Periféricos. Antonio José Royuela García

Periféricos - Antonio José Royuela García


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vez que te veo, papito —me dijo al tiempo que ponía su mano en mi entrepierna.

      Sentí una especie de escalofrío y noté cómo mi miembro iba cogiendo turgencia. El sexo humano no es más que una febril negociación comercial entre dos criaturas de familia distinta.

      —Sí, pero si llego a saber que tú estás aquí hubiese venido antes —dejé caer en un alarde de casanova bobo.

      Era una de las chicas que menos me atraía del lugar, pero el ingenio de mi ego estaba dispuesto a tenderme una trampa tras otra. En el único sitio del universo donde no hace falta ser locuaz para atraer a una chica, estaba yo con mi verborrea cándida en un alarde de ingenuidad. A mamita, curtida en esas lindes, no le costó trabajo alguno mantenerse a mi lado y sacar todo aquello que iba buscando. Tomamos dos cubatas cada uno, nos metimos mano y nos contamos historias de las que provocan insomnio. No supe negarme a su insistente persuasión, a pesar de que pronto me di cuenta de que no podía ser la chica que andaba buscando. Subimos a la segunda planta como unos recién casados que llevan treinta años de novios, con la fantasía que genera la situación y con el convencimiento de que parte del deseo se ha quedado en el recorrido. Lo pasé muy bien. Cuando Dulce, propicio nombre para una cubana, se puso a la faena y desplegó todos sus encantos, demostró una gran profesionalidad. Entre las bebidas y el amor corsario me gasté cien euros que no sirvieron para la cruzada emprendida.

      9

      Tendría que esperar un tiempo antes de regresar al Romeo y Julieta para no levantar sospechas. Tenía intacto el ímpetu, a pesar de mi pequeña derrota. Con el tiempo he aprendido a mantener las ilusiones por mucha desesperanza que crezca a mi lado. Tocaba trazar el plan de acercamiento a Teo a través de la pandilla de amigos. Ahí todo sería diferente. Me conocían y estimaban. No habría problemas, al menos en la fase inicial de aproximación.

      La explosión de la burbuja inmobiliaria y la ruina del sector joyero en Córdoba dejaron un panorama desolador entre los antiguos camaradas de la plazuela Cañero. El paro continuado de las personas provoca la sensación de haber entrado por la puerta equivocada y salir por otra donde te regalan un collar de tristeza. En esas situaciones, no hay nada como reunirse entre amigos para paliar sus efectos.

      A pesar de la calima que al mediodía golpea con dureza la ciudad en esas fechas, solían reunirse en algún banco de la plaza, bajo el refugio que da la sombra de las palmeras. De mi casa al lugar de las reuniones hay dos minutos andando. Conforme me acercaba, pude ver con más claridad a alguno de los miembros allí presentes.

      —Buenas tardes, chicos. No sé cómo no os derretís —saludé al grupo.

      —¡Joder, cuánto tiempo sin saber de ti! Te vendes caro, colega —expuso mi amigo José Luis, al tiempo que se levantaba para darme un abrazo.

      —¿Sigues por Málaga? —preguntó el Canijo, apodo de otro de los viejos camaradas.

      —Pídete unas birras para tus compañeros de equipo —me espetó Lorenzo, hermano de Teo y uno de los capitanes del equipo de fútbol siete.

      —Pero si del equipo solo estás tú, canalla —le contesté.

      —Así te saldrá barato, profe —replicó, al tiempo que sonreía para toda la comunidad allí reunida.

      Había nuevos miembros en el clan a los que no conocía. Eran más jóvenes y descarados. Dirigiéndome a ellos, pregunté:

      —¿Alguien quiere beber algo?

      —Una birra —dijo Lorenzo.

      —¡Otra, si puede ser! —exclamó uno de los jóvenes atrevidos que veía por primera vez.

      Con un guiño y un gesto de asentimiento con la cabeza, giré y me dirigí al bar. Pasé un rato agradable. Charlamos con ira de la corrupción política reinante, para todos causa principal de la trágica situación que atravesaba el país y, en particular, de la de muchos de ellos. No dejamos títere con cabeza. A Lorenzo le hice saber que contara conmigo para el campeonato que unos días más tarde iban a jugar. Sin necesidad de preguntarle, él mismo me informó sobre Teo. Dejó entrever algún trapicheo oscuro. Le resultaba rara la cantidad de pasta manejada por su hermano para ser el simple encargado de un night club. Suponía que su novia marroquí desconocía quién era en realidad la persona de la que se había enamorado. Su lesión de rodilla le impedía jugar al fútbol, pero en ocasiones se acercaba a verlos y recordar viejos tiempos. En definitiva, nada que no supiese. Pero el paso estaba dado. Era cuestión de tiempo. Lo vería en alguno de los partidos del campeonato o en alguna de las asambleas que se montan alrededor de la plaza, como en la película Los lunes al sol.

      Durante esa semana me dejé ver por las reuniones con la intención de seguir indagando sobre Teo y con la esperanza de que un día se presentara allí. No hubo suerte. No obstante, constaté que el sentir general del grupo sobre él era que se había adentrado en un terreno de minas, sin posibilidad de dar marcha atrás y esquivarlas.

      10

      El sueño se me fue estabilizando a lo largo de esos días. La lectura prolongada en los tiempos de duermevela me ayudó a conseguirlo. Tomé la estrategia de pensar que todo tenía un porqué. No había nada que temer. Aprovechar las ventajas que ofrecía la excitante y nueva experiencia era lo más sensato.

      La memoria dejó de manipularme los sueños por la noche y pude olvidarme de los episodios de narcolepsia diurnos.

      Una de esas lecturas fue otro informe que Luis nos envió para conocer con más detalle parte del funcionamiento del entramado que Kadar Adsuar tenía establecido. También contenía información acerca de otros protagonistas cercanos a Abdel. Se trataba de la descripción de un robo cometido tiempo atrás.

      La documentación, más que sorprenderme, incrementó aún más mi interés. En líneas generales, reflejaba lo siguiente:

      En la primera fase de acondicionamiento, en esa en la que los aspirantes a muyahidines costeaban su preparación a través de robos, timos o cualquier otra variante para estafar dinero, Abdel conoció a Faysal Rasi y a Ezequiel Chadid. Los tres, en estrecha colaboración, cometieron diversos robos organizados por Kadar Adsuar. Este disfrutaba de una tupida red de colaboradores que le proporcionaban información sobre posibles objetivos. Él los seleccionaba, trazaba con precisión de cirujano hasta el más mínimo detalle y establecía las condiciones del reparto del botín.

      Hacía más de un año del primer saqueo con constancia de la participación de Abdel. Fue en una joyería de Torremolinos.

      —¡No me jodas! —exclamé para mis adentros.

      Muy cerca de donde vivo, durante el curso escolar anterior hubo un saqueo muy sonado a una joyería. Para mi sorpresa, Abdel y dos compinches nuevos que entraban en escena fueron los responsables del mismo.

      Recibí la caricia de una brisa de cierta culpabilidad. La tristeza secreta que los profesores sobrellevamos cuando observamos cómo se despeña un alumno me embargó. No obstante, encontré consuelo al recordar el mandato del samurái: «No existe deshonor en la espada, sino en la mano que la empuña».

      Kadar poseía la información necesaria y precisa para acometer el atraco. Abdel, Faysal y Ezequiel tuvieron que desplazarse desde Córdoba hasta un descampado cerca del centro comercial Plaza Mayor, situado entre Málaga y Torremolinos. Una vez allí, cambiaron de automóvil. Su jefe y guía espiritual les había preparado un coche robado para ejecutar el plan, quemarlo al terminar y huir con el que llegaron a las inmediaciones del centro comercial. De esta forma, destruirían todas las pruebas y evitarían ser interceptados en posibles controles de carretera.

      Faysal actuó de conductor. Su misión era esperar aparcado cerca de la joyería con el motor del coche encendido. Abdel y Ezequiel entraron con el rostro cubierto por un pasamontañas, una Walther de nueve milímetros y un revólver Ruger del calibre 22, respectivamente, en las manos. Sabían que se encontrarían a dos dependientas. Ezequiel tenía que vigilarlas, mientras Abdel desvalijaba todo lo que diese tiempo


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