Diario pinchado. Mercedes Halfon
Las calles son más cálidas a esta hora. La gente está animada, pasan en grupitos conversando, o en bicicletas con ropa distinguida y casual. Salen del trabajo y van a los bares. Ni la menor idea de qué dicen. Qué lindo sería que estuvieras acá, sentado en las escalinatas, mirando conmigo a los que pasan. Hago tiempo fumando, hasta que una campanada solemne anuncia el inicio de la función. Los espectadores deambulan entre el guardarropas, la pequeña librería y una barra donde venden botellas de agua y vino blanco. Vengo decidida a quedarme todo lo que pueda resistir, aunque la pieza dure cuatro horas y sea hablada, por supuesto, en alemán.
Es El maestro constructor, de Henrik Ibsen, dirigida por Frank Castorf. El programa de mano en alemán e inglés dice que fue estrenada en 1893 y que, como muchas otras piezas del dramaturgo noruego, es el retrato de una conducta humana que él pretende discutir. En este caso la crítica es a la ambición, a la búsqueda del éxito a cualquier precio. Un arquitecto que se muere al caer de una torre que él mismo ha construido.
Empieza la obra. No entiendo ni una palabra. Solamente puedo volcar impresiones acá:
— La escenografía está dividida por la mitad. ¡Qué obsesión con dividir todo en dos!
— Del lado izquierdo hay una cocina con armarios de fórmica blanca, vajilla y horno. Del lado derecho, un living: muebles de madera, sillones de terciopelo y una gran biblioteca con libros de verdad.
— Hacen un huevo frito en tiempo real. La mímesis es total.
— Si algo denota el espacio es la sobreabundancia de recursos.
— Los actores gritan permanentemente. Deben estar enfrentando una situación grave…
— ¿Ruptura amorosa? ¿Expulsión del trabajo?
— Parecen sacados de un melodrama o de una ópera.
— No sé si es la lengua o el tono rígido, que todo el tiempo pienso que hablan como soldados.
— Tendría que haber buscado el argumento más detalladamente en casa, donde tenía wifi.
— ¿Encontraría la motivación si entendiera el idioma?
— Ahora hay un karaoke en el que cantan cuatro canciones completas.
— Si algo denota la duración es la sobreabundancia de recursos.
— El criterio es todo lo que sea necesario. No privarse de nada. Pero no todo parece ser necesario. De hecho es lo contrario de necesario.
Esto hubiera sido mucho más ameno de tener compañía. ¿Por qué no estás acá? ¿Por qué no te insistí? ¿Cómo puedo extrañar a una persona que vive conmigo?
Madrugada
Llegué hasta el final en un estado de extenuación perceptiva y mental absoluta. La salida fue tan desesperada que no me alcanzó caminar rápido para llegar a casa. Por correr en medio de la noche cerrada me llevé por delante uno de los monolitos de piedra.
Ahora vos dormís y yo me estoy mirando el moretón azul.
Sábado 16, noche cerrada
Estamos durmiendo en un colchón inflable que está pinchado. Vino con el departamento y hay que mudarse o tolerarlo así como está. Cuando nos acostamos está a tope, nada parece anormal. Luego, en el transcurso de la noche, empieza la fuga de aire. Muy lentamente vamos transformándonos en dos ve cortas: al ser lo más pesado, la cadera es lo primero que llega al suelo. Las piernas y el tronco bajan más despacio, al ritmo lento de una exhalación. Cuando despertamos estamos directamente en el piso sobre algo que parece un lago que se evaporó.
Lunes 18 de mayo
Tercera semana en Berlín. Cuento los días de sol con los dedos de una mano.
Tarde
Bajé a comprar menudencias al supermercado. Metí las cosas en la mochila y volví mirando las vidrieras, mientras comía un paquete de ositos Haribo. Cuando estaba cerrando el portón de hierro del edificio descubrí, semiescondida entre las plantas y los containers de basura, una bolsa de papel madera con ropa doblada prolijamente. La inspeccioné porque se asomaba una manga de saquito gris melange que me resultó lindo. Adentro había más sacos y buzos en perfecto estado, casi nuevos. Miré para todos lados, pero no parecía haber nadie. Evidentemente la habían dejado para que alguien se la llevara. Supuse que habrías desaprobado mi actitud tildándola de papelonera, pero para mí era claramente una oportunidad. Me llevé la bolsa al departamento. Altiva y decidida, como si yo misma la hubiera dejado ahí, minutos antes.
Martes 19 de mayo
Está mal pero lo hago: un ejercicio permanente de inducción. Cualquier alemán es los alemanes. Cualquier buzo es los buzos. Cualquier salchicha es las salchichas. Cualquier inmigrante es los inmigrantes. Cualquier esquina es Berlín. Cualquier tarde es la primavera. Cualquier poeta es la poesía. ¿Cómo abandonar este vicio? Es el vicio del turista intenso. De todo querer hacer una definición.
Miércoles 20, tarde
Pasé por la casa de camping que hay en la Rosenthaler Straße buscando alguna solución para el colchón pinchado. Pensaba en parches de goma, como de bicicleta, algo que nos permitiera usarlo un tiempo más.
Me quedé mirando largo rato una cartelera con volantes de excursiones y más papelitos con propuestas campestres que me pregunto dónde ocurrirán. Me llamó la atención una actividad a la que invitaban en inglés. Era un «campeonato de orientación». No conocía la existencia de tal disciplina; obviamente me sorprendió.
Al parecer se practica en grupo y en lugares abiertos. Su objetivo es desarrollar la capacidad para conocer en todo momento la ubicación del practicante con respecto a lo que le rodea. Según leí en internet se puede realizar a cualquier edad, con un mapa básico y una brújula. La idea es llegar a destino usando ese único instrumento de orientación. Puede ocurrir que haya que subir montañas, atravesar bosques o bordear lagos, todo depende del paisaje. Por eso también lo entrenan montañistas y militares, como una herramienta para sus propios fines. Al profesor se le dice «orientador». El practicante puede recibir algunos elementos extra, como una cantimplora, una baliza o un cuchillo.
Jueves 21
Ayer me llevé solo una Silver Tape grande.
Inflamos a tope el colchón y nos tiramos arriba los dos, para intentar escuchar la fuga de aire.
¿De dónde viene el silbido?
«Silencio», dijiste vos. Silencio.
Viernes 22 de mayo
Estamos por ir a la presentación de una antología de poetas latinoamericanos residentes en Berlín. Algunos de ellos participaron de la misma beca en la que estás vos y encontraron motivos para quedarse. Es en una casa particular y está organizada por un poeta ecuatoriano que vino a hacer su doctorado y debe querer fraternizar con el ambiente literario local.
Me puse una pollera de flores, botas y una campera de cuero que me compré ayer en H&M. No estoy especialmente arreglada. Es nuestra salida nocturna número uno. Mientras me pinto los labios, pasás por detrás de mí y decís algo así como «ah, bueno». Es una manera muy retorcida de expresar que estoy linda, casi invierte el significado de la frase. Pareciera que hubieras dicho: «¿Por qué te arreglaste tanto?». O: «¿Adónde pensás que vamos?». Me saqué el rouge con bronca y tiré el papel al inodoro. Lo miré un segundo como si fuera un jirón de sangre en el agua, sin saber contra quién hacía eso, si contra mí, contra vos, contra la poesía.
Dejo esto porque ya salimos.
Sábado 23 de mayo, mañana
Escribo lo de anoche. Viajamos en U-Bahn y bajamos en un barrio residencial. No había nadie en la avenida Kurfürstendamm; atravesamos sobrios edificios y casas de estilo con jardines en el frente. Por todas partes reinaba el silencio. Identifiqué tiendas de alta costura con vidrieras extravagantes, pero ibas tan rápido que por seguirte no alcancé a ver