Periféricos. Antonio José Royuela García

Periféricos - Antonio José Royuela García


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humano —aclaró Rafa.

      Los universitarios son un campo fértil para sembrar todo tipo de drogas. La osadía de su juventud les permite llegar a territorios imposibles para otros.

      Realizada la entrega, decidió quedarse y disfrutar del ambiente festivo con todos esos jóvenes presuntuosos y atrevidos. Con Juan Carlos de cicerone, Teo no tardó en entablar conversación con algunos de sus conocidos.

      Juan Carlos era un joven alto y atractivo, con la frente ancha debido a unas entradas pronunciadas, un tono de voz cálido, mucho ingenio y gran rapidez de respuesta, lo que le permitía granjearse la amistad del respetable con facilidad.

      A Teo le fascinaba la manera en la que se comunicaban los chicos, el pánico al compromiso con las chicas y la capacidad de beber ingentes cantidades de alcohol. El sexo era lo que menos le atraía. Tenía todo al que podía corresponder. Le entusiasmaba la idea de seducir a alguien que no fuese prostituta. Su hambre no era de carne, sino de sensibilidad y compañía.

      Juan Carlos repartió parte de la entrega entre el colectivo ansioso por alargar la fiesta. Teo bebía un gin-tonic cuando se fijó en una chica esbelta, de cuello largo cubierto por un cabello oscuro y ondulado, grandes ojos de color aceituna, finos y largos dedos con uñas recortadas, cintura estrecha y nalgas respingonas. Le hizo una señal a Juan Carlos para que se acercase y le preguntó:

      —¿Conoces a la chica del vestido verde de tirantes?

      —No te lo va a poner fácil. Además, es muy joven —contestó Juan Carlos, una vez que vio quién era.

      —Es lo que pretendo. Lo sencillo no me excita.

      —Como quieras. Ven y te la presento. No quiero quejas de ningún tipo —añadió intuyendo que los mundos poéticos de ambos habitaban en universos opuestos.

      Se acercaron y Juan Carlos le presentó a Adira Kintawi.

      —¡No me lo puedo creer! —exclamé.

      Lo último que podía imaginar era una relación entre Teo y Adira. Empezaba a vislumbrar la luz al final del túnel. Una luz que se me hacía rocambolesca. Si la relación de Adira con Abdel me pareció difícil, con Teo imaginé que era imposible. Pero la experiencia me ha hecho comprender que las relaciones son un tipo de juego sin reglas. Mejor no opinar. El encuentro en la fiesta universitaria incrementó sus ganas de relacionarse. Teo posee el atractivo macarra por el que se sienten atraídas muchas mujeres a una edad en la que todavía no hacen planes de futuro.

      Mide alrededor de un metro ochenta centímetros. Fuerte, con el músculo dorsal muy desarrollado y hombros voluminosos; manos trabajadas y grandes como palas; rubio, de pelo rizado, cara alargada y tez clara; con voz grave, de las que intimidan sin necesidad de esforzarse. Lo que podríamos llamar un tipo duro con cierto hechizo varonil. Poco instruido en cualquier ámbito que no sea la ley de la calle, nervioso, impulsivo y con una inclinación pasmosa hacia la violencia.

      La seguridad de Teo en sí mismo tiene su origen en la combinación de arrogancia y la incomprensión de por qué el mundo que le rodea tiene ese formato. Un hombre a prueba de balas convencido de poseer una belleza de galán de cine.

      Sin dejar de mirar a Rafa y escucharle con atención, puse la parte creativa de mi cerebro a imaginar a Adira y a Teo corretear cogidos de las manos por un campo de amapolas. Un segundo después, la imagen se hizo añicos.

      —¿Te pasa algo? —inquirió Rafa.

      —No, nada. ¿Por qué lo preguntas?

      —Durante unos segundos, te he visto con la mirada perdida y me ha dado la sensación de que te estabas poniendo algo pálido.

      —No te preocupes, prosigue.

      Después del bombazo que podía suponer la relación entre Teo y Adira, pocas cosas iban a sorprenderme; al menos, eso pensé de nuevo. En ese primer encuentro, Adira percibió el ego arraigado de una persona que sin duda había sufrido mucho a lo largo de su vida. Alguien con una firme resistencia al cambio, por mucho que deseara alcanzar la meta propuesta. Un alma parecida a la que poseía el que todavía era su pareja. Pero, a diferencia de Abdel, Teo se mostraba triunfador en los campos de batalla que propone la vida. De un tiempo a esa parte, empezaba a ganar bastante dinero, disfrutaba de una excelente salud, se había granjeado la estima de su entorno cercano y gozaba de una cantidad de sexo que para muchos hombres resulta inalcanzable.

      La combinación entre el pozo oscuro detectado en el alma de Teo y el atractivo del macarra chulo y hortera sedujo en cierta medida a Adira. El tono de voz melódico, la cadencia de palabras de quien se siente segura desde su atalaya de sinceridad y la belleza de Adira dejaron al descubierto las debilidades de Teo, que cayó rendido en un amor de intensidad parecida al que hubo en los tiempos del cólera. La diferencia de edad (Adira veinte, Teo veintiocho) no supuso obstáculo alguno para ambos.

      Adira decidió poner fin a la relación con Abdel para dejarse llevar a una travesía de rumbo enigmático. No le fue nada fácil. Quería a Abdel, a pesar de que su amor estaba abocado al destino de los amores contrariados.

      Abdel enloqueció al ser rechazado. La ruptura ejerció un efecto descomunal en su radicalización y odio hacia la cultura occidental. Kadar Adsuar terminó de tender su red y Abdel se sumergió en el oscuro mundo de las huríes de grandes y brillantes ojos negros en el paraíso.

      —Voy a salir de nuevo a fumar. A ver si asimilo lo que me acabas de descubrir.

      —Te acompaño.

      En ese momento, los dos giramos el cuello como si se tratara de un faro de mar para observar minuciosamente a una chica que se dirigía a la mesa en la que le esperaba un chico. La muchacha, de unos veintipocos años, revelaba más potencial que Cleopatra y no le importaba dejarlo entrever. Al sentarse, nos vimos en la obligación de dejar de mirarla. Los dos le dimos un trago a la copa y suspiramos como dos viejos verdes.

      —Intuyo que estás interesado. ¿Te animas a participar?

      —No vislumbro con claridad cuál sería el rol que tendría que desarrollar.

      —Tranquilo, es lo único que me falta por contarte.

      Atónito pero sereno. Así me encontraba. El maremoto en ese momento era la chica que nos había hecho suspirar con anterioridad. No podía dejar de mirarla, aunque fuese de soslayo. Desde mi posición, observaba con intensidad sus pechos grandes y firmes. Permanecían quietos, como en un espacio ingrávido, provocando un deseo que la muchacha no podía esconder. Una palmada de Rafa me sacó del estado absorto en el que me encontraba. Le di un nuevo trago a mi cubata y dije:

      —Es en lo único que pienso desde mi ruptura con Elo. Para qué te voy a engañar.

      —Estás peor que yo, y eso es mucho decir.

      Mientras nos reíamos, sonó su teléfono. Era una antigua compañera con la que mantenía una relación parecida a la del perro del hortelano. Le recordó que a las nueve debería recogerla. La chica que tanta atención nos acaparó se marchó de la mano de su acompañante.

      —Qué lejos estaba mi intuición sobre cómo había transcurrido el tiempo para Abdel.

      —No te podrías ganar la vida como vidente.

      Siempre supe que sería de los chicos que transitarían a ambos lados de la línea que separa el bien del mal. Lo que nunca imaginé que pudiera pasar tan deprisa es que su odio le llevara por el lado negro de manera tan marcada. Adelantándome a lo que venía a continuación, pregunté:

      —Entonces, ¿Teo y Adira están enrollados?

      —Blanco y en botella.

      Se quedó dubitativo. Era tanto lo detallado que reflexionó acerca de lo que pudiera haber olvidado. Le dio un nuevo trago a la copa, que ya estaba bastante aguada. El tiempo se le echaba encima. El local se había ido llenando de gente que se agolpaba alrededor de la barra a la espera de que los veladores quedaran libres.


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