Zen cotidiano. José Santos Nalda
entre otras, las siguientes tendencias:
– Superficialidad en ideas, creencias, juicios.
– Permisividad más allá de lo conveniente y lo razonable, en muchos aspectos, mientras que en otros se da una intolerancia radical.
– Sentido exagerado de la utilidad inmediata. (Lo que no produce un beneficio, un provecho o una ventaja al minuto siguiente, no in-teresa.)
– Atrofia de la capacidad crítica, sin una escala de valores definida y estable, y como consecuencia personas fácilmente manipulables por los medios de comunicación.
– Necesidad de consumir, de tener, de disfrutar de todo, ahora ya, y rechazo de todo lo que supone esfuerzo o sacrificio.
– Búsqueda del éxito, el poder, la riqueza el prestigio social sin importar demasiada los medios empleados en conseguirlo.
– Afán de seguridad creciente, de poseer y retener, desde las cosas más necesarias, a las más superfluas.
¿Para qué seguir enumerando otras actitudes negativas, cuando las descritas muestran claramente los falsos caminos que podemos tomar, y que sólo llevan al desarraigo con uno mismo y a la insatisfacción íntima de vivir?
COMPETIR EN UN MUNDO SIN FRONTERAS
Según la opinión de especialistas en diferentes áreas del mundo del trabajo, del estudio, de los servicios y de las relaciones sociales, el futuro inmediato se hará cada vez más competitivo en todos los órdenes y exigirá de las personas:
– Mayor capacidad de rendimiento y eficacia en su tarea.
– Formación permanente.
– Capacidad de adaptación a las continuas innovaciones.
– Visión de futuro, intuición y creatividad para descubrir nuevas soluciones a viejos o actuales problemas.
– Aptitud para relacionarse con empatía.
– Madurez psíquica y equilibrio emocional.
– Responsabilidad sobre las propias acciones.
– Visión global de las circunstancias para tomar decisiones acertadas.
Tantas exigencias representan una carga a soportar día tras día, que muchas veces alcanza el límite de lo que cada uno puede dar de sí.
¿Hasta dónde o hasta cuándo podrá resistir la persona esta tensión agobiante, si no la neutraliza y equilibra mediante una actitud íntima de serenidad y armonía?
Caminamos con rumbo equivocado cuando la educación de los niños, de los adolescentes y de los adultos está basada en los valores de la nación, la historia, la religión o las costumbres del entorno y del país, lo cual genera actitudes de unilateralidad, incomprensión hacia los otros, exclusividad, prejuicios, intolerancia, discriminación, privilegios absurdos, etc., y todo porque se ignora o se menosprecia la formación de la persona en su globalidad como ser humano total e integral.
Para vivir en armonía se precisa algo más que la formación científica, intelectual o tecnológica adquirida en el colegio, la universidad, la empresa o el taller. La persona necesita, sobre todo, encontrarse a sí misma como paso previo hacia su libertad interior, mediante la que podrá soslayar las innumerables ataduras con que las sociedades más avanzadas y liberales esclavizan a sus ciudadanos.
Pero… ¿acaso existe otro camino, otra forma de vivir que no tenga por únicos objetivos trabajar, poseer, dominar, consumir, disfrutar o sufrir?
Sí lo hay, y no solamente uno sino muchos, aunque en esencia, su estructura y finalidad son parecidas e incluso idénticas a veces.
Todos deberíamos saber que resulta más provechoso dirigir el curso de la propia vida, con equilibrio y acierto, si en la acción trepi-dante de cada día se intercalan períodos de reflexión o meditación acerca de la propia conducta, de los impulsos, deseos y proyectos, o simplemente empleando quince o veinte minutos de recogimiento en silencio, para hacer el vacío interior sin pensar en nada, permitiendo así que se produzca la unificación psicosomática. éste es el camino que, inspirado en la enseñanza Zen, le propongo al lector.
EL OTRO CAMINO
En el ámbito del Zen, todas las personas poseen una capacidad innata que les permite observarse a sí mismas y conocerse mejor, a condición de situarse en un estado de objetividad y desapego absoluto.
¿Cómo acceder a esa Vía? A través del Zazen, objeto de las páginas de este libro que se dirigen a todos los lectores sin distinción de sexo, edad, profesión, idea política o religiosa. Hacer asequible la práctica Zazen, un saber tan antiguo, no obedece al simple afán de ofrecer una novedad exótica –otro artículo de consumo–, sino que está de acuerdo con la intención de los maestros Zen de todos los tiempos, cuando enseñan que «el camino está bajo los pies de cada persona», y, por tanto, a ella le corresponde recorrerlo o no.
A este respecto creo oportuno recordar la anécdota del explorador de un territorio y un río salvaje.
Después de unos meses de azorosas aventuras y descubrimientos regresa a su casa con los suyos, y todos le preguntan llenos de curiosidad qué es lo que ha visto, qué peligros le han acechado y qué nuevas rutas, plantas o animales ha descubierto.
Los vecinos, los amigos y todos los que le conocen solicitan insistentemente explicaciones cada vez más minuciosas. El explorador, consciente de que no puede expresar sus vivencias con pala-bras, les recomienda: «si queréis conocer de verdad esa tierra y ese río, es mejor que vayáis allí y sigáis vuestro propio recorrido».
Entonces le ruegan que les indique la ruta a seguir, y nuestro hombre accede, trazando un dibujo muy detallado de la zona y el río salvaje.
Cada uno de ellos se hizo inmediatamente una copia de ese mapa, y si bien lo estudiaron sobre el papel hasta saciar su curiosidad, ninguno se decidió a viajar a ese territorio y a vivir la experiencia. Pero, al poco tiempo, cuando se reunían todos hablaban del río salvaje como si de verdad lo hubieran recorrido.
Leer un libro o ver un reportaje de vídeo y creer que ya se sabe todo acerca de aquello que se siente curiosidad en descubrir equivale a engañarse, lo mismo que se engañaron los amigos del explorador, porque sin la vivencia directa y personal, ¿qué clase de conocimiento se puede adquirir?
La práctica de la meditación Zen pertenece al ámbito de la experiencia directa y es del todo compatible con la vida ordinaria de cada persona, pues no consiste en hacer cosas o ritos extraños, ni hace falta hacerse monje, ni vestir al estilo japonés, ni apegarse a costumbres de otras culturas, etc., sino que basta con vivir de modo natural cada instante del día o de la noche.
En la antigüedad un discípulo le preguntó al maestro:
– Maestro, ¿qué es el Zen?– Cuando tengo hambre como, cuando tengo sueñoduermo –respondió el maestro.
Hacer un hueco para el Zazen en el quehacer cotidiano sólo requiere voluntad para encontrarse consigo mismo y un cojín (Zafú) o banqueta sobre la que reposar sentado, durante veinte minutos, respirando tranquilamente, sin pensar en nada. ¿Sin pensar en nada? Así es, amigo lector, y en los capítulos siguientes te explicaré cómo puedes llegar a conseguirlo.
Los maestros recomiendan dedicar todos los días este tiempo al Zazen, aunque al principio puede bastar la práctica en días alternos y, poco a poco, si hay constancia y regularidad, irá aflorando el «maestro interior» que te ayudará a: