Tóxicos invisibles. Ximo Guillem-Llobat
esta contradicción se dio y sobre ella reflexionaremos, pero ¿qué supuso realmente la formación de capataces fumigadores?
En agosto de 1911 el ingeniero valenciano Clemente Cerdá coordinó una serie de demostraciones con las que presentaba la fumigación cianhídrica a los agricultores. Este método de control de plagas se había introducido poco antes en la península ibérica y ya en aquel momento ingenieros como Antonio Maylin (1849-1916) plantearon la necesidad de establecer cursos de formación de capataces fumigadores para asegurar así el correcto desarrollo de dicha práctica (Guillem-Llobat, 2019). Un año más tarde, la recién creada Estación de Patología Vegetal de Burjassot organizó el primer curso de capataces fumigadores. Y al poco tiempo se estableció a nivel estatal que cada cuadrilla de fumigación debía incluir un capataz fumigador y que este debía disponer del título que durante muchos años solo pudo certificar el centro valenciano.
Aquel 1912 ya se publicó, para la primera edición de estos cursos, un manual que contenía, entre otras muchas cuestiones, toda una serie de exigencias para la correcta y segura aplicación de la fumigación con ácido cianhídrico (Maylin, 1912). En general, esta fumigación, comportaba el uso de grandes lonas con las que se cubría el árbol que debía ser fumigado y posteriormente la producción del cianhídrico en la dosis adecuada bajo la lona. En un primer momento, para generar dicho cianhídrico se hacía reaccionar agua, ácido sulfúrico y cianuro potásico en un recipiente denominado generador. Cuando estos reactivos se unían el operario debía dejar inmediatamente la tienda (nombre con el que se conocía la lona dispuesta sobre el árbol) para evitar la exposición al cianhídrico, que se generaba al instante.
Figura 2
Entoldado de olivos antes de su fumigación. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914).
Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X
Al iniciar la grabación del documental, en 1912, Navarro ya disponía del manual y, de hecho, elaboró aquel mismo año una memoria sobre nuevas aplicaciones de la fumigación cianhídrica que admitía partir de la experiencia valenciana en la fumigación de cítricos (Navarro, 1912; Navarro, 1924). La memoria de Navarro finalizaba con una sección de «Instrucciones para capataces fumigadores de olivos» elaborada por el ingeniero Antonio Quintanilla, agregado de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa, que venía a reproducir, e incluso a ampliar, las medidas de seguridad prescritas en el manual de la estación de Burjassot. Pero todo parece indicar que Navarro no siempre consideró oportuno seguir en su documental las indicaciones sobre seguridad que se incluyeron tanto en el manual como en aquellas instrucciones.
Así, por ejemplo, el manual recomendaba el uso de guantes de caucho al manejar el ácido sulfúrico y siempre que el operario tuviera algún tipo de herida en las manos también al manejar el cianuro potásico. Mientras que en las instrucciones de Antonio Quintanilla no solo quedaba recogida esta exigencia sino que se consideraba que el operario debería utilizar guantes de piel siempre que manipulara el cianuro. Y sin embargo el documental muestra en todo momento operarios que trabajan sin ninguna protección en las manos. Tanto el manual como las instrucciones, también advertían sobre la necesidad de evitar que el operario respirara los «polvillos que se desprenden al [remover los cianuros]» y evitar que pudieran caer al suelo. Pero el documental nos muestra a un operario que utiliza primero una especie de pequeña pala para pesar el cianuro en una báscula, pero que después retira con la mano parte del cianuro y la deja en un extremo de la mesa sin precaución alguna. La manera en que actúa no parece ser garantía de que no caiga parte al suelo y la exposición directa del operario es evidente.
Tampoco se observa que los operarios sigan la recomendación de lavarse las manos antes de fumar (de hecho, en la imagen con la que iniciábamos el capítulo se muestra un operario fumando en el transcurso de la operación). Mientras que otras cuestiones que ya se citan en el manual de 1912, pero ciertamente recibirán más atención en posteriores ediciones, como es el hecho que el viento puede hacer desaconsejable la práctica de la fumigación, tampoco parecen ser coherentes con lo que nos muestra el documental. Las instrucciones de Quintanilla, por su parte, ya planteaban, en este sentido, que se deberá «suspender los trabajos cuando haya un viento superior a una brisa suave y viento borrascoso o con lluvia». Sin embargo, llama la atención en el documental la presencia de un fuerte viento que levanta las lonas y que de estar fumigando implicaría peligrosas fugas del cianhídrico.
Todos estos elementos parecen indicar que no existe en el documental de Navarro un tratamiento adecuado de los riesgos asociados a estas fumigaciones. Tal y como indicábamos, esta cuestión no se trata de manera explícita en el documental y de hecho las actuaciones que muestra ni siquiera son coherentes con las medidas de seguridad ya exigidas en el principal manual para la formación de capataces fumigadores. ¿Qué puede explicar esta disfunción entre la peligrosidad atribuida al ácido cianhídrico en los manuales y en el documental de Navarro?
Podemos descartar que la toxicidad del cianhídrico generara debate en aquel momento. Antes apuntábamos a los relatos sobre la gran peligrosidad del cianhídrico que circulaban en la bibliografía médica. Es cierto, sin embargo, que el hecho de que el cianhídrico se hubiera consolidado como un potente veneno para suicidarse (Vingut, 1999) o que su uso en la fumigación sanitaria (de puertos, redes ferroviarias, y otros espacios) por parte de personal médico estuviera más contestado, precisamente en base a su peligrosidad, no suponía necesariamente que esta peligrosidad fuera asumida en todos los ámbitos profesionales y geográficos posibles. Nuestras investigaciones nos han mostrado en una y otra ocasión que las barreras geográficas, académicas y profesionales pueden resultar suficientemente impermeables como para permitir que convivan percepciones muy distintas de la toxicidad de una misma sustancia dependiendo del contexto (académico, profesional o geográfico) en que nos situemos (Bertomeu-Sánchez, Guillem-Llobat, 2016). Y ciertamente en la aplicación agrícola inicial de ácido cianhídrico hay muy pocas referencias explícitas a su toxicidad. Pero la fumigación agrícola con ácido cianhídrico no constituía una novedad sin precedentes en aquel momento. Ya se había desarrollado en California fundamentalmente desde de la década de 1890 para tratar de combatir plagas como la de la cochinilla acanalada o la de piojo rojo en cítricos (Romero, 2016).
Estas aplicaciones habían generado abundantes trabajos en el contexto norteamericano y, sin duda, estos inspiraron a su vez el desarrollo de las fumigaciones en el contexto ibérico. Este recorrido había permitido detectar una serie de riesgos que al menos pudieron inspirar las medidas que quedaron reflejadas en el manual de la Estación de Patología Vegetal de Burjassot. Y sin embargo, tal y como ya se ha indicado, el documental de Navarro no fue fiel a estas medidas.
¿Cómo podemos explicar esta invisibilización del riesgo? Una breve evaluación de la formación de Navarro y de su implicación en la divulgación nos permitirá profundizar en las causas y los mecanismos por los cuales se dio esta invisibilización que, de manera puntual o estructural, involuntaria o premeditada, contribuyó a la construcción de ignorancia sobre la peligrosidad de las fumigaciones cianhídricas.
Leandro Navarro: investigador y divulgador
Leandro Navarro Pérez nació en 1861 en Tarazona de Aragón y se formó en la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos, dependiente del entonces llamado Instituto Agrícola de Alfonso XII. En 1892 fue destinado a la Estación Enológica de Alicante y allí permaneció hasta que cuatro años más tarde pasó a ser profesor auxiliar de la asignatura de Patología Vegetal de la Escuela de Ingenieros Agrónomos. Ya en 1897 fue nombrado profesor de dicha asignatura y asumió en consecuencia la dirección de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa.
Su actividad docente, divulgadora e investigadora fue muy intensa durante toda su larga carrera profesional. Tanto es así que difícilmente se podría plantear que la falta de referencias a la toxicidad del tratamiento pudiera deberse a la deficiente conexión de Navarro con las últimas tendencias en el ámbito de la investigación. Todo parece indicar que dicho argumento no se sustentaría de ninguna de las formas. Navarro fue muy activo