajes y temibles. Cuando llegué a casa busqué en internet y no había ninguna relación. Proviene del latín ursus, que significa oso.

      Sábado 9 de mayo, noche

      Momento favorito del día: cuando llega la noche. Vine a esta ciudad a tener una epifanía doméstica frente a la góndola de los quesos en el supermercado. La multiplicidad, la calidad ¡y los precios! Vengo de un país esencialmente agrícola-ganadero pero es acá donde pruebo auténticos lácteos de excelencia sin tener que dejar mi sueldo en la caja. También los panes son ricos, hay variedad de cereales y texturas. Después preparo, combino los elementos. Busco llamarte la atención con la comida, a veces lo consigo.

      Domingo 10, mañana

      Me dijiste que tenías trabajo para la beca, que necesitabas concentrarte, que no te iba a alcanzar el tiempo, que a fin de mes tenías que entregar un informe de tu proyecto de escritura, que además ya habías visto los lugares turísticos cuando llegaste, que no te daban ganas de verlos otra vez, que por qué no intentaba salir sola esta semana y no preguntarte todo a vos, que no fuera tan casera, tan capricorniana, que hiciera un esfuerzo por orientarme en la ciudad, que si me llegaba a perder podía preguntar, que no era tan difícil hacerse entender, ¿no?

      Pero los dos sabemos que lo más difícil de todo es eso: hacerse entender.

      Tarde

      Descartada la opción de visitar los lugares con vos, tengo que asumir un problema. Carezco de ese dispositivo mental o quizá corporal que permite crear rápidamente puntos de referencia para orientarse en un lugar nuevo. Me pasa hasta en ciudades a las que fui toda la vida, como algunas en el sur de la Argentina o en la costa atlántica. No me ubico. Es algo más que ser despistada o no ver bien. Es un sentido que me falta.

      Sé que hay modos de suplir esa carencia natural y hago grandes esfuerzos: analizar mapas en papel, virtuales, gps, Google Street View, pero a veces ni eso es suficiente. En los mapas hay demasiadas líneas de colores, demasiados puntos, demasiados niveles, demasiadas siglas. Hace un rato estuve intentándolo, pero no hay caso. El idioma tampoco ayuda. Creo que el problema principal es que no puedo relacionar lo que veo en los lugares reales con la síntesis que hacen los mapas. Me detengo en cosas que no son las centrales. Fugas, detalles inconducentes, pavadas. No puedo sintetizar.

      Intento sobrevivir así, por eso no soy aventurada. Todavía no me siento en condiciones de ir lejos o tomar medios de transporte. Pero a pie y en distancias cortas, me atrevo. De cometer algún error se puede retroceder: a esa velocidad un cambio de rumbo no es del todo dramático.

      Lunes 11, mañana

      En internet dice que la orientación es la acción de ubicarse o reconocer el espacio circundante. La noción proviene de la palabra oriente, es decir el punto cardinal este. Tiene sentido. Es por donde sale el sol, probablemente el punto de referencia más concreto en el espectro de lo visible.

      Oriente a su vez viene del latín orĭens, participio de orīri: «aparecer», «nacer», denominación que se le dio en la antigüedad por ser el plano desde donde se asoma el astro de fuego. Por extensión, en la cultura occidental se le otorgó este nombre a Asia, el territorio que está al este del lugar de observación. El Oriente era todo eso exótico, misterioso, desconocido. Orientarse es para mí poder ir a lo desconocido y saber volver después.

      Si orientarse es mirar hacia la salida de sol, en esta ciudad se torna más que difícil. Casi no hay sol, ni saliendo ni entrando. Como si alguien hubiera puesto un techo natural, día tras día el cielo se presenta de plomo.

      Tarde

      Anoche hablé por teléfono con mi madre. Entre las decenas de recomendaciones que me hizo la más insistente fue que saliera del departamento de una vez. No podía creer que más de diez días después de mi llegada a la ciudad aún no hubiera ido a un museo. Argüí problemas de distinto tipo –jet lag, un texto que tenía pendiente mandar a Buenos Aires, la intención de conocer primero el barrio circundante– pero le di la razón y prometí que no pasaba de mañana. Mi madre se está jubilando después de treinta años de ser profesora de historia y desborda de energía. Empezar una etapa desde cero la rejuvenece. Tiene por delante una nueva identidad a la que debe ir llenando con algún contenido: cursos de jardinería, arte oriental, inglés, tés con amigas, viajes por la Argentina con mi padre que, como yo, odia viajar.

      Pensé en ellos durante su primera juventud, la verdadera, cuando se conocieron y enamoraron. Hay un libro que me recuerda eso. Es tan viejo que se está desmaterializando. Cada vez que lo hojeo, por más cuidado que ponga, de las puntas de las páginas cae un polvillo dorado que parece papel muerto. Es el texto de un alemán que habla sobre Buenos Aires. Era de mi madre, pero en algún momento, con alguna excusa, me lo llevé de su casa y me lo quedé. Son las crónicas de Ulrico Schmidt, el viajero que llegó con Pedro de Mendoza al Río de la Plata en 1536 y escribió y dibujó todo lo que veía.

      Mi madre se compró ese libro cuando estudiaba Historia Argentina I y se juntaba en la Biblioteca Nacional con compañeros y compañeras. En ese lugar leyó a Ulrico Schmidl (o Schmidel o Schmidt), soldado y cronista que se hizo célebre por la publicación del volumen donde registra los veinte años que vivió junto a los conquistadores de la cuenca del río Paraná. El título con el que se conoció fuera de Alemania es Derrotero y viaje de España a las Indias y así lo tengo yo, pero el original era: Verídica descripción de varias navegaciones como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades… también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descritas en otras historias o crónicas, bien registradas o anotadas para utilidad pública.

      Durante mucho tiempo Ulrico fue la única fuente para la historia de la conquista del Río de la Plata. Alrededor de sus palabras se crearon imágenes y teorías. Describió el aspecto de querandíes y charrúas, que le parecieron tan enigmáticos como a sus compañeros conquistadores. Fue el primer extranjero que, además de verlos, los contó, aunque con cierta distancia. No fue un propulsor del dogma cristiano pero tampoco un humanista. Su relato se centra en los obstáculos que impidieron la concreción de los sueños de grandeza de los españoles. Llegaron atraídos por el mito de las riquezas que ocultaba esta tierra, pero tuvieron que abandonar esos anhelos y abocarse a una búsqueda desesperada por obtener alimento. Ese fue el motivo de sus traslados por el río, del ataque a los pueblos originarios y de la chispa de locura y muerte cristianas, en una expedición que terminó con la primera ciudad de Buenos Aires arrasada y humeante.

      Por la época de la adquisición y lectura de este libro, hubo un baile en el que mi madre se fijó en mi padre y mi padre en mi madre. Bailaron entero un disco de boleros del trío Los Panchos y se dijeron algunas cosas al oído. Siempre pensé que mi madre y mi padre se enamoraron a partir de la lectura de ese libro. No le encuentro mucho sentido, pero el amor no siempre lo tiene.

      Me bajo de internet un pdf de Derrotero y viaje de España a las Indias. Capítulo 9. Dice: «Aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han hurtado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto. Esto ha sucedido en el año de 1535 en nuestro día de Corpus Cristi en la sobredicha ciudad de Buenos Aires».

      Es más largo y es terrible. Eso ocurre con los orígenes. Hay un viaje muy ansiado e imaginado, tras el cual lo que se encuentra es otra cosa. Aun así, o precisamente por ese intercambio, hay un relato. Todo recomienza después del fuego y la decepción. Pero queda un residuo, una ceniza, cae un


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