Alma. Irene Recio Honrado
cierto es que disfrutaba con las historias, me relajaba y apaciguaba.
Estábamos a punto de tomar el postre cuando escuchamos el rugido de un motor acercándose a la casa.
—¿Esperas visita, May? —preguntó Cyrus.
—En absoluto.
Los tres nos levantamos y aproximamos a la barandilla del porche mirando hacia la entrada. Una Pick-Up como la de Cyrus, pero de un modelo mucho más nuevo y de color negro, había accedido a la casa y se detuvo frente a nosotros. Del interior del vehículo bajaron tres chicos muy parecidos entre sí, pero de diferentes estaturas. El más alto llevaba uno de los folletos de tía May en la mano.
—No me lo puedo creer —soltó mi tía—. Los hermanos Tyler.
Me estremecí. Eran los hijos de Bill Tyler. Los que se habían hecho amigos de Tom.
—Buenos días, señora Blake. —dijo el que debía ser el mayor, pues era el que había conducido y el más alto de los tres—. ¿Es cierto esto? —alzó la hoja de papel enseñándosela a mi tía.
—Así es.
—Entonces mis hermanos y yo estamos interesados. ¿Por dónde empezamos?
—Por dejarnos terminar el postre, de momento—interrumpió Cyrus—. ¿A qué viene tanta prisa por el trabajo duro, chicos?
Ninguno de los tres contestó, pero sus miradas se clavaron en mí. Me sentí tremendamente incómoda. El más pequeño, se adelantó y subió los tres escalones del porche para situarse delante de mí.
—Hola —dijo con voz aguda, no debía tener más de doce años—. Eres la hermana de Tom ¿A que sí?
—¡Sam! —llamó el mediano. Subió los escalones siguiendo a su hermano, lo cogió de la oreja y lo arrastro nuevamente fuera del porche mientras el jovencísimo Tyler se retorcía y quejaba de dolor.
—¡Para, Jack! —Gruñía el pequeño—. Me haces daño.
—Pequeño psicópata— le recriminaba el otro—. ¿Qué clase de modales son esos?
—Basta, chicos, basta —pidió mi tía—. Aún no hemos hablado del salario ni de cuando comenzar.
—No nos importa —dijo el mayor—. Lo haremos gratis si es necesario y empezaremos ahora, si queréis.
—Ethan Tyler —apuntó Cyrus—, no te pareces nada al tacaño de tu padre, desde luego.
Ethan, el mayor, miró de reojo a Cyrus y le dedicó una media sonrisa.
—Señor Wolf, eso es porque esto es una cuestión de honor.
Cyrus se cruzó de brazos al escuchar aquello. La verdad es que a mí también me sorprendió. Me acerqué más a la barandilla y examiné al muchacho. Ethan era alto y robusto, seguramente como lo fue su padre en su juventud. Aunque a él, no le faltaba pelo. Los tres hermanos eran castaños y tenían los ojos color miel, y aunque el pequeño tenía una expresión dulce en la mirada, los otros dos mantenían una actitud seria y gesto grave.
—¿Una cuestión de honor?—preguntó el viejo cowboy.
—Así es —intervino Jack, el mediano —. Se lo debemos a Tom.
Otra vez sentí que se me paraba el corazón.
—¿Por qué? —pregunté incapaz de contener la curiosidad.
—Lor — llamó mi tía.
Giré la cabeza hacia ella interrogante, tenía el semblante serio.
—JB debe de haberse quedado sin agua, ve y llénale el bebedero por favor.
—¡Pero tía May! —protesté incrédula. Quería mantenerme fuera de aquella conversación. No daba crédito. —. No es justo, he de saber…
Levantó una mano con el dedo índice extendido para frenar mis palabras y callé. Aquello también lo hacia mi madre y sabía bien qué significaba, aunque mi tía jamás me lo había hecho antes.
—Mi casa, mis normas —dijo gravemente—. Ve.
Cerré la boca y apreté la mandíbula para no ponerme a chillar. Salté por la barandilla en vez de bajar por los escalones, (sabía que tía May no lo soportaba), para que quedase claro que aquello me parecía un ultraje. Me alejé de allí, con la poca dignidad que me quedaba, dado que me había chistado delante de tres desconocidos, (uno de ellos mucho más pequeño que yo,) me había dejado en ridículo y encima no había podido indagar en el tema.
Llegué chutando piedras al cercado de JB y efectivamente apenas le quedaba agua. El animal se acercó a mí agradecido, pero apenas le presté atención. Estaba ocupada mirando en dirección a la casa por si podía adivinar algo sobre la conversación a través del lenguaje corporal de los allí presentes. Idiota, pensé, ni que fuese tan sencillo. Aun así mientras cogía la manguera y le daba al agua para llenar el tanque, no aparté la vista de la casa. Tía May había invitado a los tres Tyler a sentarse en el porche y les estaba sirviendo café. Mientras hablaba sobre todo con el mayor, que negaba con la cabeza y miraba a sus hermanos. Cyrus, que por el contrario se había quedado de pie con los brazos cruzados, de vez en cuando intervenía, pero solo recibía negaciones de cabeza por parte de mi tía.
El bebedero de JB estaba por la mitad, repiqué en el suelo con el tacón de mi bota impacientemente. En cuanto el tanque estuviese lleno volvería como un rayo a la casa. JB apoyó su cabeza en mi hombro privándome así de la visión.
—No me dejas ver —me quejé apartándolo.
El caballo relinchó a modo de protesta y se volvió a apoyar exigiendo atención.
—Ahora no puedo —protesté.
El animal resopló.
El bebedero terminó de llenarse y apagué el agua. Colgué la manguera corriendo y salí del cercado.
—Adiós JB, luego te veo. Perdona— dije mientras cerraba la verja. El caballo me dio la espalda, molesto.
Volví a la casa a paso ligero. Si mi tía pensaba encerrarme en mi habitación o enviarme a algún otro lugar pensaba negarme, y estaba dispuesta a usar la baza de volver a casa si era necesario.
Cuando me encontraba a seis o siete metros de la casa los chicos se levantaron de sus asientos. El pequeño se giró al escuchar que me acercaba, pero se volvió de inmediato. ¿Me lo había parecido o me había mirado con pena? Herví de ira por dentro y apreté el paso. Casi subí los escalones del porche corriendo y me paré allí para mirarlos a todos uno por uno. No me importaba si pensaban que era una loca demente, de hecho, por la forma en la que me observaban aquellos tres chicos y Cyrus, probablemente fuese lo que estaban pensando.
—¿Café, querida?—dijo tía May haciendo caso omiso a mi expresión.
Con que esas tenem os ¿eh?
—¿Cuál es esa cuestión de honor? —espeté ignorando completamente a mi tía mientras le clavaba la mirada a Ethan Tyler.
El chico tragó saliva miró a sus hermanos y luego a mi tía, como si buscase las palabras. Eso me enfureció aún más.
—No la mires a ella —susurré enfurecida—. ¿Hablas de honor? Te he hecho una pregunta. Contesta.
Una mano me sujetó el hombro con firmeza.
—Preciosa —dijo Cyrus a mi espalda—, no lo pagues con el chico. No tiene la culpa.
Cogí aire, tenía razón, pero no podía soportar que supieran más que yo acerca de los últimos días de mi hermano en Alma. Y que por orden de mi tía no fuesen a contarme nada. Mi resolución flaqueó y Cyrus aflojó su agarre para palmearme en la espalda.
—Bueno chicos —dijo tía May