Alma. Irene Recio Honrado
preciosa —saludó Cyrus—. Te dije que estarías aquí antes de que yo llegase.
Sonreí y me acerqué para echar una mano. Mi maleta ya estaba en el porche, así que cargué con un par de bolsas mientras Cyrus cogía una caja llena de plantas.
—Éstas son todas las que había en el vivero, May —le dijo a mi tía—. ¿Serán suficientes?
—Tendrán que serlo si no podemos conseguir más. Esa mujer no aprende la lección por más que se lo diga.
—¿Qué ocurre? ¿De quién habláis? —pregunté.
—De la señora Swan —contestó Cyrus—. Su marido tiene gota y, ella insiste en continuar cocinándole lo de siempre, al final él cae enfermo y ella le suplica a tu tía que le prepare medicina para que se reponga.
—Así que el pobre hombre está una semana mal y otra bien —concluyó mi tía.
—¿Y tú qué, niña? ¿Qué tal te ha recibido esa bestia negra?
Miré a JB pastar tranquilamente y suspiré.
—Digamos que he llegado de una sola pieza.
Cyrus se carcajeó.
—Sí —admití—, es muy temperamental.
—Dicen que los animales se parecen a sus dueños, y no he conocido a ningún miembro de esta familia que no fuese así —me guiñó nuevamente un ojo—. Bueno, he acabado por hoy. May ¿necesitarás algo mañana?
Tía May acabó de sacar las plantas de la caja y las colocó en la entrada de casa.
—No, Cyrus, gracias. Mañana no necesitaré nada, te llamaré si surge algo.
—Entonces me marcho —tocó el ala de su sombrero a modo de despedida y subió a su camioneta.
Caí en la cuenta de que a mí sí que me haría falta al día siguiente y corrí hacia su ventanilla.
—¿Podrías recogerme mañana a eso de las once? Necesito comprar algunas cosas en el pueblo.
—Claro —respondió sonriente—. ¿Puedo preguntarte qué es tan urgente?
—Quiere reparar mi camioneta —grito tía May mientras entraba en la casa.
Cyrus le dedicó una mirada peculiar y luego volvió a centrarse en mí.
—¿Se ha cansado tu tía de mis visitas?
—No, no —me apresuré a responder —. Es solo que a mí me vendría bien tener un vehículo propio para ir al pueblo de vez en cuando. Por si surge alguna emergencia.
El viejo cowboy lo pensó un segundo y asintió con una sonrisa.
—Mañana a las once estaré aquí, encanto. Que descanses.
Arrancó y se marchó. Entré en casa y encontré a tía May de nuevo en la cocina cortando algunas plantas y poniéndolas a hervir.
—Subiré la maleta a mi habitación —informé.
—Estupendo —asintió concentrada en su labor.
Cogí la maleta e intenté levantarla al estilo Cyrus. Fue inútil. Renuncié en cuanto vi que era incapaz de alzarla más de medio centímetro del suelo sin partirme por la mitad. Subí las escaleras con ella a rastras escuchando el golpe de los ruedines en cada escalón. Maldición. Con Tom estas cosas no pasaban. No sigas por ahí me reproché a mí misma.
Llegué a la planta de arriba sin destrozar la casa. Recorrí el pasillo ignorando la puerta del dormitorio que solía usar mi hermano. Dejé atrás el estudio de pintura de tía May, giré a la derecha y llegué a mi dormitorio. Antiguamente aquella habitación había pertenecido a mi madre, era amplia y tenía unas vistas preciosas del bosque y del camino de entrada a la casa. Una gran cama de matrimonio en el centro y un gigantesco armario para mi ropa. Dejé la maleta a los pies de la cama y la abrí. Sentí un escalofrío en la nuca, me giré de golpe. Nada. Estaba sola. Miré hacia la puerta, desde abajo llegaba el ruido que hacía tía May en la cocina. Negué con la cabeza, y continué colocando todas mis cosas, intentando mantener la mente ocupada como pedía mi tía. Pensé en todo lo que necesitaba del pueblo. Material de jardinería y de carpintería sin duda. Además de encontrar a alguien que supiera decirme con exactitud lo que le pasaba a la camioneta de mi tía. Sospechaba que era la junta de culata, pero no estaba segura a ciencia cierta. Le preguntaría a Cyrus. Terminé en unos veinte minutos de colocarlo todo y fui a reunirme con tía May. Antes de llegar a la escalera me detuve incapaz de dar un solo paso más frente a la puerta del cuarto de Tom.
Mi tía me había dicho que me tenía que tranquilizar para tener perspectiva, o no me contaría cómo fue su último día en la finca. Pero si entraba en su cuarto a echar un vistazo no pasaba nada ¿verdad? Miré hacia abajo para cerciorarme de que ella seguía a lo suyo. No me había prohibido entrar en aquella habitación, pero era reacia a preguntarle por si se negaba en base a mi flamante estado anímico. Oí el cuchillo de la cocina picando sobre la tabla de madera. Perfecto. Agarré el pomo de la puerta y lo giré lentamente, entré de puntillas y cerré inmediatamente después.
La habitación de mi hermano era más grande que la mía. Ésta había pertenecido a nuestros abuelos. Tenía también una cama de matrimonio y un gran ropero. Cogí aire abriendo los pulmones al máximo por si captaba el olor de mi hermano. No lo conseguí, porque Tom no había pasado allí el tiempo necesario como para impregnar la habitación con su olor corporal. Suspiré. Temía que con el tiempo se me olvidase su aroma, aunque aún lo tenía grabado a fuego en la memoria. Me acerqué al armario y lo abrí. Allí estaba su ropa. Perfectamente colgada y doblada, mi madre no había querido recogerla. Gracias a Dios, pensé. Cogí una camiseta de algodón y me la llevé a la cara. Inhalé profundamente desesperada por sentir a mi hermano más cerca. Allí estaba. Por fin, después de tres años conseguía sentir a mi hermano a mi lado, otra vez.
Lloré de nuevo y me senté en el suelo sin dejar de oler la camiseta. Tenía que estar vivo sino, su olor habría desaparecido ¿no? Sabía que mis pensamientos eran estúpidos pero fueron como un bálsamo revitalizante. Decidí llevarme la camiseta de Tom conmigo. Salí de su dormitorio y fui al mío, puse la camiseta bajo mi almohada y bajé de mucho mejor humor a reunirme con tía May.
Pasé el resto de la tarde ayudándola a cortar y triturar hojas de plantas que no había visto en mi vida. Después hice una lista de todo la que tenía que comprar en el pueblo y llegó la hora de cenar. Tía May preparó pollo al horno con patatas fritas y cenamos en el porche mirando las estrellas. Le conté qué había hecho durante los tres últimos años: estudiar y, trabajar esporádicamente en cafeterías. Le expliqué también como mamá intentaba aparentar calma cuando estaba cerca de mí, para que mi vida fuese algo más normal. Mi tía me escuchaba en silencio, evitando pronunciarse acerca de su hermana.
—No la he visto llorar —dije en un momento dado—. Sé que lo hace, pero se esconde de mí para que yo no me sienta mal y, eso me hace sentir culpable de que no pueda desahogarse todo lo que necesita. A decir verdad, yo no he vuelto a llorar delante de ella desde la semana siguiente a la desaparición de Tom.
—Tú no tienes que esconderle tus sentimientos a tu madre, Lor —objetó.
—Claro que sí. Si me derrumbo, y ella me ve, será como si no hubiese valido la pena contenerse tanto. Sé que le cuesta una barbaridad, lo mínimo que puedo hacer por ella es ser fuerte, como lo es conmigo. He podido desahogarme un poco cuando he llorado contigo en la cocina. Pero creo que, aunque suene a locura, me hubiese gustado llorar abrazada a mamá, y que ella lo hubiese hecho también.
Mi tía dejó su plato en una pequeña cómoda situada al lado de nuestro minúsculo sofá de jardín.
—Te entiendo perfectamente. Pero debes comprender que tú eres la única cosa en el mundo que le queda, aparte de mí. Si todo va como tiene que ir, yo moriré antes. Después de todo soy