Periféricos. Antonio José Royuela García
consiguió que le expulsaran seis veces a lo largo de los cuatro años de la ESO. Los altercados con sus compañeros fueron la causa principal de dichas expulsiones; no obstante, consiguió graduarse.
—Cuando en el corazón te anida la sensación de que los que te rodean sienten desprecio hacia ti, tu vulnerabilidad tiende a solucionar violentamente cualquier asunto y se convierte en la herramienta principal de tus relaciones sociales e incluso emocionales —interrumpí con voluntad didáctica.
Hizo un silencioso gesto de asentimiento y siguió su narración:
—Con diecisiete años, empezó a salir con Adira Kintawi, un año menor que él. Adira era a Abdel lo que el día a la noche. Ella, trabajadora y responsable; él, bastante vago e insensato, queriendo hacerlo todo con la ley del mínimo esfuerzo. Ella, apacible y equilibrada; él, iracundo e inestable. Adira, madura y comprometida con el bien común; Abdel, alocado en todas sus acometidas.
—El amor, al igual que la teología, es un guirigay difícil de descifrar, ¿no crees? —volví a interrumpir, sorprendido por lo que escuchaba.
—Ambos poseen un lenguaje propio que les permite arder sin consumirse nunca.
—¡Qué relación tan asimétrica! Continúa —manifesté sin entender bien qué pretendía decirme.
Para Abdel, Adira simbolizaba parte del éxito de toda una vida. La chica brillante que cumplía con todos los preceptos. Aunque educada en Occidente, al ser musulmana aceptaría su papel sumiso con respecto a él.
Para Adira, Abdel era el chico al que todo el mundo menospreciaba. Un buen estudiante de matemáticas que intentaba integrarse sin conseguirlo. Ella creía que toda la culpa era de la sociedad, que no le daba las mismas oportunidades que a otros chicos. Lo cierto es que ambos veían en el otro a la persona con quien condimentar su mundo incompleto.
Abdel paseaba por las calles y los jardines cerca del instituto y, más tarde, por la facultad orgulloso de Adira. Ella se sentía satisfecha de su relación. A veces, experimentó celos. Él resultaba bastante atractivo. Alto y de complexión atlética, con frente ancha y fruncida de tanto odio acumulado. Cejas pobladas, ojos grandes y oscuros con una gran viveza de mirada. Nariz ancha y tez moruna, pero con el brillo que le aportaba la juventud.
Al terminar ambos la ESO, Adira continuó con el Bachillerato y Abdel pasó a realizar un ciclo formativo de grado medio en la especialidad de Explotación de Sistemas Informáticos, que no fue capaz de terminar.
Al escucharlo hablar sobre Adira, tuve la sensación de que la realidad, aunque fuera pasada, se convertía en un rompecabezas de difícil solución.
Adira también fue alumna mía en el mismo curso que Abdel. Jamás hubiese imaginado una relación sentimental como la que acababa de narrarme. Pero como el mundo imaginativo es un lugar tangible de lo imposible, ahí estaba el amor para confirmar lo perverso de un juego en el que dos juegan a hacerse daño.
—Sigo sin entender el nexo común entre Teo y Abdel. La participación de Adira en la historia es algo secundario sin mucha importancia. Al menos, esa es la sensación que tengo —dejé caer con un gesto de incredulidad.
—Lo sé, no te preocupes. Es una historia aún por cerrarse, pero te aseguro que la vamos a disfrutar y que Adira goza de mayor relevancia de la que le otorgas.
La coletilla de «te aseguro que la vamos a disfrutar» me sonó a peligro. Soy de los que piensan que la amenaza no está disuelta en el aire, sino que es una brisa con vida propia que no deja de soplar.
En ese momento, estaba obsesionado por saber a qué venía su interés sobre Teo, Abdel y, ahora también, Adira.
Terminados los cafés, propuse tomar una copa y seguir charlando.
Uno no debe atormentarse intentando descifrar códigos que quedan fuera de su alcance, pero no dejaba de imaginar posibles o inviables combinaciones. Generalmente, la buena suerte de unos se transforma en la mala de otros. ¿Le ocurriría algo similar a la pareja de Adira y Abdel en contraposición a Teo?
El bar se había ido llenando de chicos y chicas con ganas de pasar un rato agradable al calor de la música y de las historias que a cada uno le toca vivir. En la calle, la temperatura debía de oscilar en torno a los cuarenta grados, toda una invitación para no querer salir de la atmósfera creada en un local bien refrigerado como aquel.
Estábamos a punto de reiniciar la trama, cuando le sonó el móvil a Rafa.
—Disculpa.
Callé y le hice el gesto del pulgar hacia arriba, indicándole que no se preocupara. Disfruté mirando a mi alrededor e imaginando las posibles aventuras en las vidas de los desconocidos. Me hallaba imbuido en uno de esos episodios cuando escuché a Rafa:
—Te parecerá rocambolesco, pero lo que te cuento es consecuencia de varias investigaciones que lleva a cabo el Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
Todo me parecía surrealista, pero a medida que iba suministrándome la información, más interés tenía por conocer a fondo aquel secreto que con tanto esmero guardaba.
—¿Del CNI? ¿Desde cuándo trabajas como espía? —pregunté irónicamente.—Aunque te parezca mentira, así es. Soy la nueva Mata Hari en hombre.
Ambos sonreímos.
Tras escucharle nombrar al CNI, dejé por completo de elucubrar acerca del porqué de toda aquella conversación. El impacto fue tan grande que me dejó sin aliento.
—No me digas que estás colaborando con el CNI, que todo lo que hemos hablado guarda correlación con las investigaciones que acabas de nombrar.
—No puedes estar más en lo cierto, querido Watson.
Hacía meses que un agente del CNI le pidió colaborar en las pesquisas de diferentes tramas. Redes internacionales de delincuencia, redes de captación y adoctrinamiento del fundamentalismo yihadista, redes de crimen organizado… Ahora sí que no entendía nada. Antiguos alumnos enrolados en actividades delictivas y de extremismos religiosos. Adira, ¿integrante o víctima de esas tramas? Rafa, convertido en Leonardo DiCaprio en la película Infiltrados, de Martin Scorsese. Mejor no estudiar todo aquel tropel de información y dejar que siguiera explicándomelo.
—El agente del que te hablo trabaja en una de las unidades de investigación y obtención de información como apoyo a la inteligencia y la seguridad dentro del servicio secreto español. Es un agente de campo. Investiga a pie de calle para pasar la información a los analistas que elaboran los distintos tipos de informes: secretos, reservados, confidenciales o de difusión limitada para los presidentes de Gobierno, los ministros, los cuerpos de seguridad del Estado y, en ocasiones, para el presidente del partido mayoritario en la oposición.
—¡Joder! —exclamé— ¡Menuda bomba te traes entre manos!
Estaba impaciente por empezar a disfrutar de las vacaciones veraniegas con dos objetivos prioritarios: playa y libros. Pero el destino parecía no querer colaborar con mis metas. Me describía un mundo desconocido e inquietante que no tardaría en descubrir en mis propias carnes.
—¿Quieres que te cuente cómo se inició todo o lo dejamos para otro día?
—Debes de estar loco. Creo que no me conoces lo suficiente si pones en duda mi interés —aduje, con las órbitas de los ojos a punto de explotar.
Se puso serio. Me obligó a prometerle que no revelaría nunca la identidad del agente secreto ni hablaría con nadie de los detalles que llegase a conocer de los investigados. No cumplir la promesa podría acarrearme más problemas de los que imaginaba.
—Me conoces bien —alegué en mi defensa al percibir el sentido común de lo que me pedía.
Me hizo un gesto para que acercara