La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse
Rusia en su papel de mediadora. Pero la realidad era que las adquisiciones del Tratado de Nystad no se debían más que a los éxitos militares de Pedro el Grande, y él lo sabía. El Tratado de Ámsterdam en 1717 y sobre todo el de Nystad indicaba la potencia de Rusia y su lugar incontestable en el sistema político europeo.
Durante las grandiosas ceremonias organizadas en la capital rusa para festejar la victoria, Pedro el Grande mostró una atención particular al embajador de Francia. Había recibido a Campredon a su llegada a Cronstadt, le mantuvo a su lado durante toda la semana de las celebraciones, con sorpresa del diplomático francés. Pero, por halagadora que fuese, esta situación era también incómoda, porque Pedro el Grande no cesó de interrogar a su invitado. ¿Cuándo iba Francia a dar un contenido al tratado de comercio y amistad? ¿Qué continuidad se proponía dar a la propuesta de unión avanzada por el zar? En este capítulo, Pedro el Grande pudo constatar lo grandes que eran las reticencias francesas, el rumor le había explicado las razones. Dubois no quería oír hablar de una unión que hubiese molestado a Inglaterra. En cuanto a la familia real, estaba poco inclinada a desear acoger a una princesa de orígenes dudosos. Ciertamente, la princesa Isabel era hija del gran zar, pero también hija de una mujer de baja extracción y nacida de un matrimonio criticado. En ningún modo desanimado por estas reservas, Pedro el Grande imaginó otra unión dinástica ruso-francesa. Propuso que Isabel casara con otro príncipe de la casa de Francia —el duque de Chartres, hijo del regente— y que la pareja principesca fuese llevada por su mediación al trono de Polonia, lo que hubiese asegurado a Petersburgo y a Versalles el control definitivo de este difícil reino. La idea sedujo al regente que estaba apoyado por un partido pro ruso. Sin embargo, el plan chocó con un obstáculo práctico: el rey de Polonia, Augusto II, estaba vivo, parecía decidido a seguir viviendo, y Pedro el Grande no imaginaba eliminarlo por la fuerza. Sugirió que se celebrase el matrimonio sin esperar al momento en que el trono de Polonia estuviera vacante. Para Versalles, más valía esperar, la elección del duque debería preceder al matrimonio. Campredon defendía la tesis rusa, pero este proyecto tropezó finalmente con las objeciones de Inglaterra. Dubois retrasó la negociación, no respondiendo a los mensajes insistentes de Campredon antes de reconocer que, siendo Inglaterra contraria al proyecto, había que dejarlo esperar. El asunto se arrastró hasta 1723. Dubois y el regente murieron, y Luis XV subió al trono. El duque de Chartres acabó por casarse con una princesa alemana. En 1724, el duque de Borbón se convirtió en Primer ministro y Pedro el Grande, nunca corto de ideas, imaginó que podría ser el candidato tan buscado a la mano de Isabel y al trono de Polonia. Lo propuso al interesado, que invocó la existencia de una condición previa, la reconciliación ruso-inglesa. Esta se realizará después de la primera campaña de Pedro el Grande en el Cáucaso, en 1724. ¿No era la hora de tratar definitivamente con Francia? En un último esfuerzo, Pedro lo sugirió. Le respondieron que todo tratado firmado con Rusia debía incluir a Inglaterra. El zar no tuvo tiempo de reaccionar ante esta exigencia, pues murió en febrero de 1725. Lo que legó a su país fue considerable. La Moscovia se había convertido en el Imperio de Rusia, una de las principales potencias europeas. Pedro el Grande estableció el Imperio a orillas del Báltico. Pero fracasaría en dos ambiciones. Quería concluir una alianza con Francia y casar a sus hijas con príncipes de la casa real. El rechazo francés a considerar una tal alianza era particularmente penoso. La solución imaginada por Pedro el Grande, un rey de Polonia común a las dos dinastías hubiese tenido una doble ventaja. Habría consolidado la alianza ruso-francesa trasformando a un país aliado e instrumento de la política francesa en herramienta de una política común. Y la eterna cuestión de la sucesión polaca no volvería a ser ya la ocasión de un conflicto entre Francia y Rusia, sino la de una política concertada.
A la hora en que se acaba este reinado notable, la perspectiva de alianza con Francia parece condenada. ¿Cómo no constatar que Pedro el Grande nunca ahorró esfuerzos para lograrla y que frente a él la política francesa se caracterizó por una espera decepcionante, más aún por vejaciones? El título imperial que le concedió el Senado de acuerdo con el Santo Sínodo al día siguiente de la victoria de Poltava ilustra esta mala voluntad francesa. Ciertamente, este título fue difícilmente aceptado por los monarcas europeos, con excepción de los de Holanda y Prusia. Suecia se unió a ellos en 1723. El rey Jorge de Inglaterra se negó largo tiempo, y no lo reconoció hasta 1742, Francia esperó a 1745 y todavía este reconocimiento del título imperial ruso fue parcial. Una mezquindad que pesa sobre la relación de los dos países.
2.
Del sueño francés a los reinados alemanes
DESAPARECIDO PEDRO EL GRANDE, su mujer Catalina, la «Livonia de baja extracción», le sucedió como él había deseado. En 1718, Pedro el Grande había prescindido del sistema sucesorio que aseguraba la estabilidad del poder en Rusia, destituyendo a su hijo y heredero Alexis y designando como heredero al hijo de Catalina, Pedro, de dos años. Muerto este al año siguiente, el único heredero varón era el hijo de Alexis, llamado también Pedro, al que rechazaba el zar. Aunque ninguna mujer hubiera subido en al trono en Rusia, los pensamientos del soberano se volvieron entonces a Catalina. Él había suprimido por un ucase de febrero de 1722 las reglas tradicionales de sucesión en uso en Rusia —de padre a hijo, de hermano mayor a hermano menor—, en beneficio de una elección de heredero por parte del soberano. Esta elección se expresaba en el ucase de 19 de noviembre de 1723 anunciando su intención de coronar a Catalina que ya tenía, aunque fuese por mera cortesía, el título de emperatriz. La coronación tuvo lugar el 7 de mayo de 1724. A la hora en que desaparecía Pedro el Grande, una camarilla de favoritos declaró que Catalina debía ser proclamada emperatriz. El príncipe Dimitri Galitzin intentó oponerse, preservar el uso, y propuso que Catalina asegurase la regencia durante la minoría del hijo de Alexis, nieto del zar difunto. El Senado rechazó esta solución y llevó a Catalina, convertida en Catalina I, al trono.
Apenas entronizada, la emperatriz declaró que iba a proseguir la obra de Pedro el Grande, respetar sus decisiones y proyectos. Como la alianza con Francia figuraba en buen lugar entre las preocupaciones del emperador difunto, se hizo cargo y reunió un alto comité de ministros, que proclamó la urgencia de relanzarla. Sabiendo que la participación inglesa en la alianza había hecho fracasar el proyecto, la emperatriz declaró que ella la aceptaba de entrada; Campredon, siempre presente en la capital rusa, fue enseguida informado de estas disposiciones. Las circunstancias parecían favorecer una nueva negociación.
Por lo demás, se acababa de saber que el matrimonio de Luis XV con la infanta de España no iba por buen camino. Enseguida Catalina, fiel a los proyectos de su esposo difunto, implicó a Campredon en el matrimonio de Isabel. En el curso de las negociaciones anteriores, la parte francesa había objetado que un príncipe católico no podía casar con una cismática. Que no se preocupen por eso, arguyó la emperatriz, Isabel está dispuesta a convertirse a la fe romana. La candidatura de Isabel no levantaba apenas entusiasmo. Catalina concentró su atención en el trono de Polonia. Y tan inventiva como Pedro el Grande, sugirió una nueva combinación matrimonial. Esta vez, el duque de Borbón sería el candidato ruso-francés al trono de Polonia, con otra esposa, María Leszczyńska. Claro que la futura esposa no era rusa, pero Rusia llevaría a la pareja al trono. Y la candidatura del duque sería favorecida por el hecho de que el padre de María, Estanislao, había sido elegido rey de Polonia por voluntad de Carlos XII en 1705. Ciertamente, había abdicado, pero seguía siendo una especie de candidato permanente para este tan disputado trono. El apoyo ruso sería decisivo en la materia, y favorecería a un príncipe francés.
Catalina pidió a Campredon que convenciera a su gobierno del interés de esta propuesta que desembocaría en una gran alianza entre los dos países. Rusia proponía también poner al servicio de las ambiciones francesas sus fuerzas militares. El proyecto de Catalina preveía una negociación en dos etapas, primero la firma de un pacto bilateral, extendido a Inglaterra en un segundo momento.
Los acontecimientos parecían favorecer a Catalina I. Después del matrimonio roto, la devolución de la infanta indignó al rey de España, que mezcló a Francia e Inglaterra en una misma detestación. Y Carlos VI vino a alimentar la querella. Catalina lo aprovechó. ¿Por qué no buscaba Francia un apoyo del lado ruso? Para dar fuerza a este argumento, decidió tomar parte en la querella al lado de los adversarios de Francia, a fin de