La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse

La muralla rusa - Hèlène Carrere D'Encausse


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intervenir una vez más en la política rusa eliminando a Bestujev. Él tenía la confianza de la emperatriz, será por ella por donde pasará esta operación. En 1743, el representante francés Luis d’Alion acusó a su colega austriaco Botta de conspirar con los grandes nombres de la aristocracia rusa cercanos a Bestujev para derrocar a la emperatriz y sustituirla por Iván VI. Los conjurados fueron detenidos, exiliados a Siberia, Iván VI sometido a un régimen de encierro más riguroso que antes, pero Bestujev escapó a la venganza imperial. La reina de Hungría juró que ella ignoraba todo lo de este complot y entregó a Botta a Isabel. Un misterio subsistía, ¿qué papel había jugado Prusia? En efecto, a la hora en que se descubría el complot, el ministro austriaco que se consideraba su alma se encontraba en Berlín. ¿Para concertarse con los prusianos? ¿Para quitar sospechas?

      Francia rencontró entonces su sitio en las simpatías de Isabel. ¿Acaso no era gracias a su intervención, a la de d’Alion, como se había descubierto el complot? Una única sombra en el tablero, Bestujev conservaba su puesto. Y sobre todo el escándalo La Chétardie, algunos meses más tarde, arruinará esta visión de los hechos. Volvió triunfante a Rusia, pero en la primavera de 1744, gracias a Bestujev que le había sometido a una vigilancia particularmente estrecha, la policía consiguió un golpe notable. Se hizo con el cifrado de la correspondencia de La Chétardie con Versalles, y Bestujev pudo entregar a la emperatriz los despachos descodificados que trataban de la vida del Imperio, su política, y «la emperatriz descubierta». Estos despachos trazaban un retrato poco favorable de la emperatriz a la que describían frívola, perezosa, más ocupada de su persona que de los asuntos del Estado; abundaban en detalles sobre su vida íntima y ponían al desnudo la venalidad de la Corte, su corrupción e incluso el montante de los sobornos, no faltaba nada. ¡Isabel nunca hubiese imaginado tal hostilidad a su persona! La Chétardie fue interpelado en su domicilio, informado de que disponía de veinticuatro horas para dejar Rusia para siempre. Le pidieron que devolviese a la emperatriz la placa de diamantes de la orden de San Andrés y el retrato que ella le había regalado en un pasado ya olvidado. La investigación ordenada por Isabel reveló que la princesa d’Anhalt-Zerbst, madre de Catalina, la joven esposa del heredero, habría estado en el origen de muchas de las indiscreciones sobre la vida privada de la emperatriz. También le pidieron que abandonase Rusia y eso contribuyó a envenenar las relaciones entre Isabel y la joven Corte.

      Francia se guardó mucho de pedir explicaciones por la expulsión de La Chétardie. ¿Pero cómo restablecer, después de este escándalo, relaciones pacíficas con Rusia? El asunto llegaba en un mal momento. El ministro de Asuntos Exteriores, Amelot, se acababa de retirar, y el rey dirigía solo por un tiempo los asuntos de Francia. Luego, en el invierno de 1744, nombró al marqués d’Argenson a la cabeza de Asuntos Exteriores. Próximo a Voltaire, al menos eso decía él, d’Argenson no era a priori favorable a la alianza rusa, pero era consciente de la potencia de este país y decidió restablecer con él relaciones diplomáticas normales. ¿Qué sucesor tendría La Chétardie? En la urgencia, optó por una solución sencilla, d’Alion volvería a Petersburgo como ministro plenipotenciario, encargándose de ver si y cómo se podrían reanudar unas relaciones tan alteradas. Al constatar d’Alion en Petersburgo que el humor de sus interlocutores era muy antifrancés, el rey decidió para reconciliarse con Isabel hacer un gesto protocolario, reconocerle al fin el título imperial. Francia se había mostrado siempre reticente a hacerlo, lo que expresaba el estatuto inferior que atribuía a Rusia. Este título fue acompañado de un regalo real, un buró de maderas preciosas. La emperatriz no le manifestó un gran agradecimiento.

      Otro problema protocolario enfrentaba a Petersburgo con Versalles, el de la elección de un representante francés. En París, Heinrich Gross, un súbdito de Wurtemberg, ingresado en el servicio diplomático ruso en tiempos de la emperatriz Ana, había sucedido al príncipe Kantemir. ¿A quién nombrar en Rusia? Dos nombres surgieron, los del conde de Saint-Severin y el mariscal de Belle-Île. El primero no podía convenir, expuso Gross a d’Argenson, pues durante su estancia en Suecia que coincidió con la última guerra ruso-sueca, había sostenido una viva campaña antirrusa, lo que le desacreditaba en Rusia. En cuanto al mariscal de Belle-Île, se pensaba en Versalles que era más oportuno emplearlo en los campos de batalla que en una embajada. Antes de buscar otro candidato, d’Argeson expresó el deseo de que Petersburgo designase también un nuevo embajador. Isabel se negó, confirmó que mantenía a Gross en Francia, pero al mismo tiempo le daba como único título el de ministro y no ya el de plenipotenciario. ¡Qué ofensa para el rey! Además de ignorar su deseo de ver en Francia un nuevo representante de Rusia, la emperatriz había impuesto a uno cuya presencia se juzgaba inoportuna y con un estatuto degradado. La respuesta del rey no se hizo esperar: en ese caso, mantendría a d’Alion en Rusia.

      A las vejaciones recíprocas se añadiría pronto un verdadero tema de confrontación. Carlos VII murió en enero de 1745, había que elegir un nuevo emperador. Ciertamente, Rusia no participaba en su elección, pero no pensaba permanecer al margen de los juegos de influencia que iban a determinar el equilibrio europeo. Y ella será animada por Francia, que quiso aprovechar la ocasión para debilitar la alianza ruso-austriaca. El rey sugirió a la emperatriz apoyar la candidatura del elector de Sajonia, Augusto III, contra la de Francisco de Lorena, esposo de la emperatriz de Austria. Si Isabel hubiera seguido esta sugerencia, ¡qué ofensa hubiese sido para su aliada! Además, apoyando al elector de Sajonia, Rusia correría el riesgo de reunir las tres coronas Prusia-Sajonia-Austria, cosa contraria a toda su política. Isabel rechazó de plano la sugerencia del rey, tanto peor recibida porque el aliado prusiano de Francia, Federico II, iba también a abandonar la propuesta francesa. Federico había elegido antes como candidato a Maximiliano José, elector de Baviera, quien, poco convencido por la aventura, desistió muy pronto y anunció su apoyo a Francisco de Lorena, que fue elegido sin dificultad.

      Sin desanimarse por este fracaso, d’Argenson se esforzaba al mismo tiempo en convencer al embajador ruso de urgencia para reunir en una alianza a Francia, Rusia, Suecia y Prusia; alianza que completaría un tratado de comercio franco-ruso, para hacer contrapeso a la poderosa pareja austro-inglesa. D’Alion, encargado de defender este proyecto ante Bestujev, le envió incluso en apoyo de su petición una importante suma que el intratable canciller rechazó.

      En el otoño de 1745, las tropas francesas habían vencido en Fontenoy y ocupaban una parte del territorio austriaco. En revancha, Austria había ganado una victoria política con la conquista del título imperial por el príncipe Francisco. Los dos consejeros de política extranjera de Isabel estaban en desacuerdo sobre las consecuencias que vendrían. Para el canciller Bestujev, es la potencia y agresividad Prusiana lo que debería determinar la actitud rusa. Como Federico II había atacado al elector de Sajonia, rey de Polonia, Rusia debía reaccionar apoyando políticamente a Austria y uniéndose a las potencias ligadas por la convención de Varsovia —Inglaterra, Países Bajos, Sajonia, Austria—, convención firmada en enero de 1745 para frenar a Prusia. Por el contrario, el vicecanciller Vorontsov tomaba parte por la contención y por una simple ayuda financiera a Sajonia. Isabel dudaba, dividida entre su hostilidad a Prusia y la desconfianza que le inspiraba María Teresa. Finalmente optó por una solución de fuerza, la intervención militar en Sajonia programada para la primavera siguiente. Y para prepararla, Rusia comenzó a retirar sus tropas de Curlandia. Alarmado por estos movimientos de tropas, Federico prefirió concluir una paz separada con Sajonia y Austria y firmó el tratado de Dresde en diciembre de 1745. Bestujev había convencido a Isabel de frenar las ambiciones prusianas, le quedaba asegurar un verdadero acercamiento a Austria. Lo consiguió también, pues el tratado de alianza defensiva ruso-austriaco de 1726 fue renovado el 22 de mayo para una duración de veinte años. Los dos países se comprometían a poner en pie un ejército de treinta mil hombres contra un eventual agresor, que era evidentemente Prusia. El tratado estipulaba también que, además de la ayuda recíproca que se aseguraban las dos potencias en caso de agresión, toda paz separada quedaba excluida.

      Francia reaccionó ante esta alianza, que asumía buscando los medios de estrechar sus vínculos con Polonia y Suecia. El proyecto de casar al delfín Luis, viudo en esta época, con María José de Sajonia forma parte de esta búsqueda de alianzas. El matrimonio tendrá lugar el 10 de enero de 1747, y hace esperar a Francia que no solo confirma la amistad franco-polaca, sino que contribuye a guardar a Polonia de la influencia rusa. El 6 de junio, un tratado


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