Alma. Irene Recio Honrado
sigue sin ser necesaria esa despedida. Mañana trabajaré todo el día, tengo una reunión importante.
Claro, cualquier cosa se había vuelto importante de repente, más aun si así podía saltarse el mal trago de decirme adiós. Mamá dirigía una afamada galería de arte en Brooklyn, y aunque dijese que no, tenía el poder de “aplazar” dichas reuniones. Pero para esta ocasión no le interesaba.
—Solo te pido una cosa Lor.
—Dime, mamá.
—No rompas la norma.
Y así sin más, se levantó del sofá, tomó mi taza de té, me besó en la frente, dejó las tazas en el fregadero de la cocina y se retiró a su dormitorio.
Me fui directa a mi habitación y me tiré en la cama, cogí mi portátil y reservé un vuelo para las tres de la tarde del día siguiente. Me quedé allí despierta dándole vueltas a la cabeza. Hacía tres años que no veía a tía May, hablaba con ella cada semana cuando llamaba a mamá y, antes de enfrascarse en su discusión interminable sobre dejarme o no ir, charlábamos un rato.
Los recuerdos se agolparon nuevamente en mi cabeza. Tom estaba en todos ellos. Los mejores veranos de mi vida los había compartido con mi hermano en aquella casa familiar. Habíamos corrido juntos por el bosque contiguo jugando al pilla pilla, me había rascado con las ramas que me golpeaban por todas partes cuando corría a su lado simplemente por el mero placer de correr, nos habíamos bañado en el lago, me había enseñado a tirarme de cabeza, tía May nos enseñó a montar a caballo, y por las tardes salíamos de excursión al galope. Ahora tenía que volver a aquella casa, pero esta vez, Tom no estaría allí conmigo para disfrutar de sus maravillas. Las lágrimas empezaron a cubrir mis ojos, no quería parpadear, no quería dejarlas caer. Ya había llorado suficiente. Mi hermano no soportaba verme así, se lo debía. Pero Tom ya no estaba, me había abandonado. [La policía, al no encontrar rastro alguno dijeron que tal vez había descubierto el paradero de mi padre y se había marchado con él.] Yo sabía que eso no era verdad, Tom jamás se marcharía sin decirnos nada. Le había pasado algo y, no sabíamos el qué. Esa incertidumbre nos estaba consumiendo a todas. Las lágrimas se deslizaron sigilosas y traidoras por mis mejillas. Me odié a mí misma. Y así, con la angustia de la pérdida, me quedé dormida.
Mi teléfono me despertó a causa de la vibración, sobre la mesita de noche, a eso de las once de la mañana. Abrí los ojos malhumorada, para ver quien llamaba. Leí el nombre de Bibi en la pantalla. Era incansable.
—¿Qué pasa? —dije al descolgar sin moverme de la cama. Me había quedado dormida llorando y con la ropa puesta.
—¿Todavía durmiendo? —se mofó —. Eres peor que una anciana. Prepárate porque esta tarde saldremos por el centro. Necesito ropa nueva.
—¿Tú? ¿Ropa nueva? —bufé—. No me lo creo, pero no importa porque no puedo ir contigo.
—¿Ah, no? ¿Se puede saber que tienes que hacer, que sea más importante que acompañar a tu mejor amiga? ¿Y si me atracan?
No pude evitar reírme. Pobres atracadores…pensé.
—He de hacer las maletas, esta tarde viajo a Alma. Pasaré el verano con mi tía. De hecho tendría que ponerme manos a la obra ya —me incorporé en la cama y me desperecé a la espera de que Bibi me dijese qué opinaba, pero se mantenía en silencio. Aparté el teléfono de mi oreja para verificar que no se hubiese cortado la llamada. No, seguía en línea—. ¿Bibi? —pregunté.
—Esto me lo tienes que contar en persona —respondió al fin—. Voy para tu casa.
Y se cortó la llamada. Estupendo, ahora tendría que hacer las maletas con Bibi revoloteando a mi alrededor y bombardeándome a preguntas. Pero claro, no podía ocultarle que me marchaba. Dejé el teléfono de vuelta en la mesita, y fui al lavabo. Lo primero que vi, fue mi horrendo reflejo en el espejo. Tenía la cara hinchada por haber llorado. Parecía que me había atropellado un tren, la blusa que llevaba estaba totalmente arrugada de haber dormido con ella, por no hablar de lo enmarañada que tenía la melena, debería cortármela. Ya me llegaba por la cintura y la tenía totalmente descuidada, pero no podía hacerlo. Era parte de mi identidad. Así que me puse manos a la obra. Lavé mi cara con agua fría para intentar bajar la hinchazón, me lavé los dientes, me cepillé el pelo con los dedos a toda prisa y usé un pasador olvidado en un cajón para sujetarlo en un improvisado moño. Corrí a mi dormitorio quitándome la blusa por el pasillo, encontré una camisa a cuadros tipo leñador, me la puse a la carrera y sustituí mis shorts por un tejano. Aún no había terminado de vestirme cuando sonó el timbre. Bibi, qué rápida, maldita sea.
Abrí la puerta mientras me abrochaba los pantalones.
—Qué femenina —se mofó mi amiga, tras evaluar mis pintas.
Puse los ojos en blanco. Nunca estaba conforme con mi indumentaria.
—Me voy de viaje, tengo que ir cómoda —argumenté.
—Podrías ir cómoda y con clase —puntualizó mientras me seguía a mi habitación.
—No te preocupes, ahora sacaré mi maleta Hermès y todo arreglado —bromeé mientras empezaba a abrir cajones como una loca y a sacar ropa sin ningún tipo de orden ni miramiento—. Que rápido has llegado —. Observé.
—Vivo a dos manzanas —dijo mientras se sentaba en mi cama. Como si eso lo aclarara todo—. Bueno, cuéntame qué ha pasado. ¿Es que quieres irte a escondidas de tu madre? Te dije que te fueses, pero creo que deberías hablar con ella y hacerle entender que te hace falta.
Que manía con lo que me hace falta. ¿Se estaba poniendo de acuerdo todo el mundo con aquello?
—No me voy a escondidas —aclaré—, mi madre estaba despierta anoche cuando llegué a casa y, bueno parece que ha entrado en razón. Cuando llegué estaba discutiendo con mi tía. La misma conversación de siempre, pero algo ha cambiado y no quiero perder tiempo por si cambia de opinión. Estoy aterrada.
—¿Aterrada? —se sorprendió—. Pero si llevas queriendo volver desde hace tres años.
Dejé de lado unos calcetines al ver que las manos empezaban a temblarme y fui a sentarme en la cama junto a Bibi. Miré a mi amiga a los ojos, ella era un puerto seguro, podía contarle lo que me pasaba sin sentir que la hería.
—Tengo miedo, Bibi —admití. A mi madre no podía decirle eso. Porque la preocupación por mi bienestar psicológico podría ser, a mi modo de ver, la gota que colmase el vaso—. Cuando pasó lo de Tom, yo tenía quince años. Era una niña y, creí que si iba en su busca lo encontraría. Pero he madurado. Sé que si la policía, mi madre y tía May no lo han encontrado es por algo. Me había resignado a no volver y eso también me ayudaba porque así no tenía que enfrentarme a la desilusión de no encontrar nada. Pero a pesar de todo eso, a pesar de que he crecido, anoche, recordando viejos momentos junto a mi hermano esa pequeña chispa de esperanza de encontrar algo, por pequeño que sea, volvió a arder.
Bibi guardó silencio unos instantes y luego me tomó de la mano.
—Lor —empezó con voz suave— entiendo lo que quieres decir. Y créeme, espero que encuentres una pista del paradero de Tom, porque sinceramente, si alguien puede encontrar algo esa eres tú. Pero si en el peor de los casos, no encontrases nada, tendrás que ser valiente y cerrar ese capítulo de tu vida. Tu hermano lo habría querido así. Sé que no es lo que quieres oír, pero es la verdad.
Asentí en silencio. Ya lo había pensado. Bibi tenía razón. Pero ella no conocía las corazonadas de mamá. Aunque no se lo dije, ese había sido el detonante de mi pequeña chispa de esperanza.
—Bueno —dije volviendo al presente—, será mejor que me dé prisa, mi vuelo sale en apenas tres horas y como mínimo tengo que llegar dos horas antes al aeropuerto.
—No te preocupes por eso. James y yo te llevaremos. Haz rápido las maletas y vamos.
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