Periféricos. Antonio José Royuela García

Periféricos - Antonio José Royuela García


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lastimada, con las caricias de las palmas de mis manos.

      —¡Joder! —exclamé, mientras seguía frotándome el cachete dolorido.

      —Me cansan tus quejas. Estoy siendo muy blandita contigo y, sin embargo, tú no dejas de chillar como si fueras una nenaza —me abroncó, poniendo de relieve un mal humor que jamás pensé que pudiera recibir en una situación como esa.

      Además de cornudo, apaleado. Tenía sensaciones contradictorias. Por un lado, deseaba ese cuerpo espectacular. Por otro, quería vestirme, salir corriendo y dejar el sufrimiento para mejor ocasión. Pero, a veces, la necesidad de una satisfacción personal es más fuerte que el uso del sentido común.

      —¿Por qué te enfadas y me golpeas con suavidad a tu parecer?

      —¿Qué esperabas, aceite por mis tetas y algodón para que te hiciera un peeling? ¿Por qué no has subido con alguna de las otras chicas?

      —Porque la que me gusta eres tú, no las otras.

      Sophía empezó a reírse, como si le hubiera contado un chiste graciosísimo.

      13

      La semana empezó con un fuerte viento inesperado. Desde la mesa del comedor, escuchaba los efectos de la velocidad del aire en la calle. Quité la radio; preferí el sonido de las ramas de los árboles cimbreadas. Tenía tendida ropa que, removida por el viento, parecía banderas de colores con ganas de echar a volar. No me preocupé, no era un huracán ni nada parecido, aunque las nubes se movían como si fuesen en metro. Me preparé un café y apunté en un cuaderno algunos datos personales de Sophía. No quería olvidarlos.

      Rafa estaría a punto de llegar. Mientras saboreaba el café y disfrutaba del sonido del viento, pensé que vivimos en un mundo de eclipses desafortunados. Pocos eran los que, tras una ausencia transitoria, reaparecían en mejores condiciones. El paso del tiempo no debería ser un agravante. Tras la etapa en la que dejé de ver a Teo y a Abdel, no podía figurarme que me los volvería a encontrar con tantas turbulencias.

      —Siento el retraso.

      Entre las virtudes de Rafa no estaba la puntualidad. Se ofreció a comprar algo para la comida del mediodía. Nos decidimos por langostinos acompañados de queso y jamón serrano que tenía en casa.

      —Menudo viento. Con razón la gente se vuelve paranoica en Tarifa.

      —El temor y el cansancio bajan la guardia de las personas —manifestó sin mirarme a la cara.

      No entendí lo que quiso decir. Como carecía de importancia y estaba acostumbrado a sus desconcertantes expresiones, no dije nada. No quise comentarle nada de mi experiencia con Sophía por temor a sus burlas. Tampoco logré nada relevante para nuestra contienda. Mejor callar. Sin embargo, ambos nos envolvimos en una conversación sobre terrorismo yihadista.

      —Es un fenómeno enrevesado. Depende de muchas variantes sociales y políticas, aunque pretendan ocultarlo bajo el paraguas religioso. El enfrentamiento entre los partidarios de una interpretación integrista del islam y el llamado mundo occidental en estos momentos es más consecuencia del respeto a los derechos humanos, de la emigración, de la intervención de Occidente en sus países y del terrorismo yihadista (que no islamista) que de la recuperación de territorios supuestamente invadidos por Occidente. Andalucía, antigua al-Ándalus, es la excusa que algunos fundamentalistas mantienen para llevar a cabo sus planes de terror y extorsión —argumenté.

      Rafa hizo una mueca dando a entender que estaba sorprendido y le pregunté por lo mismo.

      —Estoy de acuerdo contigo. Aunque creo que hay grados de fundamentalismos.

      —No entiendo bien lo que quieres decir.

      —Creo que el terrorismo yihadista, como bien apuntas más radical, a diferencia de otros menos extremistas e incluso de otros terrorismos como pudiera ser el de ETA, no busca concesiones por parte del sistema, independencia, cambios en la sociedad o en el mercado financiero. Lo que busca es la aniquilación del sistema contrario al suyo. Piensa que Occidente merece ser destruido por su incomprensión al mundo musulmán. Su fundamento está en la libre interpretación que se hace del Corán. El terrorista yihadista se percibe como un guerrero de Alá, con la obligación de vengar a todas las víctimas involuntarias de su entorno. Por lo tanto, adquiere un notable apoyo social, que es precisamente el que aprovechan los sectores más radicalizados. Venden la muerte como una larga esperanza.

      —Me da la sensación de que tú también has leído sobre el tema.

      —Desde que me he visto envuelto en esta trama, leo todo lo relacionado que cae en mis manos —manifestó con orgullo.

      14

      El martes competimos de nuevo. Por fortuna, el sofocante calor de mediados de julio dio una pequeña tregua. Pude jugar, a pesar de la sobrecarga muscular que padecía del partido anterior y de las secuelas de la paliza recibida por Sophía. Terminamos el partido. Teo seguía sin aparecer. Todos, sin excepción alguna, estábamos destrozados, aunque contentos por la victoria cosechada. Qué alegría comprobar que no era el único con problemas orgánicos tras un esfuerzo considerable. Ya en la ducha del vestuario, escuché decir:

      —¿Quién se apunta a una birra en la plaza? ¡Chicos, tenemos que celebrarlo! No todos los días nos van a salir así de bien las cosas. He quedado con mi hermano para intentar convencerle de que nos patrocine una nueva equipación —habló Lorenzo Areces.

      —¡Cuenta conmigo! —grité desde la ducha.

      Se me presentó la oportunidad de contactar con Teo en inmejorables circunstancias. No podía desaprovecharla. Las buenas noticias son un alivio, una especie de tregua que la naturaleza proporciona para evitar colapsarnos debido a una sobrecarga de infortunio.

      —¡El último en llegar paga la primera ronda!

      —¡Tramposos! —volví a gritar desde la ducha.

      Todos habían calculado quién sería el inocente al que le tocaría pagar la primera ronda. Siempre fui el que más se demoraba en el aseo personal. Cuando realizo cualquier práctica deportiva, no llevo más componentes de higiene que el resto de mis compañeros. Ignoro por qué tardo más que ellos. Tal vez los biorritmos individuales, tal vez la manera de entender que la limpieza de nuestro cuerpo necesita del sosiego necesario para acometerla como es debido. Sea lo que fuere, estaba claro que las primeras cervezas serían cosa mía.

      Al verme llegar, Teo se levantó y, mientras me abrazaba con fuerza, dijo:

      —¡Hey, tío! He oído que sigues con la misma clase de siempre. No hay central que saque el balón con tanta elegancia como lo haces tú.

      —Debe de ser que me estiman bastante —exclamé con ironía, dejando entrever que me la habían jugado con la ronda de cervezas que tenía que abonar.

      —¿Sigues escribiendo?

      Mi aproximación a Teo no podía empezar mejor. Continuaba apreciándome y, además, se acordaba de mi afición por la escritura. El plan marchaba con viento a favor. No obstante, debía tener presente que el disimulo es una virtud para el delincuente.

      —Cada vez con más entusiasmo. Publiqué el último libro hace dos años. ¿Te interesa? —dejé caer con sonrisa pícara.

      —He oído que muchos escritores se suicidan. ¿Es verdad?

      Me quedé de piedra. El suicidio de los escritores es un bulo conocido, pero en un matón sanguinario como él no solo era extraño, sino inaudito.

      —Solo los que no venden libros. —Sonreímos.

      Teo accedió a patrocinar una nueva equipación para el equipo. Luciríamos en las camisetas el eslogan: «Romeo y Julieta, su bar de copas en la mejor compañía». Resulta curioso el lenguaje de la publicidad. Para hacer el bien o el mal


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