La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse

La muralla rusa - Hèlène Carrere D'Encausse


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surgieron dos obstáculos. En primer lugar, en Francia, donde habiendo renunciado el rey al matrimonio español anunció de repente que casaría con María Leszczyńska, noticia que dejó estupefacto y decepcionado a su país. Para la corte, era una mala alianza. Para Rusia, era una grave ofensa. Que el rey de Francia hubiese preferido a una oscura princesa, hija de un efímero rey de Polonia, a la hija del gran emperador ruso era un insulto. Además, Francia daba muestras con eso a Catalina de que su intervención eventual en los asuntos de Polonia no tenía ya razón de ser. Esta no fue la única decepción matrimonial de la emperatriz de Rusia. La primera hija de Pedro el Grande había casado en 1725 con el duque de Holstein-Gottorp, al que Catalina I protegía y que ella hizo entrar en su Consejo privado supremo. Pero el duque pretendía recuperar el Schleswig, conquistado por Dinamarca en 1721, conquista que Francia e Inglaterra garantizaban. Apoyándose en el acuerdo firmado por estas dos potencias, Catalina les pidió que compensaran a su yerno por la pérdida del Schleswig, lo que le fue negado. Inglaterra lo hizo brutalmente, mientras que Luis XV ordenó a Campredon cesar en las negociaciones con Petersburgo.

      Aunque la política de Catalina I estaba marcada por su voluntad de seguir siendo fiel a las intenciones de Pedro el Grande, sufrió también la influencia de quien iba a dominar en adelante la política extranjera rusa, Osterman. Hijo de un pastor de Westfalia, Osterman había entrado en el séquito del zar en 1708. En el Congreso de Nystad, estaba a su lado con el título de especialista reconocido de los «asuntos del norte», y a su muerte fue llamado a sentarse en el Consejo privado supremo. Osterman había sido un decidido partidario de la alianza francesa en los años anteriores al Tratado de Nystad. Pero, en 1725, su juicio se hizo más matizado. Constata que Francia no muestra apenas deseo de suscribir el proyecto ruso en Polonia, que defiende tibiamente a Rusia en Estocolmo, y rechaza tomar posición en los conflictos entre Petersburgo y la Puerta. También, cuando en 1725 Francia, Prusia e Inglaterra, enfrentadas a la coalición austro-española, piden a Rusia que las apoye, Osterman se pregunta sobre la respuesta que cabe dar. Además, en el mismo momento Austria, que no teme ya la venganza de Pedro el Grande, constata que sus intereses y los de Rusia están próximos y encarga entonces a su representante en Petersburgo, el conde Rabutin, que negocie un acuerdo diplomático y militar. La propuesta seduce al punto a Menchikov, el antiguo favorito de Pedro el Grande que tiene una influencia real sobre Catalina. Osterman expresa al principio sus reservas. Pero una alianza con Austria había tentado a Pedro el Grande a lo largo de todo su reinado. Por eso, después de un tiempo de vacilación, Osterman expuso en un informe al Consejo privado supremo que, no habiendo Francia respondido a ninguna de las propuestas rusas, él postulaba que Rusia se volviese hacia Austria primero, y luego hacia Inglaterra, Prusia y Dinamarca. Su propuesta se aprobó. Un tratado de amistad ruso-austriaco se firmará el 6 de agosto de 1726 en Viena, que llevará consigo toda una serie de acuerdos. El emperador de Austria se sumará a la alianza ruso-sueca de 1724 y Rusia hará lo mismo en el tratado hispano-austriaco de 1725. El tratado ruso-austriaco, que determinará la política extranjera rusa durante los quince años siguientes, satisfacía todos los deseos rusos. Traía una garantía militar importante, cada parte contratante se comprometía, en el caso en que la otra fuese agredida, a socorrerla con una fuerza de treinta mil hombres. De la cuestión de la compensación del duque de Holstein se hacía cargo Viena. Y un artículo secreto estipulaba que, en caso de agresión otomana contra Rusia, el emperador se comprometería a su lado.

      Osterman consideraba que este tratado tenía una finalidad puramente defensiva, no entendía que pudiese arrastrar a Rusia en una guerra europea. Pero su adhesión al tratado no estaba libre de preocupaciones. A la larga quería facilitar un acercamiento con Francia, pero también reducir su influencia en Europa. Y ante todo quería asegurar una paz estable a lo largo de las fronteras rusas. La cuestión polaca estaba en el centro de sus preocupaciones. Para Osterman, la sucesión de Augusto II, cuando se plantease, no debía en ningún caso dejar lugar a la influencia y menos aún a la intervención de Francia, de Suecia o de la Puerta. Se verá más adelante que consiguió imponer sus propósitos.

      La emperatriz muere en 1727. Su heredero es muy joven, Pedro, nieto de Pedro el Grande. Este Pedro II se parece físicamente a su abuelo, es muy grande, como él, guapo y robusto, pero aquí se acaba la comparación. Contrariamente al gran zar, no es apenas curioso y le gusta más la diversión que la búsqueda del saber y la reflexión. Sus defectos tuvieron, sin embargo, poca incidencia en la política rusa porque, atacado de viruela, murió apenas dos años después de su accesión al trono. De nuevo se planteó el problema de la sucesión pues, desaparecido tan repentinamente, Pedro II no había podido —¿lo habría siquiera pensado?— poner en marcha el procedimiento imaginado por Pedro el Grande para designar su sucesor. Correspondía al Consejo privado supremo asegurar esta decisión. ¿Quién podía pretender suceder al efímero soberano? ¿Isabel, hija mayor de Pedro el Grande? ¡Cierto! Pero princesa desdeñada por Francia, también se la juzgó demasiado frívola. Otro descendiente de Pedro el Grande, hijo de una de sus hijas, de doce años, hubiese podido ser elegido. Pero esta competición sucesoria interesaba a clanes que pretendían asegurarse el poder designando un candidato que les fuese cercano.

      La concurrencia de los clanes tuvo como consecuencia una elección inesperada, pues implicaba un cambio de linaje. Se volvió hacia la descendencia de Iván, un medio hermano de Pedro el Grande, que había compartido el trono con él durante la regencia de Sofía. Iván tenía dos hijas, una casada con el duque de Mecklemburg, la otra, Ana, viuda del duque de Curlandia. La elección recayó en esta, porque estaba libre, exilada en Curlandia, desconocida en Rusia. Se la consideró desasistida, dispuesta a aceptar la autoridad del Consejo que la había designado y se le impusieron exigencias draconianas: prohibición de volverse a casar, de designar un sucesor, de tomar cualquier decisión en política interior o exterior. Ella lo aceptó todo, sin pestañear, feliz de cambiar Curlandia por una corona y convencida de poder librarse de la trampa en que se la encerraba.

      Lo demostró muy pronto, pues, apenas llegada a Rusia, supo ganarse para su causa a la Guardia y la pequeña nobleza y, fortalecida con su apoyo, rompió el acuerdo que se le había impuesto.

      De su larga estancia en Curlandia, la emperatriz Ana guardaba un fuerte apego a todo lo alemán. Su gobierno fue dominado por tres alemanes: Osterman, que conservaba la política extranjera, Biron y el mariscal de Münnich que tomó la cabeza del ejército. En esta época, Osterman seguía siendo partidario de la alianza con Austria, pero quería completarla con un acercamiento a Inglaterra. La reconciliación con Inglaterra será su obra maestra. Por el tratado de comercio anglo-ruso firmado en 1734, los ingleses se comprometían a apoyar los intereses rusos en Polonia y se consideró por un momento una unión dinástica entre el príncipe Guillermo de Inglaterra y la joven duquesa Ana de Mecklemburg, sobrina y eventual heredera de la emperatriz. El proyecto de instalar a un príncipe inglés en el trono de los Romanov irá para largo, y entretanto Inglaterra no deseaba aliarse demasiado estrechamente con Rusia. ¿Cómo no advertir, ironía de la historia, que al principio este acercamiento fue favorecido por Francia, que llevará las propuestas rusas al rey Jorge II? Esta mediación era tanto más sorprendente porque, en los últimos meses de su ministerio, Osterman intentó constituir una coalición nórdica, hostil a los Borbones, uniendo a Inglaterra y a Rusia con Prusia, Dinamarca, Polonia y los Países Bajos. El proyecto no se consumó, pero desde 1730, Rusia se opuso a Francia con Austria. El sueño de una alianza franco-rusa es olvidado durante un largo tiempo, y las relaciones entre los dos países raramente han sido tan malas. Campredon fue reemplazado en Petersburgo por un encargado de asuntos que quedó desocupado. Fleury, que sucedió al duque de Borbón, no se interesa apenas por los problemas del norte de Europa, ni en particular por Rusia a la que considera un país corrupto y extranjero a la civilización.

      En Rusia, sin embargo, una evolución parecía posible. La presencia excesiva de los alemanes en el gobierno exaspera a la nobleza. Münnich, inquieto por las consecuencias políticas de este descontento, entrevé los beneficios de un acercamiento a Francia. Una negociación secreta se emprende entonces, primero entre Magnan, el encargado de asuntos que sucede al embajador Campredon, y Münnich, luego entre Magnan y la zarina. La emperatriz Ana quedó seducida por la idea de un cambio de alianzas, pero quería que fuese beneficioso para Rusia. Puso como condición que Francia apoyase su vuelta al mar Negro, la reconquista de Azov, y que se comprometa a no contrariar los proyectos rusos


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