Periféricos. Antonio José Royuela García
regresar se sentó, miró de reojo a la gente impaciente por ocupar una de las mesas y, sin mediar palabra, me contó el plan urdido por Teo para que Adira no se enterase de sus ocupaciones «profesionales».
La protección de personas fue el oficio que Teo ideó para que Adira no supiese la verdad. Salvaguardar la vida de todo aquel que le contrataba reunía las condiciones para que ella, al menos durante un tiempo, no se diese cuenta del energúmeno con el que había empezado a salir. Un guardaespaldas tiene licencia para llevar armas de fuego, puede desaparecer durante cierto tiempo en la realización de su labor y necesita de un espacio diario para poder mantenerse en forma. Adira veía algo raro en todo ello, pero la esencia engañosa del enamoramiento ya había arraigado en su alma. A esa edad, el duende de la fantasía es un demonio que se adueña con facilidad del corazón.
Teo le dejó bien claro a Juan Carlos que Adira no debería enterarse de la relación laboral que les unía. Ambos decidieron que lo mejor sería hacer las entregas fuera del espacio universitario.
Adira dedicaba mucho tiempo a los estudios. Tanta dedicación solo les permitía verse una o dos veces a la semana y el fin de semana que no tenía que estudiar o que Teo podía escaparse de sus cometidos. Ambos intentaban ofrecer lo mejor de ellos mismos. Él carecía del poder de la palabra; sin embargo, disfrutaba de una habilidad inusual para contar chistes y podría ganarse la vida como mimo. Era un tipo que hacía reír con facilidad.
—Un buen sentido del humor es la mitad del ejército que un hombre necesita para derribar las defensas de una mujer, ¿no crees?
—Considero más importante la capacidad para transmitir pasión en la intimidad.
No contestaba al interrogante que me sugirió su relato, pero quizás estuviese en lo cierto.
Era también un tipo generoso con Adira. La invitaba a cenar con frecuencia. Aceptaba ir al teatro, a ver películas de cine que nunca antes hubiera imaginado, incluso leerse un libro.
Ella rebajó sus expectativas culturales. Gozaba de las aventuras que le contaba y suavizó su reticencia a todo lo que llegaba del orbe futbolístico. Suspiraba como nunca cada vez que Teo la besaba o acariciaba. Descubrió que el sexo es un regalo de los dioses y creyó que una sensación de tal magnitud tenía que ser proporcional en ambos practicantes.
—Besar bien, acariciar adecuadamente y practicar el sexo con sabiduría le añade un veinticinco por ciento a esa mitad del ejército necesario para derribar todas las defensas de una mujer. ¿No dirás que no? —insistí, en el intento de hacer el retrato robot de un galán.
—Todas las relaciones requieren historia.
Volvía a dejarme desconcertado. En ocasiones, Rafa tiene la enigmática costumbre de soltar lo que pasa por su pensamiento en ese momento, tenga o no relación con lo que acaba de decir el otro interlocutor. En cualquier caso, Teo disponía de tres de las cuatro partes necesarias para seducir y mantener la relación con una chica exigente, pero sin experiencia, como Adira.
Me costaba trabajo salir del asombro permanente en el que estaba. La información de carácter intimista resulta sorprendente, incluso para los mejores servicios secretos del mundo. ¿De dónde podría estar extrayendo todos esos datos? Le interrumpí por enésima vez y le demandé las fuentes de tan valiosas indagaciones.
—El CNI tiene más soplones de los que te imaginas —replicó con la suficiencia del que posee el poder de la información—. Ahora no tiene importancia, pero he dejado curiosidades entre Abdel y Adira sin contarte para no desorientarte más de lo que puedas estar ya —añadió como el que no quiere la cosa.
Mi relación con Rafa es de esas que hoy día se pueden denominar inusuales; el paso del tiempo no la destruye, sino que la potencia. Nos quedaba menos de un cuarto de copa cuando, aprovechando mi interrupción, detuvo su relato y dijo:
—Ya solo te queda saber hasta qué punto estoy implicado y cómo podrías involucrarte tú.
Era una sensación confusa. Me apasionaba todo lo que había escuchado. La vida al descubierto de personas con las que, en algún momento de mi vida, había estado vinculado. No me importaba el riesgo, o por lo menos no era consciente en esos momentos de calibrar el alcance de una respuesta positiva, aunque esta aún no la había ratificado.
—Cuéntamelo antes de que nos echen por bajo consumo. Se me está haciendo tarde —expuse a modo de disculpa, aunque sabía que él tenía una cita.
—Como estamos en la fase inicial, tardaré poco en explicártelo. No olvides que tienes que mantenerlo en el más absoluto de los secretos.
Asentí con la cabeza.
—Continúa.
—Nuestra misión consiste en obtener la mayor cantidad posible de información de todo cuanto emprendan Abdel, Teo y todos los integrantes de su entorno. Para ello, disponemos de nuestra pericia y de todo el apoyo necesario que pueda brindarnos el CNI a través de Luis.
Rafa había estudiado la situación. Conocía la enorme cantidad de tiempo libre del que disponía Abdel. Junto a Luis ideó un plan de acercamiento donde Abdel no sospechara las verdaderas intenciones. En connivencia con el instituto en el que trabajaba, consiguieron matricularle en un ciclo formativo de grado medio. Volver a ser su profesor era el escenario natural donde ganarse su confianza e indagar en sus actividades, a pesar del recelo que siempre mostraba Abdel.
—Entiendo la situación —repliqué de forma que pareciera real. No sé si lo conseguí.
—Tú tienes la ventaja de conocer a Abdel y a Adira como alumnos y a Teo como amigo y compañero del fútbol. No tendrías ninguna dificultad en granjearte su confianza. Solo hay que urdir con sigilo un plan de aproximación.
—Hablamos de individuos peligrosos y de organizaciones criminales. Se corre un alto riesgo y no veo los beneficios por ningún lado —expuse con un semblante serio.
Conforme iba adentrándome en el inframundo, las convicciones que creía firmes se tambaleaban.
—No es cuantiosa, pero hay una gratificación para los colaboradores del CNI —aclaró Rafa guiñándome un ojo—. Ahora la pelota está en tu tejado.
—Entonces, la idea es trazar un plan similar al tuyo para obtener información.
—Así es, querido amigo.
Dicen que nuestras carencias son también la razón de nuestro carácter. Es probable. Lo cierto es que, a medida que me adentraba en la intimidad de personas que no me eran ajenas, la excitación y el deseo por conocerlas aún más aumentaban de manera significativa.
—No lo sé. El dinero no sería el aliciente principal. Las emociones serán las que me llevarán a aceptar, o no, la propuesta de convertirme en un infiltrado —dije a modo de conclusión.
—Infiltrado no. Periférico.
Apuramos el último sorbo a la copa ya aguada, pagamos y nos despedimos con el compromiso de vernos en dos días y tener resuelta la papeleta.
No era tarde. Aún no había visto a ninguna de mis hermanas, pero estaba cansado y preferí dejar la visita para el día siguiente. Regresé a casa pensando en los grandes beneficios que rinden la manipulación de la información y la explotación de las mujeres. También en cómo el dolor y la muerte de unos son la dicha y la supervivencia de otros. Era como un taxista ensimismado en la diversidad de historias que oye durante su jornada laboral y que, al terminarla, intenta ponerlas en orden.
La novela de mi amigo me atrapó desde la primera hoja. Unas ganas enormes de continuar con su lectura me inhibieron las ganas de cenar. Antes de empezar a leer, una precaria alianza entre el cansancio, la imaginación y el recuerdo me hizo creer que la chica del bar del día anterior estaba esperándome en la cama.
7
Desde la primera llamada de Rafa, cuando