Alma. Irene Recio Honrado

Alma - Irene Recio Honrado


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había salido, incluso ella me había animado a hacerlo y, de hecho llegaba antes de lo previsto. ¿Por qué estaba enfadada?

      —Pero si llego pronto, mamá —protesté.

      Se hizo el silencio durante un instante.

      —No te lo decía a ti, Lor —gritó mi madre desde su cuarto—. Estoy hablando por teléfono con tía May.

      Claro. Eso lo explicaba todo. Terminé mi avance hasta el salón sin encender las luces. La habitación de mi madre se encontraba en un extremo del comedor, tenía la puerta entre abierta y se filtraba luz suficiente como para llegar al sofá sin tropezarme con nada. Me senté allí con la vista fija en un cuadro de la pared opuesta, lo pintó mi tía antes de que nos mudásemos, tenía plantas colgantes de colores violáceos, cielos verdosos y ríos negros, era hermoso y a la vez espeluznante, pero te acostumbrabas. Tom lo había bautizado como Caos.

      —¡¿Cuantas veces tengo que decirte que no?! —siseaba mi madre al teléfono mientras recorría la habitación de arriba abajo—. No me vengas con esas, es mi hija y yo decido —hizo una pausa. Tía May estaría intentando convencerla para que me dejase visitarla. Mi tía era genial, pero me fue vetada cuando mi hermano se esfumó, porque cuando ocurrió estaba allí, en Alma, pasando unos días con ella—. No podría soportar la pérdida de mi hija también, ¿Es que no lo entiendes? Claro que no lo entiendes ¿Cómo ibas a hacerlo? Estoy cansada de esta conversación May. ¡Basta! —y colgó el teléfono sin despedirse.

      Mi madre salió del dormitorio con su batín de verano. Parecía que había envejecido diez años de golpe. Unas finas líneas se dibujaban alrededor de sus ojos. Primero el abandono de su marido, luego la desaparición de su hijo. Estaba rota por dentro, aunque aparentaba ser fuerte para que no me viniese abajo. Ahora yo era todo lo que tenía, y sentía que jamás conseguiría devolverle la alegría de vivir.

      —Llegas pronto, Lor —dijo sentándose en la otra punta del sofá para mirarme—. ¿Ha pasado algo?

      —No, mamá. Simplemente no tengo ánimos —admití desinflándome en el sofá—. Sé que querías que me divirtiese. Pero no me apetece. Solo quiero quedarme aquí, en casa. He terminado mis estudios, es verano y quiero estar tranquila.

      Mi madre asintió en silencio. Se levantó y fue a la cocina sin decir nada. No hacía falta. Ella sabía perfectamente lo que me ocurría. Porque estaba pasando por lo mismo que yo, o incluso peor, porque perder un hijo va contra natura. Me odié a mí misma por no ser capaz de hacer lo que hacia ella conmigo. Fingir. Fingir que estaba tranquila para que las cosas fuesen mejor. Mamá volvió con dos tazas de té humeantes y me tendió una.

      —Quería hablar contigo sobre eso —dijo tomando asiento de nuevo.

      —Mamá, por favor —me quejé—. No me digas que tengo que poner más de mi parte para divertirme, salir de fiesta y esas cosas. Tú no sales. Yo tampoco tengo ganas. No quiero hacer nada. Concédeme eso al menos durante un tiempo. Ni siquiera he pensado en la universidad porque no tengo la cabeza para eso.

      Mi madre negó con la cabeza y suspiró mientras se frotaba el antebrazo. Allí, bajo la manga del fino batín, se encontraba una cicatriz pálida y alargada, casi invisible para quienes no la conocían, que se hizo cuando era niña trepando a un árbol cercano a la finca de tía May. Aguardé un momento mientras le daba un trago al té.

      —Pues de eso quería hablarte. No te voy a decir que pienses en la universidad, aunque no estaría de más. Pero creo que estás atascada. Lo entiendo perfectamente. Verás, no sé cómo plantearte esto —hizo una pausa y se perdió en sus pensamientos durante un instante—. Tu tía insiste en que la visites, me he negado en rotundo, por supuesto, pero…

      —¿Pero? —la interrumpí. Antes no había peros, solo “y punto”. Era un avance, y un clavo ardiendo donde agarrarme—. ¿Pero qué? Continua, mamá —supliqué.

      —¿Lo ves? —su mirada se tornó oscura de repente—. No he dicho nada y con tan solo la mínima mención de una oportunidad de marcharte resurge ese ímpetu. ¿Tantas ganas tienes de abandonarme?

      Me desinflé, ya estábamos otra vez. Era una pésima hija por querer volver a Alma, mi madre se lo tomaba como un abandono. Como si la fuese a abandonar.

      —Sabes que no mamá. No quiero dejarte. Pero quiero buscarlo. No me has dejado intentarlo.

      —¿Crees que yo pasé cosas por alto? —recriminó.

      —No, mamá. Ya te lo he dicho muchas veces. Lo has hecho genial. Pero hay algo dentro de mí que necesita intentarlo.

      —Ya estás hablando como tu tía —se molestó.

      Mamá y tía May eran hermanas y se habían llevado siempre bien, mejor que bien. Hasta hacía tres años. Cuando todo ocurrió mamá se distanció de su hermana emocionalmente y, aunque decía que no, la culpaba de lo ocurrido. Tom era mayor de edad, como lo era yo ahora. Por lo tanto tomaba sus propias decisiones, pero se saltó la regla de oro y, de eso sí que culpaba a tía May. Decía que ella era responsable, que debía haberlo vigilado. ¿Pero cómo?

      Me quedé allí sentada sin decirle nada. Cansada de tener siempre la misma conversación. Mi madre temía que yo fuese como mi tía. Pero desde luego yo estaba lejos de parecerme a ella. En mi familia gozábamos de ciertos Dones. Teníamos incluso una vieja leyenda familiar. Lo único verídico de todo ello era que nacíamos con velo. El resto, obviando a tía May, eran historias y cuentos que se habían extendido por Alma y que ya formaban parte del folclore popular. Tía May era curandera y en el pueblo todo el mundo la respetaba y temía de igual modo. Algunos aseguraban que era una bruja, pero nadie tenía valor suficiente como para decírselo a la cara. Yo la idolatraba. Mi tía era sensacional, vivaz, divertida, aventurera... Nunca se había casado y nosotros éramos lo más parecido a unos hijos que tenía. Mi madre gozaba de corazonadas, era extremadamente intuitiva y, casi siempre, tenía razón. Aunque últimamente apenas hacia alusiones a su “Don”. Antes siempre nos preguntaba a mi hermano y a mí si sentíamos algo. Nosotros negábamos notar o sentir nada, a pesar de que ansiábamos tener algún tipo de poder, por pequeño que fuese. Con el tiempo los dos nos resignamos a ser normales.

      —Adelante entonces —soltó de repente, devolviéndome al presente.

      Me quedé sin aire en los pulmones.

      —¿Qué? —apenas podía articular palabra. No podía creer lo que acababa de oír. Había querido volver a Alma desde que Tom desapareció y, hasta hacia unos segundos mi madre seguía negándose—. No entiendo nada.

      —No eres feliz —dijo mamá—, y tengo…

      —¿El qué? ¿Qué tienes, una corazonada?—la interrumpí antes de que terminase—. Me prohibiste que fuese a visitar a tía May porque tu intuición te decía que no era bueno. ¿Me estás diciendo que eso ha cambiado? ¿Por qué?

      —No es así como funciona, ya lo sabes, solo tengo sensaciones. No es fácil interpretarlas. Pero algo me dice que tienes que estar allí. Además, mi hermana necesita ayuda, despidió a todos los trabajadores de la finca cuando ocurrió lo de Tom y, ahora está todo muy dejado. Necesita ayuda para rehabilitar el lugar y, a ti eso te gusta y se te da bien. Además, así estarás allí y, puede que encuentres algo. Aunque sabe Dios que no me satisface la idea.

      —¿Eso te dice tu intuición? ¿Que ahora encontraré algo?

      —Puede que te encuentres a ti misma, hija. Andas perdida, pareces un fantasma.

      Aquello me enfureció. ¿Que parecía un fantasma? ¿Y acaso ella no? Me negó volver a mi lugar de nacimiento a causa de todo aquello y, ahora prácticamente me daba carta blanca, cuando le estaba diciendo a su propia hermana apenas cinco minutos antes que no me dejaba volver.

      —Muy bien, pues me iré mañana mismo —solté de golpe.

      No pensaba dejar escapar la oportunidad. Aunque eso le doliese. No iba a desaparecer. Eso lo tenía claro.

      Mi madre sonrió cansada sin levantar


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