La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse
inglesa. Los vínculos comerciales entre Petersburgo y Westminster subsistían, pero Rusia no era ya la fiel aliada del pasado.
Con todo, la guerra, que este acuerdo debía permitir comenzar, se retrasaba. Austria no tenía los medios de atacar a Federico II sin participación francesa, y las tropas rusas pisoteaban impacientes en la frontera occidental del país. Cuando el ejército austriaco estuvo al fin preparado, Rusia introdujo a su vez una extraña espera. Sus ejércitos los dirigía el mariscal de campo Apraxin, cuya actitud, difícil de comprender, dependía de la situación particular de la Corte de Rusia en esta época. La corte estaba de hecho dividida en dos, la Corte de la emperatriz que envejecía, en precaria salud y a menudo poco interesada en la vida del Estado que abandonaba a sus favoritos. A su lado, la joven Corte se caracterizaba por sus oposiciones. El heredero del trono, Pedro de Holstein-Gottorp, alimentaba una pasión abierta por Prusia y su soberano. El marqués de l’Hôpital lo presentaba así: «Es el mono del rey de Prusia que es su héroe». Al lado de este heredero del que era conocida la debilidad de carácter, su esposa Catalina d’Anhalt estaba por el contrario dotada de una fuerte personalidad. Muy inteligente, muy cultivada, había comprendido que debía disimular sus ambiciones y su apetito de poder a Isabel, a quien nunca inspiró confianza ni afecto. Y su autoridad en el seno de lo que se llamaba la joven Corte era considerable. Mantenía relaciones con varios embajadores, particularmente con los que tenían medios de proporcionar dinero, pues esta pareja estaba llena de deudas. Catalina d’Anhalt también se había hecho amiga de Bestujev, con quien compartía las concepciones de política extranjera. Catalina se había enamorado de Poniatowski, y a sus instancias él fue nombrado ministro de Polonia en Petersburgo. Pero la emperatriz desconfiaba de él, tanto por sus relaciones con el embajador de Inglaterra Williams, como por su influencia con la gran duquesa, y buscaba obtener su destitución. Por su parte, el marqués de l’Hôpital había comprendido que el favor de Catalina dependía de su apoyo a Poniatowski. Sabiendo que la falta de dinero acosaba a los herederos, los embajadores que podían trataban de ganar por este medio sus simpatías. Austria los subvencionaba abundantemente y el marqués de l’Hôpital había recibido consigna de seguir su ejemplo. La joven Corte mantenía relaciones estables con Apraxin, que pensaba en la sucesión. Y la joven Corte de Catalina no quería que empezasen los combates. Apraxin lo sabía. La emperatriz era por entonces víctima de varios accidentes de salud, tan graves que se pensó estaba en algún momento al borde de la muerte. Apraxin decidió demorarse. Durante este tiempo, Federico II devastaba Sajonia y Bohemia. Llegaba el invierno, Austria se indignaba: ¿cuándo se iba a comprometer en la guerra? Cuando se restableció, Isabel ordenó a Apraxin que se dispusiera al combate, pero el tardó aún unos meses a fin, decía él, de poner a sus tropas en orden de batalla. Finalmente, en verano de 1757, después de meses de espera, la guerra comenzó.
Las tropas rusas avanzaron hacia el Niemen. Es en este momento cuando se pudieron constatar las contradicciones de la política francesa. El conde de Broglie, que estaba hasta entonces de permiso, volvió a su puesto el 1 de julio de 1757, en el mismo momento en que comenzaba la guerra. Antes de su partida, el rey le había dado la orden de velar por los intereses de Polonia, y, si estuviesen en conflicto con los de Rusia, darles la prioridad. Estas instrucciones eran poco compatibles con las exigencias de la alianza franco-rusa y con el papel asignado a Rusia en esta guerra. Estas instrucciones estaban también en contradicción con las que él había recibido de Bernis, su ministro. Era el Secreto del Rey y la doble diplomacia. Broglie, que era naturalmente hostil a Rusia, decidió atenerse a las órdenes del rey. Su embajada se convirtió en el lugar de cita de todos los polacos que tenían de qué quejarse de los comportamientos rusos y sus excesos; Broglie suscitaba incluso esas quejas, las reportaba al rey y dirigía notas amenazadoras a Petersburgo. Conscientes del descontento que el embajador alimentaba y temiendo un levantamiento, las tropas rusas dieron prueba de una extremada prudencia y de un retraso que permitió a los prusianos organizarse. La doble diplomacia francesa estallaba así a la vista de todos. Broglie no se contentaba con reunir a los descontentos, preparaba a los nobles polacos para la sucesión, movilizándolos contra el supuesto candidato de Rusia y proponiéndoles otro candidato apoyado por Francia. Mientras que en principio la guerra era común a Francia y Rusia, las contradicciones de la diplomacia francesa debilitaban la alianza.
Informado del comportamiento de su embajador, Bernis le llamó al orden, de lo cual Broglie se quejó al rey que se guardó bien de tomar partido. Y Broglie continuó su juego antirruso, sobre todo obteniendo que Poniatowski fuese llamado a Polonia, lo que tuvo graves consecuencias. Catalina se disgustó y devino hostil a Francia. Se acercó a Bestujev y, juntos, no contentos con incitar a Apraxin a no apresurarse a intervenir, le impulsaron además luego a detener el combate.
Avanzando hacia Prusia oriental, Apraxin había finalmente encontrado a los prusianos. Tomó Memel, pero, en Gross-Jägersdorf, el cara a cara con el ejército prusiano fue para él terrible, no se salvó sino por la llegada de regimientos de granaderos que llegaron a socorrerle. La ruta de Königsberg se le abría. Sin embargo, se detuvo, luego rehízo el camino. El ejército ruso abandonaba así, sin razón aparente, el teatro de operaciones. Había, sin embargo, una explicación para la decisión de Apraxin, se decía que la emperatriz estaba a la muerte y él pensó que la hora de la sucesión había llegado. La emperatriz superó una vez más tan sombríos pronósticos y su venganza se aplicó. Apraxin fue juzgado por un tribunal militar, condenado por traición, pero murió muy oportunamente. Bestujev, alma del complot según la emperatriz, fue dimitido, acusado de crimen de lesa majestad y condenado al exilio en Siberia. El examen de los papeles de Apraxin proporcionó a la emperatriz muchas informaciones sobre sus lazos con la gran duquesa Catalina, y las relaciones entre las dos mujeres no mejoraron. Resucitada la emperatriz, había tomado en mano la situación militar. Para remplazar a Apraxin nombró a un hábil general en jefe, Villim Fermor, que poco antes había destacado en la batalla de Memel y había ordenado la ocupación de la Prusia oriental donde, durante la retirada decidida por Apraxin, las brutalidades y depredaciones del ejército ruso habían sobrepasado todos los horrores imaginados por los habitantes. Fermor volvió a poner las tropas en orden de batalla, tomó Königsberg, luego avanzó hacia Brandeburgo, y en el verano de 1758, Berlín parecía al alcance de los ejércitos rusos. Pero los prusianos no estaban aún vencidos. La perspectiva de perder la capital los electrizó, y Federico II seguía siendo el gran estratega al que nadie nunca había vencido. Rusos y prusianos se enfrentaron en Zorndorf el 25 de agosto. Aunque ganaban a los prusianos en número, los rusos fueron derrotados y sus pérdidas fueron considerables. Impulsado por esta victoria, Federico II batió a los franceses en Rossbach, y a los austriacos, un mes más tarde, en Leuthen. En todo caso, sus enemigos no habían tampoco perdido la partida.
La batalla de Rossbach tuvo en Francia un efecto devastador. Circulaban rumores que sugerían una paz separada franco-prusiana. Los rusos se alarmaron tanto que Bernis se ocupó de desmentirlos, recordando que la paz debía aceptarse por todos los Estados signatarios del Tratado de Versalles. Estos desmentidos no eran sinceros. Bernis sabía que Francia estaba agotada. Debía llevar una guerra en dos frentes, combatir contra Prusia mientras sostenía el combate emprendido contra Inglaterra en varios mares y continentes. Él sabía que Federico II estaba dispuesto a negociar a condición de que la integridad de sus territorios fuese preservada. Y que Austria estaba dispuesta a hacerlo, salvo si tuviese que renunciar a Silesia. La desconocida era Rusia, de la que Bernis temía la intransigencia. Se esforzó en convencer a María Teresa de la idea de la negociación, pero ella informó a Isabel que reaccionó vigorosamente, y las dos se entendieron para presionar a Francia e impedirle concluir una paz separada.
Al abrirse el año 1759, la política extranjera francesa conocía un cambio notable. Bernis dimitió y el conde Choiseul-Stainville, su adjunto, convertido en duque, fue nombrado en su lugar. El nuevo ministro, que era también primer ministro, había expresado muchas veces su convicción de que la guerra debía continuarse y que había que terminar con Federico II, en eso se oponía a Bernis. En cuanto a alianzas, era naturalmente partidario de la concluida con Austria, y consideraba que el apoyo de Rusia, de la que comprendía la importancia geográfica y estratégica, era necesario en la guerra. De un memorándum sobre las relaciones franco-rusas que le comunicó un primo suyo, el duque retuvo la reflexión sobre el interés para Francia de instaurar verdaderas y duraderas relaciones con Rusia, y de hacerlo tratando directamente