La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse
sacrificase a sus aliados tradicionales del norte y del este, que renuncie a su barrera oriental, mientras que Austria era aún tan poderosa. Se preguntaba también sobre la capacidad política de la emperatriz y sobre la potencia real de Rusia privada del genio de Pedro el Grande. Para terminar, el cardenal Fleury volvió a la táctica francesa al uso en las relaciones con Rusia, multiplicar las respuestas dilatorias, no decidir nada y dejar alargarse la negociación. Nada sorprende que esta tentativa de acercamiento fracasase. Por impopular que fuese ahora la alianza austriaca en Rusia, Viena sigue siendo el único aliado posible y Francia el enemigo, mientras se soñaba con hacer de ella un Estado amigo.
Este fracaso era tanto más enfadoso por cuanto Polonia volvía entonces al primer plano de las preocupaciones de los soberanos. El 1 de febrero de 1733, muere Augusto II, el trono de Polonia atrae candidatos, pues esta elección es para los miembros de las familias reinantes a quienes el principio hereditario prohíbe reinar en sus propios países, su única oportunidad de subir a un trono. En cabeza de los candidatos llega el propio hijo de Augusto II, Federico Augusto, elector de Sajonia. Y un candidato se destaca de los que proceden de la nobleza polaca: Estanislao Poniatowski. Francia es fiel a su protegido, Estanislao Leszczynski, abuelo del rey, que ya fuera elegido en el pasado rey de Polonia, gracias al apoyo de Carlos XII, antes de tener que renunciar al trono. Para defenderlo, Francia esgrime argumentos políticos, arguyendo que estando alejada geográficamente de Polonia no podría intervenir en sus asuntos. El apoyo francés a un candidato era por eso la garantía de la independencia de Polonia y de su futuro rey. Este apoyo era también financiero, el marqués de Monti, embajador de Francia en Polonia, distribuyó cerca de cuatro millones de francos entre todos los que podían pesar en la elección de la Dieta. Pero el asunto no era tan simple. En el año anterior, el emperador Carlos VI, la zarina y el rey de Prusia habían concluido el Pacto de las águilas negras, que excluía de la sucesión que vendría tanto al hijo de Augusto II como a Estanislao Leszczynski. Federico Augusto consiguió luego que se levantara la interdicción que pesaba sobre él, y Estanislao Leszczynski quedó como único excluido. Francia parecía haber perdido la partida. Su candidatura era además muy difícil de defender, pues él se resistía a presentarla argumentando que ya había sido elegido en el pasado rey de Polonia, él era naturalmente rey y no podía ser candidato. Rechazaba precipitarse en Polonia como le presionaba el embajador Monti. Este había obtenido, sin embargo, gracias a su activa campaña con la Dieta, que esta decidiese excluir de la competición a los candidatos extranjeros, lo cual condenaba la candidatura del elector de Sajonia y dejaba la vía libre a Estanislao. En Varsovia, Rusia tomó la iniciativa, enviando tropas al territorio polaco mientras la Dieta se disponía a votar. La elección tuvo lugar el 11 de septiembre. Estanislao Leszczynski fue elegido por unanimidad menos tres abstenciones, pero las tropas rusas llegaron en el mismo momento y dispersaron la Dieta. Federico Augusto fue proclamado rey el 5 de octubre con el título de Augusto III, mientras que Estanislao huyó a Dantzig donde esperó el socorro del rey de Francia.
Ante esta prueba de fuerza, la reacción francesa fue muy tímida, sobre todo respecto a Rusia, responsable de la derrota de Estanislao. El cardenal Fleury no se atrevió a atacar al país del que no había aceptado la alianza, se contentó con llamar al encargado de asuntos y prefirió tratar la cuestión a solas con Carlos VI. Pero había ante todo que pensar en socorrer a Estanislao asediado en Dantzig por los rusos. Una pequeña tropa, conducida por el conde de Plélo, embajador de Francia en Copenhague, se ocupó de eso. Fue una humillante derrota, el embajador Plélo encontró allí la muerte el 27 de mayo. La capitulación de Dantzig se firmó el 24 de junio y Estanislao huyó, una vez más, para salvar su cabeza, pues los rusos exigían como precio por la paz que les fuera entregado.
De esta triste aventura, y de la corona perdida dos veces por Estanislao, queda sobre todo que la batalla de Dantzig en 1733 sería la primera confrontación militar —limitada ciertamente— entre tropas francesas y rusas. Francia atacó a Austria para vengar la afrenta sufrida en Polonia. Levantó contra el emperador a los electores de Colonia, Maguncia, Baviera y el Palatinado; sus tropas vencieron en Kehl, Phillipsburg, en el ducado de Parma y el reino de Nápoles. Austria llamó a Rusia en su ayuda, esta no se apresuró a responder. La paz de Viena, firmada en 1735, puso fin al conflicto, consagrando la victoria francesa. Austria había perdido Lorena y una parte de Italia. Como Rusia no había tomado parte en el conflicto, no firmó nada, pero las relaciones diplomáticas con Francia no fueron restauradas.
Francia había perdido la partida política en Polonia, pero había ganado la paz y humillado a Austria. Estará aún mas contenta por el frente oriental donde su aliado otomano estaba amenazado por las tropas de la coalición austro-rusa, que invadieron su territorio. Mientras que, a pesar de todos los obstáculos, las tropas rusas acumulaban allí los éxitos, recuperando Azov, su eterno objetivo, cruzando el Prut —la revancha de Pedro el Grande— e instalándose en Moldavia, los austriacos multiplicaban las derrotas. Agotados, pidieron la paz, y Rusia quedó sola frente al Imperio otomano. En este momento del papel de Francia fue notable, compensando en cierta manera los fracasos sufridos en el frente sueco. El marqués de Villeneuve, embajador en Constantinopla y diplomático de excepcional habilidad, se ocupó de movilizar a los otomanos y de provocar la discordia entre los aliados austriacos y rusos. Fue él quien animó a los austriacos, desmoralizados por sus fracasos sucesivos, a deponer las armas y a pedir la paz. Logró también debilitar a Rusia, empujando a los suecos a lanzar contra ella una operación de diversión, y favoreciendo un tratado entre la Puerta y Estocolmo. Paralizada por estas iniciativas, Rusia puso fin a los combates y concluyó una paz contraria a sus intereses. Esta fue la paz de Belgrado, firmada el 21 de septiembre de 1739. Paz muy humillante, pues Rusia entregó a los turcos Serbia y Valaquia; tuvo que renunciar a fortificar Azov y no tenía el derecho de mantener navíos mercantes en el mar Negro. El desastre había costado a Rusia cien mil muertos. Francia, por su parte, salía bien del asunto y hacía pagar cara su acción mediadora. Ganó ahí, sin embargo, el reconocimiento de Rusia. La emperatriz testimonió su gratitud a Villeneuve enviándole la prestigiosa cruz de San Andrés, acompañada de una importante gratificación financiera, que el marqués rechazó. Las conclusiones sacadas por Petersburgo de este episodio eran sorprendentes. El príncipe Kantemir, a quien la zarina acababa de confiar la embajada rusa en París, declaró que «Rusia era la única potencia que pudo equilibrar la de Francia».
Por su lado, el mariscal Münnich confió a un oficial francés, M. de Tott, llegado para controlar la evacuación de las tropas rusas de Moldavia, este mensaje para el cardenal Fleury: «Nunca me ha parecido bien que Rusia se aliase con el emperador. La razón es que el emperador estaba más expuesto que nosotros a tener guerra, pero nosotros estábamos más expuestos que él a tener las cargas. Además, el emperador siempre ha tratado a los aliados como vasallos. Los ingleses y holandeses son testigos que lo han probado y como buenos políticos se han retirado de esta alianza… Ahora es el tiempo de hacer revivir nuestra alianza con Francia».
Evocando el caso de Suecia, Münnich añadió: «Francia puede ser amiga de Suecia con nosotros, le aconsejaría sin embargo hacer más caso de nuestra alianza que de la de Suecia. En Suecia, no hace falta más que una pistola para parar las deliberaciones, mientras que el gobierno ruso es despótico, y es de esas clases de gobierno del que se puede esperar un gran socorro».
Rusia ha tomado entonces la medida de lo que implicaba la intervención francesa. Francia la había detenido en el camino de Constantinopla, dando un golpe terrible a sus ambiciones. Este golpe confirmaba las aprensiones expresadas por el príncipe Kantemir. Francia no aceptaba el aumento en potencia de Rusia, y se opondría cada vez que la ocasión se presentara.
Sin embargo, Rusia continuaba soñando en una alianza con este socio reticente. La zarina dio pruebas dirigiendo agradecimientos excepcionalmente calurosos al rey, y nombrando enseguida un representante en Francia. Una respuesta se imponía, el rey designó a su vez un representante en Rusia, este fue el marqués de La Chétardie, entonces ministro de Francia en Berlín donde acababa de pasar diez años.
Esta elección no era anodina, daba razón a Kantemir. Lo que deseaba Versalles no era un verdadero acercamiento, sino estar perfectamente informado del estado de Rusia y de sus proyectos. Al mismo tiempo que renueva los lazos diplomáticos con Petersburgo, Francia se acerca a los adversarios de Rusia, sus aliados de siempre. Firma un nuevo tratado de alianza